Redes sociales: nuevas expresiones de viejas pasiones

Por Guillermo Nieto Delgadillo

Las tecnologías de la información y la comunicación, comúnmente conocidas como TICs, han revolucionado la forma en la que el ser humano transmite y recibe información. El internet y las herramientas asociadas al mismo le han permitido al individuo pasar de ser un receptor completamente pasivo de información a alguien que coopera y aporta contenido a la vasta red de información mundial.

Dentro de este fenómeno, conocido como Web 2.0, las redes sociales han ocupado un lugar privilegiado, ganando terreno y usuarios diariamente. Facebook, Twitter, YouTube e Instagram destacan entre estas plataformas que en sus inicios dieron la esperanza de cambiar, no solamente la manera en la que se distribuye la información, sino los mismos contenidos generados. Actualmente existe un sector de la población desencantado de notar que, en realidad, la esencia del material audiovisual no dista mucho del proporcionado por la televisión y, sin embargo, cada vez más personas suben y descargan fotografías y videos tanto propios como de conocidos y de famosos, pasando buena parte de su tiempo en el proceso. Independientemente de la herramienta utilizada, ¿qué motiva al individuo a invertir tal cantidad de tiempo viendo, escuchando y proporcionando materia prima e información personal a estos espacios virtuales?

Las necesidades de ver y ser visto como catalizadores de la generación de contenido en las redes sociales

El ser humano tiene una necesidad innata de observar su medio ambiente y ser notado. En un inicio, estos fenómenos servían (y aún lo hacen) para fines de supervivencia personal; sin embargo, con la evolución tanto de la raza humana como de la persona, a lo largo de su vida, estas necesidades biológicas se transformaron en los placeres que muchos conocemos como exhibicionismo y voyerismo. Antes de la aparición de las redes sociales, la televisión era el medio perfecto para el despliegue socialmente aceptado de estos gustos. Los famosos programas de chismes que muestran la vida íntima de las personas servían como escenarios que reflejan la necesidad del niño pequeño de enterarse qué es eso tan interesante que hacen mamá y papá, pero que el hijo no puede hacer y genera una curiosidad y necesidad de intrusión enormes. Esta necesidad nos recuerda que la infancia siempre está presente –escondida– en la vida adulta, aunque no lo advirtamos.

Las redes sociales permitieron convertir esta situación en algo menos impersonal al reemplazar a los famosos por los seres más cercanos al observador curioso que ingresa a su perfil para ver fotos de viajes, amigos y parejas, unas veces generando alegría, y otras dando pie a que los celos, ese sentimiento tan universal, florezca de las formas más diversas posibles: desde meterse constantemente al usuario de la persona querida, hasta conseguir el contacto de la pareja para enviar mensajes de odio.

De igual manera, la necesidad de ser visto y admirado que tenemos desde pequeños se refleja en el material que solemos subir a las redes para conseguir seguidores y likes. Instagram se convirtió en la plataforma ideal, no solamente para  curiosear o subir material, sino para intentar mostrar la mejor versión que uno se arma en la cabeza sobre su propia persona.

La mayoría del contenido de Instagram refleja un ideal personal, ya sea de posesiones, de viajes o de comida, generando al mismo tiempo una cantidad importante de presión para el generador de contenido, quien constantemente está pensando en la mejor fotografía o video para impresionar a los demás, pero que finalmente es la continuación de la necesidad que tiene todo niño de ser perfecto, como ese papá o mamá ideal y todopoderoso que tiene en la cabeza.

El riesgo de no lograr esa perfección buscada es la depresión y la sensación de rechazo que ha acarreado gran cantidad de suicidios en adolescentes, o las muertes accidentales por estar buscando la mejor selfie.

La ironía de la compañía y la soledad en la Web 2.0

Uno de los temas más controvertidos en torno a las redes sociales es si éstas han unido más a las personas o si, por el contrario, esta compañía es una ilusión que encubre uno de los fenómenos más preocupantes del siglo XXI: la soledad. Una de las funciones secundarias más conocidas de la televisión es la de servir como acompañante para el sector de la población que más solo se encuentra. Solemos prender la TV para generar un ruido que nos haga sentir en compañía o, en muchas ocasiones, que nos evite tener prácticamente cualquier pensamiento. Las redes sociales han sido muy eficientes llevando a cabo estas dos funciones simultáneas; personas tanto en el trabajo como en el hogar deslizan la pantalla hacia abajo continuamente sin poner mayor atención en lo que sucede frente a ellos.

Un like es olvidado segundos después de haber sido otorgado, y las horas tanto en el hogar como en la oficina suelen pasar más rápido sin la necesidad de hacer mayor esfuerzo mental que el de decidir entre seguir “scrolleando” o detenerse un momento a comentar alguna publicación; la soledad y el pensamiento quedan automáticamente reemplazados por compañía y desmentalización que hacen más llevadera la cotidianeidad.

En la delicada balanza entre lo benéfico y lo perjudicial

En realidad, como toda tecnología creada por el hombre, las redes sociales por sí solas no tienen una significación positiva o negativa; nos corresponde como especie darles el mejor uso posible, y una de las mejores formas de hacerlo es conociendo las motivaciones, conscientes e inconscientes, detrás de nuestros hábitos tanto de acceso como de contenido creado y descargado.

Es responsabilidad de todos darles el uso adecuado a estas herramientas tan poderosas que, como nos ha demostrado la historia, tienen la capacidad de proteger la verdad, así como de destruirla. La línea entre ambas es más fina de lo que parece; la publicación de una mentira o de una difamación es cosa de todos los días; los índices de depresión asociados al uso de estas plataformas van en aumento, y la necesidad incesante de obtener más seguidores lleva a situaciones cada vez más preocupantes. ¿Seremos capaces de cargar la balanza hacia el progreso y el bienestar común?

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