Sigmund Freud y el narcisismo universal e individual
Por Miguel Eduardo Torres Contreras
Un fuerte egoísmo preserva de enfermar,
pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo
y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar.
Sigmund Freud, Introducción del narcisismo.
Sin ser un filósofo o un científico, tal como comúnmente se entiende el término, Sigmund Freud ha influido de manera decisiva en la concepción que el ser humano tiene sobre sí mismo. Sus propuestas fueron fundamentales en el siglo XX y lo siguen siendo en el presente. Él mismo fue consciente de su alcance.
En uno de sus escritos de 1917, Una dificultad del psicoanálisis, menciona que el narcisismo universal, es decir, el amor propio de la humanidad, ha recibido tres graves afrentas desde la investigación científica. La primera, denominada cosmológica, fue llevada a cabo por Nicolás Copérnico en el siglo XVI. La percepción sensorial de que la Tierra no se mueve y la convicción de que era el centro del universo, eran garantía del papel dominante del hombre sobre el mundo, lo cual resultó ser una ilusión narcisista.
La segunda afrenta corrió a cargo de Carlos Darwin en el siglo XIX. El hombre se distanció de los animales diciendo que éstos carecen de razón y enfatizando que nuestra alma es inmortal y de origen divino. Esta arrogancia fue derribada por los estudios de este científico: el hombre es parte del reino animal, pariente de algunas especies y su cuerpo muestra semejanza con aquel mundo del que pretendió alejarse. Esta segunda confrontación, llamada biológica, le recordó al hombre que está mucho más cerca del mundo animal de lo que admite.
La tercera afrenta al narcisismo de la humanidad fue encabezada por el mismo Sigmund Freud y la designa como psicológica. El hombre ha creído durante siglos que su vida psíquica es solamente consciente, es decir, que el yo de cada individuo conoce plenamente a través de la consciencia todo lo que ocurre en su vida mental (pensamientos, emociones, sentimientos, etc.) y decide qué hacer usando su voluntad. Pero, en realidad, la vida psíquica del hombre es mucho más compleja.
Por ejemplo, un individuo siente angustia y enojo cuando ve desordenada su oficina: sabe que el desorden le causa angustia y enojo, pero no sabe por qué. Otro individuo puede sentir mucho miedo ante los insectos, pero no conoce las causas de tal comportamiento. Dice el fundador del psicoanálisis que el yo “no puede comprender por qué se siente paralizado de una manera tan rara” (Freud, 1917a, p. 133).
El psicoanálisis se dedica a indagar este tipo de actitudes y su origen, llegando a la conclusión de que una gran parte de la vida mental no está bajo dominio del yo y del imperio de su voluntad. El hombre ha sobreestimado el poder que tiene sobre sí mismo y su vida psíquica; en otras palabras: “el yo no es amo en su propia casa” (p. 135). En efecto, la vida mental del hombre no sólo está formada por el yo y la consciencia, sino que hay una instancia psíquica inconsciente, de cuyos contenidos el individuo nada sabe. Por tanto, dicha pretensión del hombre resulta ser una mera ilusión.
Así pues, el ser humano recibió tres golpes a su narcisismo en los últimos cinco siglos: no es el centro del universo, no es radicalmente distinto de los animales y no es dueño cabal de su vida psíquica y de sus decisiones. Esto lo ha despojado del lugar privilegiado que se construyó; él mismo lo ha deconstruido.
Pero, además de abordar este narcisismo universal o amor propio de la humanidad, Sigmund Freud planteó la existencia de un narcisismo en cada individuo. En 1914 publicó Introducción del narcisismo, un escrito muy importante por diversas razones. En él afirma que en todo ser humano hay un narcisismo primario presente en los primeros años de vida. Si se observa con atención a los bebés o niños pequeños, se constata que, en buena medida, sólo les interesa que los adultos satisfagan sus necesidades biológicas o sus demandas de amor, cuidado y protección. Creen que el mundo gira en torno a ellos y los adultos a menudo lo corroboran. Basta ver a los miembros de la familia cómo tratan a un bebé: lo abrazan, lo arrullan, le dicen palabras cariñosas; en el automóvil se pone un letrero que dice “bebé a bordo”. Freud utiliza una expresión que sintetiza este mundo que gira en torno al infante: “Su Majestad, El bebé”.
Este narcisismo primario nunca desaparece por completo. Antes bien, es el amor propio o sentimiento de propia valía que posee, en alguna medida, todo individuo. Es lo que muchos años después, en la década de los años 80 del siglo pasado, se denominó autoestima. De hecho, Freud utilizó en este escrito sobre el narcisismo el término “autoestima” sólo una vez.
Ahora bien, conforme va creciendo el infante e interactuando con su madre y demás personas alrededor suyo, ese amor que en un principio era sólo hacia sí mismo, ahora se va “colocando” también en las personas con las que se vincula y en las actividades que realiza. Surge el amor hacia su madre, su padre, sus hermanos, sus abuelos, algún juego, etc. Este paso es fundamental en el desarrollo de la psique de todo individuo; Sigmund Freud lo llamó amor de objeto.
Los vínculos amorosos de la temprana infancia, particularmente con los padres, son muy importantes, ya que constituyen la base sobre la cual se desarrollarán con los demás. Un ejemplo extremo ocurre en el enamoramiento: el ser amado ocupa los pensamientos y el tiempo del enamorado casi por completo; pareciera que se olvida de sí mismo a causa del otro, mientras que todo lo demás pasa a segundo término. Afortunadamente, tal estado es temporal; esto permite que conozca a la otra persona de una forma más realista.
Sin embargo, no todo queda ahí. Hay situaciones en las que el individuo se retrae, se repliega sobre sí mismo y no tiene gran interés en entrar en contacto con el mundo exterior. Esto sucede, por ejemplo, cuando alguien se enferma: no tiene ganas de salir, quiere quedarse en casa, busca que lo atiendan. Ocurre también cuando se experimenta una pérdida amorosa o cuando fallece un ser querido; la cercanía con las personas y las actividades que daban satisfacción, dejan de importar, el mundo se torna sombrío. Pero después de dicho repliegue narcisista, por lo general, el individuo vuelve a su vida cotidiana y restablece su vinculación con el mundo y la gente.
En resumen, la vida de cada persona es una constante oscilación entre su amor propio (narcisismo) y su amor por los demás (amor de objeto). Lo más conveniente es lograr un equilibrio dinámico entre ambos. Ello posibilita que la persona se cuide y busque su desarrollo y, también, vea por el otro y promueva su crecimiento.