Tendencia revolucionaria, cambios sociales y adolescencia
Por Ana Livier Govea L.
Hace algún tiempo, tuve en tratamiento a un adolescente de 15 años. Era un chico efervescente, malhumorado e inconforme. Acudía a consulta porque, al parecer de sus padres, estaba “irritable” desde el confinamiento estricto por la pandemia y el cambio de actividades presenciales a la modalidad en línea. Iniciamos el tratamiento, pero el joven estaba más interesado en que la sesión terminara para replegarse nuevamente en sí mismo. Daba la sensación de que nada del mundo exterior era de su interés, e incluso parecía que la apatía estaba presente en su cotidianidad. Sin embargo, un día se conectó a su sesión y parecía algo consternado e inquieto. Inmediatamente abrió su micrófono y dijo: “Hoy tuvimos clase de Historia y vimos el tema de la Matanza de Tlatelolco. No entiendo por qué los adultos se sienten tan inteligentes. ¿Tú sabes lo que pasó en el 68? Los adultos eligieron a un dirigente que hizo una masacre de gente joven, una mala política y malas elecciones”.
En otra ocasión, una paciente me dijo: “No es justo que los adultos piensen que nosotros, los adolescentes, no sabemos nada solo por ser más jóvenes que ellos. Mira cómo tienen al planeta, todos quieren dinero y poder. No les interesa nada más. Deberíamos salir a las calles y hacer una revolución, una protesta. Así como yo, que cada 8 de marzo salgo a marchar. Mi mamá no me dejaba, pero le tuve que explicar que era necesario luchar por los derechos, hacer ruido, hacer la diferencia, aunque sea difícil”.
Dejando a un lado el análisis de sus fantasías inconscientes y conflictos internos, ambos adolescentes hablaban, de alguna manera, por muchos otros que, frente a la ruptura del mundo infantil y la disonancia entre sus ambigüedades y ambivalencias, viven un momento de cambios y dolor psíquico. Cambios que producen angustia, porque todo cambio genera ansiedad.
Si bien, es cierto que el primer núcleo social que interviene en el desarrollo personal es la familia, toda la sociedad participa activamente en el conflicto del adolescente. Es decir, no solo las primeras identificaciones se hacen con las figuras parentales; el medio ambiente social también participa en ellas. Sin embargo, en muchas ocasiones, el periodo adolescente no es bien recibido por los adultos, ya que la característica fuerza reestructuradora de su intensa personalidad trata de modificar los “defectos” e injusticias palpables de la sociedad. El adolescente lucha y cuestiona porque se ha desencantado de la protección paterna. Pelea porque ahora se enfrenta al desamparo infantil y a muchos duelos, entre ellos, la caída de la idealización familiar, la pérdida del mundo infantil y de la función familiar que antes desempeñaba.
El adolescente genera movimientos agitados y revolucionarios como parte de su omnipotencia, de su descontento y desilusión frente al mundo adulto, y como mecanismo defensivo ante la frustración que la realidad social en concreto le presenta. No obstante, esta tendencia de búsqueda y cambio social tiene sus raíces también en partes sanas del superyó que se sobreponen, encomendando su destino al servicio de un ideal reparatorio.
El adolescente despierta del mundo idílico infantil para enfrentarse a un mundo nuevo que lo hace arder, que lo incomoda. Entonces, trata de reivindicar su esfera social para poder generar un cambio tan incómodamente necesario. Sin duda, hay condiciones sociales que es imperativo modificar, ojalá nunca se pierda ese ímpetu inconforme del adolescente.
Referencias
Aberastury, A. y Knobel, M. (1988). La adolescencia normal. Paidós.