Por Miguel Eduardo Torres Contreras
Desde hace muchos años, si no es que más de un siglo, diversos pensadores han cuestionado el tipo de civilización que ha surgido a partir del siglo XVI en lo que llamamos Occidente: un mundo gobernado por la ciencia, la tecnología, la democracia liberal, la economía de libre mercado, etc. La crítica se ha desarrollado desde diversas disciplinas (como la filosofía, la sociología o el arte) y ha abarcado distintos ámbitos de la vida humana (como la religión, la familia o la educación formal). Las relaciones amorosas, al ser un ámbito de la vida humana que se ha visto afectado por este tipo de civilización, no han sido la excepción en esta crítica.
En efecto, podemos citar sólo dos pensadores contemporáneos, Byung-Chul Han y Zygmunt Bauman, que se inscriben dentro de la línea de autores que cuestionan las formas de relación amorosa del ser humano contemporáneo. Byung-Chul Han, filósofo de origen sudcoreano radicado en Alemania, escribió un texto titulado La agonía de Eros (2017). Alain Badiou, filósofo francés, argumenta de manera más bien radical en la introducción de este libro que el amor está, tal vez, muerto. ¿Quién es el autor de este crimen de lesa humanidad? El individualismo contemporáneo, que refiere todo a un precio en el mercado. El amor, continúa Badiou, no es “un simple pacto de coexistencia agradable entre dos personas, sino la experiencia radical, tal vez la única que pueda serlo hasta tal punto, de la existencia del otro” (p. 10).
El mismo Han sostiene que hoy en día se habla mucho de la muerte del amor. Hay quienes dicen que el amor muere por la ilimitada posibilidad de elecciones en la actualidad. Otros sostienen que el amor muere debido a una excesiva racionalización, la cual enfría la pasión. Según mi criterio, agregaría que, si Nietzsche proclamó la muerte de Dios y Foucault propuso la muerte del hombre, ahora, siguiendo a Badiou y a Han, hablamos de la muerte del amor o de la agonía de Eros. Para Han, no es la libertad sin fin ni las posibilidades ilimitadas lo que mata el amor. No se trata sólo del exceso de oferta de otros, sino, sobre todo, de la erosión del otro en la vida humana actual; es decir, el excesivo narcisismo de hombres y mujeres contemporáneos. Es el infierno de lo igual lo que mata la posibilidad del encuentro con la radical alteridad del otro y, por tanto, anula la experiencia amorosa, que implica la aceptación de la existencia del otro diferente. Para este tipo de persona, el mundo es sólo un conjunto de proyecciones de sí misma. No es casual que hoy en día abunde el sujeto narcisista–depresivo, es decir, mujeres y hombres agotados y fatigados de sí mismos.
Por su parte, Zygmunt Bauman, en su libro Amor líquido (2007), retoma la novela El hombre sin atributos de Robert Musil para hablarnos del sujeto contemporáneo, quien busca conectarse con otros, pero esa conexión no debe estar bien anudada, de modo que, cuando las condiciones cambien, pueda desatarse sin mayor problema. En otras palabras, no hay posibilidad de vínculos inquebrantables y permanentes.
Existe una extraña fragilidad en los vínculos humanos actuales, una fragilidad que provoca un sentimiento de inseguridad, ambigüedad y ambivalencia: hay un impulso por estrechar lazos y, al mismo tiempo, la posibilidad de que estén flojos para desanudarlos cuando se considere conveniente. La paradoja de los sujetos contemporáneos radica en su desesperación por vincularse y, simultáneamente, en su desconfianza hacia el hecho de estar vinculados, especialmente de forma permanente. Este estado es una carga que, paradójicamente, puede limitarlos a vincularse nuevamente. Sobre este tema, Bauman señala que las relaciones hoy en día: “Oscilan entre un dulce sueño y una pesadilla…” (p. 8).
Citamos a estos autores para proponer un par de reflexiones desde la visión psicoanalítica y que nos ayuden a comprender las diversas formas que adquieren los vínculos en nuestras sociedades actuales. Desde nuestra mirada psicoanalítica, el narcisismo es una realidad psíquica, como otras, inherente al ser humano. Es un patrimonio psíquico de la humanidad, al igual que otros patrimonios psíquicos. En otras palabras, el ser humano ha tenido, tiene y tendrá siempre un aspecto narcisista. Freud lo plantea como una etapa universal por la que todos pasamos en la constitución de nuestra mente y personalidad.
No nacemos amando los objetos; la elección y el amor de objeto implican una ruptura del narcisismo primario. Suponen salir del yo para reconocer al no-yo, al otro, en su existencia y su diferencia. Cada persona vivirá este proceso de manera única, y la forma en que lo atraviese (junto con otros procesos psíquicos) determinará su particular funcionamiento psíquico. Por lo tanto, desde nuestra perspectiva psicoanalítica, de entrada, no entendemos el narcisismo como algo negativo ni patológico per se. Esto no quiere decir que el narcisismo no pueda alcanzar niveles extremadamente patológicos.
