Ventajas y desventajas de la psicoterapia psicoanalítica en línea

Por Erika Escobar

El psicoanálisis inició en circunstancias sociales e históricas muy particulares. Después de que Freud sentó sus bases, surgieron muchas teorías que establecieron posturas teóricas y técnicas que permitieron instaurar el psicoanálisis como un método válido, serio y ético de trabajo. Se desarrolló en el contexto de dos guerras mundiales y con pocos analistas en el mundo; esto llevó a que la técnica psicoanalítica se fuera adaptando al contexto social y cultural del momento. Tuvo modificaciones con respecto a la forma en cómo era llevada una psicoterapia, como la transición de la hipnosis a la asociación libre. Freud nunca llegó a analizar niños presencialmente; “el caso Juanito” se llevó a cabo a través del intercambio de cartas con el padre del paciente. De la misma manera, se implementó un encuadre que permitiera el trabajo analítico, como el uso del diván, la frecuencia de las sesiones y la neutralidad para el despliegue de la transferencia-contratransferencia, con la finalidad de hacer posible la interpretación psicoanalítica. En algunas ocasiones, Winnicott veía a algunos de sus pacientes cada 6 meses porque trabajaba en hospitales. También realizaba sesiones de 2 horas debido a la distancia geográfica. Klein también llegó a trabajar en las casas de sus pacientes en medio de la guerra.

En nuestras circunstancias sociales, después de una pandemia y su prolongación, el psicoanálisis se tuvo que ajustar para darle continuidad al trabajo con los pacientes y procurar que el encuadre se modificara lo menos posible. El paciente tuvo que adecuarse a espacios que el analista no podía controlar, y parte de la intimidad, confidencialidad y privacidad pasaron a ser también responsabilidad del paciente para llevar a cabo la tarea.

Nos enfrentamos a algo desconocido que afectó de muchas maneras la interacción con otras personas. Los ámbitos social, académico y laboral se hicieron virtuales de un momento a otro, y hoy esta nueva modalidad de relacionarnos, estudiar y trabajar forma parte de nuestras vidas. La psicoterapia en línea es una modalidad que, si bien no es totalmente nueva, parece haber llegado para quedarse. Gracias a internet y al desarrollo de las plataformas digitales, hoy podemos conversar, aprender, trabajar, jugar y socializar. Esto nos da la posibilidad de hablar de una nueva modalidad de relación: la virtualidad. Por tanto, la subjetividad, nuestra identidad, la personalidad, nuestras motivaciones y fantasías se pueden expresar a través del mundo virtual.

Con todas estas novedades, el análisis en línea abre ventajas y posibilidades para recibir y dar atención psicoterapéutica. Muchas circunstancias que antes parecían inalcanzables hoy se pueden hacer; por ejemplo, conectar en tiempo real con personas del otro lado del mundo o buscar analistas con el mismo idioma o cultura después de haber migrado a otros países. Asimismo, también se facilita la realización de sesiones regularmente en regiones que están fuera de las grandes ciudades o cuando la falta de tiempo para los traslados no lo permite. Sin embargo, pienso que también pueden existir ciertas limitaciones en otros aspectos de la relación paciente-analista, como la posibilidad de hacer una integración completa del cuerpo, la identidad o la personalidad en ambos.

En este modelo de relación, hay ciertas particularidades que deben tomarse en consideración por su impacto en la subjetividad. Ahora, en vez de un cuerpo presencial, nos presentamos con una fotografía, un “avatar” o un “yo digital”, que para algunos autores representa una nueva modalidad del “yo”. Crear un avatar implica simular la mejor versión digital de nosotros mismos. A los avatares podemos cambiarles el color del cabello, la forma de la cara y sus facciones, el color de la piel y la vestimenta con un solo clic.

Esto podría convertirse en una desventaja en la virtualidad, ya que implica la imposibilidad de integrar aspectos vitales dinámicos como la corporeidad. Agustina Fernández (2022) habla del “avatar”, como si fuera una especie de identidad virtual. Ella propone que también se busca expresar algo con el diseño de estos personajes; los sujetos quieren reflejarse a sí mismos de algún modo o mostrar un aspecto que les gustaría tener, al mismo tiempo que buscan diferenciarse de los demás.

Asimismo, Diego Luparello (2022) argumenta que en el mundo digital se cuestiona la relación entre el sujeto y el avatar, al que llama “el yo digital”. La construcción de un avatar comporta una dosis alta de idealización: es lo mejor o lo más lindo que se quiere dar a conocer. Las fotos que se eligen para el perfil de una aplicación de citas hablan de un yo ideal. El predominio de la imagen, la sustitución del cuerpo y la distancia ante el otro real permiten un proceso distinto, lo que constituye un espacio virtual en el que se fomenta una dinámica narcisista.

