Trastornos de la alimentación
Por Alba Leticia Pérez-Ruiz
Al hablar de la alimentación en diferentes ámbitos, uno de los temas que emerge con mayor frecuencia es el referente a los trastornos de la alimentación, sobre todo en los adolescentes. Estos desórdenes implican graves alteraciones de la conducta alimentaria y se asocian con la agresión hacia el propio cuerpo. Son, además, enfermedades que conllevan aspectos complejos, donde la interacción de factores tanto ambientales, fisiológicos y hereditarios, como psicológicos y culturales, se interrelacionan favoreciendo el padecimiento.
La anorexia y la bulimia son las patologías más características en estos trastornos, y quienes las presentan se distinguen por tener una preocupación intensa sobre la imagen corporal, ideas obsesivas sobre la comida, así como alteraciones en la percepción del peso y la figura. El grado de modificación en el comportamiento alimentario de estas personas puede llegar a ser muy grave y escalar, hasta poner en peligro su vida. Este tipo de conductas patológicas, que algunos autores han considerado como parte de aquellas de funcionamiento adictivo, están muy vinculadas con el comportamiento que se observa en la adolescencia, pero también llegan a surgir en otras etapas de la vida.
La anorexia y la bulimia, aun cuando son diferentes –la anorexia es el extremo opuesto a la bulimia–, tienen aspectos en común e incluso se pueden presentar alternadamente en el mismo sujeto, a esto se le conoce como bulimarexia. En ambas hay evidencia de aspectos depresivos y problemas en la autoestima.
La anorexia se identifica por el rechazo al alimento y al aumento de peso, el deseo ferviente de adelgazar, y el control excesivo en la cantidad de calorías de los alimentos que se ingieren. Las personas que la padecen se restringen a comer cantidades muy pequeñas de alimento o pueden buscar compulsivamente diferentes formas para expulsarlo, y así deshacerse de las calorías consumidas mediante el vómito, el uso de laxantes, diuréticos o se ejercitan demasiado. Existe una clara obsesión por el control de la comida y del cuerpo, de manera que, cada vez que se logra el objetivo mediante dicho control, lo consideran un triunfo. Es cierto que es más común en las mujeres jóvenes. Igualmente, se vincula a la anorexia con la dificultad para aceptar la madurez, el cambio corporal y la sexualidad.
Por otra parte, la bulimia conlleva la pérdida de control: existe un apetito desmedido, que involucra voracidad y glotonería, acciones que se pueden aplicar no sólo a la comida, sino a cosas y actividades. La bulimia es como el caso extremo de la gula. El descontrol es seguido por comportamientos expulsivos que alivian la angustia, la desesperación y la culpa creadas por el fuerte impulso de comer. Este trastorno supone un acto privado que, generalmente, se realiza sin testigos y donde se rompen todas las reglas de la buena alimentación, es un ataque violento a las necesidades biológicas. En el sujeto bulímico, el “lleno voraz” que implica el alimento le permite el vacío del pensamiento. En este acto hay un rechazo a pensar las emociones. Desde una perspectiva clínica, en la bulimia, hay una búsqueda de un goce imposible, de un sufrimiento, o un desasosiego que atormenta a la persona y le genera una angustia asfixiante. Al igual que sucede con la anorexia, es más frecuente en la adolescencia femenina.
Los trastornos de la conducta alimentaria se pueden relacionar, desde el punto de vista del funcionamiento mental, con los procesos de cambio: el paso de la infancia hacia la edad adulta a través de la adolescencia, los cambios socioculturales, y los cambios entre lo individual y lo social. La posición en que surgen los trastornos alimentarios tiene que ver también con la incapacidad de elaboración psíquica, de procesar las dificultades emocionales que vienen con tales transiciones, lo que lleva al enfermo a la actuación que se inscribe en el ataque a su propio cuerpo.
Comprender los aspectos más profundos del funcionamiento mental de estas personas, si bien no es el tratamiento de primera elección en muchos casos, es muy significativo en el abordaje multidisciplinario de estos trastornos, ya que entender lo que pasa en la psique puede conducir a la raíz de la conflictiva, que constituye un factor determinante en el origen de este tipo de patologías.
Para terminar, es pertinente señalar que, en el contexto de la pandemia, el tema del comportamiento alimentario resulta relevante en la actual situación de aislamiento y confinamiento que estamos viviendo. Las limitaciones, restricciones, situaciones familiares conflictivas, o la falta de control, las frustraciones y las pérdidas de las que hemos sido testigos, vinculadas con la gran incertidumbre de no saber qué es lo que va a pasar en nuestras vidas, provocan distintos niveles de ansiedad y estados depresivos.
Hay una gran variabilidad en las formas de reaccionar de cada persona para lidiar con la angustia, una de las más frecuentes tiene que ver con el tema de la comida, y es algo que nos puede pasar a todos. Es posible que surjan las compras compulsivas de alimentos, o que algunas personas caigan en comportamientos compulsivos: comiendo en exceso o incurriendo en “los atracones”, mientras que otras restringen sus alimentos, pero quienes sufren trastornos de la alimentación son, en definitiva, mucho más vulnerables. En estos casos, la obsesión por la ingesta o el evitar la comida podría significar, entre otras explicaciones, una forma de lidiar con el vacío emocional y con la angustia que genera la incertidumbre.
La inestabilidad en el comportamiento alimentario durante el encierro puede potenciar la presencia o posibilidad de los trastornos de la alimentación. Por ello, un punto importante en esta situación de confinamiento es identificar la relación que se tiene con la comida, para ser capaces de generar alternativas que permitan, de alguna manera, mitigar la ansiedad y tolerar la incertidumbre que invade en el contexto de hoy.
Referencias
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