Retomando a Badiou, Han y Bauman, coincido en que, como ellos afirman, existe un contexto socio cultural con ciertas características que fomentan, enfatizan y, en casos extremos, absolutizan la importancia del yo en detrimento del otro. Y si al otro se le concede algún lugar en la mente, es sólo desde una posición predominantemente narcisista, como un objeto que satisface el propio placer o goce. Aquí es donde la tecnología actual juega un papel clave en la exacerbación del narcisismo. Más que relacionarse, el discurso actual se centra en conectarse: “Ya estoy conectado en Zoom”, “Nos conectamos a tal hora”, etc. La tecnología actual posibilita la inserción en la realidad virtual, con la posibilidad latente de desconectarse. Una persona puede iniciar un intercambio y conectarse con otra cuando quiera, en cualquier momento y lugar. La tolerancia para postergar la satisfacción se reduce al mínimo, lo que posibilita la búsqueda de satisfacción inmediata; es decir, que una fantasía pueda convertirse en una realidad concreta. Hay aplicaciones que permiten que una persona se pueda conectar con otra en un radio determinado de metros y, en poco tiempo, encontrarse en un café, restaurante, hotel o en el domicilio particular de alguna de las dos.
Asimismo, este individuo puede suspender el intercambio y desconectarse cuando así lo considere conveniente, incluso sin decirle nada al otro. Más aún, tiene el poder de borrar el perfil del otro o sacarlo de su esfera de interés. Peor aún, puede bloquearlo, es decir, negarle temporal o definitivamente la posibilidad de volverse a conectar, de entrar en el mundo virtual y mental. Es como si el otro dejara de existir por el hecho de bloquearlo. Tal es este poder narcisista, exacerbado por la posibilidad real de satisfacción inmediata o por la omnipotencia de decidir en qué momento el otro deja de existir en el intercambio virtual.
Asimismo, este entorno tecnológico tiene sus efectos en las amplísimas posibilidades de elección en dos sentidos. Por una parte, a través de las aplicaciones y sitios de citas, se puede elegir al otro según los gustos del sujeto elector: tipo y color de cabello, estatura, color de piel, color de ojos, nacionalidad, estatura, estado civil, nivel de ingresos, tipo de cuerpo, orientación sexual, prácticas sexuales, etc. El otro se convierte en un platillo a la carta que puede ajustarse a los propios gustos. Esto me recuerda a un restaurante de enchiladas donde el comensal podía elegir el tipo de tortilla (azul, blanca, roja); el tipo de carne (pollo, cerdo); el tipo de salsa (verde, roja, pasilla, chipotle); el tipo de queso; cebolla blanca o morada; etc. Así pues, el otro es como yo quiero que sea, no como realmente es. Por otra parte, no sólo se puede elegir a una persona, sino a dos, tres, o tantas como desee y le sea posible a quien elige. La tecnología actual permite que un sujeto pueda estar conectado con otros al mismo tiempo y elegir con quién quiere establecer una relación. El clásico triángulo edípico queda sobrepasado. La satisfacción omnipotente narcisista es evidente, lo cual implica en términos psicoanalíticos una regresión a un estado mental temprano.
Han habla de las sociedades actuales como sociedades pornográficas. Es decir, aborda la clásica oposición entre Eros y Pornografía. Lo porno es la antípoda y aniquila al Eros. Para Han, el amor y la sexualidad no están amenazados por la moral, la represión, la razón científica o la sublimación, sino por la obscenidad del porno. La exposición franca y descarnada del cuerpo, e inclusive del rostro, sin espacio para el misterio, la ritualización, el conocimiento paulatino o la seducción, lo que atenta contra el amor. En una sociedad capitalista y tecnologizada, donde todo se convierte en mercancía en exhibición, los cuerpos y las personas corren la misma suerte. El autor se refiere no solamente a la pornografía como tal, sino a una sociedad en la que, a través de la tecnología actual, todo se exhibe. En este sentido, agregaríamos que la mirada adquiere un hipervalor. Hemos pasado del Homo Videns (2015) de G. Sartori, al Homo Voyeur y al Homo Exhibens actual. Mirar y ser mirado, sin necesariamente entrar en relación con el otro y sólo aceptar su existencia y alteridad, es una situación que puede exacerbar el narcisismo.
Esta breve y somera descripción del contexto sociocultural es donde el ser humano lleva a cabo sus vínculos, especialmente los amorosos. Un contexto que lo afecta: que exacerba su narcisismo negando la existencia del otro; que fomenta la búsqueda de una satisfacción inmediata sin posibilidad de postergación o reduciéndola al mínimo; que alimenta la ilusión de una omnipotencia narcisista infantil en la que se elige y se desecha al otro a conveniencia. Al mismo tiempo, esta forma de vincularse con los sujetos contemporáneos refuerza este contexto sociocultural narcisista, de lo inmediato, de lo fugaz y de la ilusoria omnipotencia. El resultado son vínculos frágiles, instantáneos o de breve duración, que brindan una satisfacción fugaz. Vínculos líquidos, diría Bauman, que dejan tras de sí un vacío de insatisfacción y conducen a una nueva búsqueda, una y otra vez.
Finalmente, es importante precisar que, desde nuestra perspectiva psicoanalítica, la forma de relacionarse en este contexto sociocultural está permeada en buena medida por el tipo de funcionamiento psíquico de cada sujeto. Son sus fantasías inconscientes, su fortaleza yoica, sus deseos, su tipo de ansiedades, entre otros aspectos, las que van a jugar un papel fundamental en la manera en que hace vínculos.
Referencias bibliográficas
Freud, S. (1914). Introducción del narcisismo. En Obras Completas (vol. 14, pp. 65-98). Amorrortu.
Han, B-Ch. (2017). La agonía de Eros. Herder.
Bauman, Z. (2007). Amor líquido. FCE.
Sartori, G. (2015). Homo videns. Debolsillo.