Sobre la fragilidad de los vínculos. Relaciones líquidas

Por Ana Livier Govea

 

Es posible que hayas escuchado hablar del amor líquido, concepto enunciado por el sociólogo Zygmunt Bauman. Este cuasipoético término encierra una realidad desoladora y muy común en nuestros tiempos: la fragilidad del vínculo. En caso de que no hayas escuchado este término con anterioridad, este artículo te ayudará a identificar a más de un amigo, familiar o conocido que ejemplificará lo que Bauman[1] quiere explicarnos.

 

En términos generales, el amor líquido hace referencia a relaciones humanas que han dejado de ser profundas, duraderas y valoradas en la intimidad del vínculo. En su lugar, se transforman en relaciones líquidas y efímeras, en las que el sujeto se relaciona con otro por un periodo de tiempo, para posteriormente desecharlo y crear un nuevo vínculo, lo cual crea un ciclo que repite la historia.

 

Bauman nos explica que muchas relaciones de hoy en día son lo que podríamos denominar “conexiones” en lugar de “relaciones”. En realidad, esta idea va más allá de la primacía de las redes sociales, donde nos conectamos y desconectamos a placer y de forma inmediata. Aparecemos y desaparecemos en una conexión intangible y sin necesidad de profundizar más. Para Bauman, el amor líquido tendría que ver con la primacía de un individualismo agudo que solo busca satisfacer necesidades puntuales con un principio y un fin definidos.

 

En este sentido, el otro deja de ser un sujeto para convertirse en un objeto de consumo, desechable y reemplazable en el momento en el que la libertad se ve amenazada. Esta idea de ser desechable surge cuando los conflictos propios de la intersubjetividad se hacen visibles.

 

Solemos escuchar frases como: “Tengamos una relación sin compromisos, libres…vivamos solo el hoy” o “Yo no quiero compromisos”. La paradoja de nuestros tiempos es la de una ambivalencia incisiva: por un lado, existe el deseo de relacionarnos con otros; por el otro, se experimenta la desconfianza de estar condenados a un “para siempre”. Se quiere estar con el otro, pero no se está dispuesto a la renuncia de otras posibilidades amorosas que, en nuestra imaginación, podrían parecer más placenteras, más divertidas… mejores. Esto nos sumerge en un bucle interminable de consumo, donde, al igual que los gadgets y su tramposa caducidad programada, los encuentros con otros se apilan cual torre de desecho en el armario de los cacharros.

 

Ahora “consumimos” personas como si fueran mercancías de estantes de un supermercado. Esto genera una ambivalencia preponderante: quiero sentirme pleno, pero no agobiado; quiero ser amado, pero no sentirme obligado; quiero estar con otro, pero no quiero arriesgar, porque el amor no es una inversión segura. No hay garantías, no hay más que incertidumbre en lo que no se puede prever.

 

Hay dos condiciones para la liquidez del amor: la primera, nada de enamorarse, nada de emociones; el que siente, pierde. La segunda, vigilar “las clandestinas corrientes emocionales”. Si aparecen emociones que no esperabas, sal corriendo antes de comenzar a sufrir y quedar atrapado (como tantos y tantas) en “enganches afectivos”. Entonces se llega a la visión iluminada de que el compromiso es una trampa que hay que evitar, pese al deseo de relacionarnos. De todo esto resulta una incapacidad de amar. Tal como Bauman afirma; lo sólido resulta insoportable, y así las relaciones con otros operan bajo las leyes del mercado, en tanto exigen liquidez, velocidad y no estar atado a demasiados compromisos. En sí, el amor líquido puede ser muy excitante, pero también es escueto, cosa que nos puede dejar una sensación de vacío existencial.

 

Después de esta explicación, resulta pertinente preguntarnos: ¿cómo es el amor líquido? A continuación, se esboza una lista de características puntuales:

 

– Ambivalente: estar juntos, pero a la vez no.

– Amor como consumo: obtener la mejor pareja disponible hasta que aparezca otra mejor.

 

– Obsolescencia programada: no dejar que el vínculo dure lo que tenga que durar; poner fecha de caducidad.

– Relaciones de bolsillo: la banca de suplentes siempre a mano.

– Descartable: no atar el nudo para poder soltar fácilmente y salir ilesos.

 

Ineludiblemente, existe una relación intrínseca entre el amor y el dolor. Esto explica por qué, en el consultorio, muchas veces los motivos de consulta con los que llegan los pacientes incluyen los avatares del amor: el desamor, el amor no correspondido, el amor de la madre o del padre, los conflictos sobre a quién ama más mamá o papá, o el temor al amor y a la sexualidad, como en la fobia o la histeria, con sus dramáticos triángulos amorosos. “Me ama, no me ama… ¿qué quiere ella de mí?”, dice un paciente. Frigidez, impotencia sexual… todo esto se “libra” cuando, como síntoma, se experimenta esa incapacidad para amar, teniendo como resultado sentimientos profundos de vacío en esta sociedad “líquida”.

 

 

 

Referencias:

 

Zygmunt, B. (2021). Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 2003)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco, fue el creador del concepto de modernidad líquida (1999). Su obra se ocupa de temas como las clases sociales, el movimiento obrero, el Holocausto judío, la modernidad, la posmodernidad, el consumismo, la globalización y el socialismo.

 

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