En este sentido, observamos ciertos aspectos de los ideales de los pacientes, pero podemos perder de vista la conexión entre lo psíquico y el cuerpo. Lo tenemos que intuir a través de otros sentidos, simbolismos o fantasías, que también son fuente de material clínico y de trabajo. Sin embargo, el cuerpo, lo vivo de la identidad, lo vemos parcialmente.

Maximiliano Martínez (2022) retoma a Freud al afirmar que la realidad es uno de los vasallajes del yo. Él piensa que no se puede decir que el cuerpo no participa en la experiencia virtual, pero ahora debemos reflexionar cómo participa el cuerpo en lo virtual al lado del sujeto. Se debe cuestionar cómo experimenta el sujeto su sensorialidad y sus pulsiones cuando no se da a conocer ni interactúa con el otro. El cuerpo no está presente para el otro. O quizá sí: si está presente, lo está como imagen en el avatar, pues este tiene entre sus funciones la de representar un cuerpo a través de una imagen, pero en ocasiones no se corresponde con el cuerpo real.

Así, los movimientos del avatar no necesariamente coinciden con los del cuerpo que lo mueve. Parece haber una distancia infranqueable entre el cuerpo de este personaje y el viviente. Los entornos virtuales priorizan un cuerpo como imagen que se disocia y, en algunos casos, podría forcluirse el cuerpo viviente. Recuerdo a una paciente con dificultades en su feminidad; iniciamos terapia en línea y no la conocía físicamente. Cuando terminó la pandemia y regresamos al consultorio, fue un impacto verla: su imagen era muy descuidada, acudía sin bañarse, como si apenas se hubiera levantado de la cama, sin ropa interior. Esto me permitió entender otros aspectos más graves de su personalidad que en la virtualidad yo no había podido observar ni interpretar.

Como analistas podemos dudar sobre el tratamiento en línea. Alejandra Uscanga (2021) sostiene que se puede desconfiar debido al temor al rompimiento del encuadre tradicional (apuntalado en la materialidad del consultorio y de los cuerpos). Del mismo modo, está el miedo de que la transferencia no se despliegue en un contacto a distancia, así como las dificultades relacionadas con la neutralidad y la abstinencia, y la necesidad de una posición más activa del analista en estos tratamientos con encuadres modificados.

Esta modalidad abre líneas de pensamiento y cuestionamientos. No obstante, independientemente de la modalidad que se escoja, hay que tomar en cuenta otros elementos dentro del proceso analítico, como las resistencias del paciente a acudir presencialmente o ciertas psicopatologías que intervienen en la decisión de qué modalidad tomar. Como analistas, debemos considerar todos los factores que pueden estar presentes en la motivación para elegir la modalidad específica o incluso nuestras propias resistencias.

Para finalizar, quisiera citar a Virginia Ungar (2015), quien plantea la idea de entender y sostener las herramientas con las que cuenta el psicoanalista, a pesar de los cambios en las subjetividades y modalidades de la época actual. Las herramientas incluyen la interpretación, el inconsciente, la transferencia, el concepto de neutralidad analítica o el de asociación libre. La autora habla de sostener el encuadre como el dispositivo analítico que permite que la transferencia se despliegue. Aunque las condiciones formales del mismo (como la modalidad, el número de sesiones y los honorarios) pueden cambiar, lo importante es sostener el encuadre interno como una condición a ser internalizada, ligada a la llamada actitud analítica. Ungar comenta, finalmente, que no se pueden perder de vista todas las variaciones que ocurren actualmente y que la sesión analítica es un espacio de intimidad que debemos cuidar y preservar.

Referencias:

Fernández, A., Luparello, D., Martínez, M., et al. (2022, mayo 17). El sujeto y su avatar [Conferencia]. Asociación Psicoanalítica Argentina. https://www.apa.org.ar/Eventos/El-sujeto-y-su-avatar

Ungar, V. (2015). El oficio de analista y su caja de herramientas: La interpretación revisitada. Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 121(1), 41–63. https://www.apuruguay.org/apurevista/2010/16887247201512106.pdf

Uscanga, A. (2021). ¿Tratamiento psicoanalítico a distancia? Psicoanálisis, 43(1–2), 319–337. https://www.bivipsi.org/wp-content/uploads/2021-apdeb

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