Recomendación literaria: La incertidumbre del cuerpo en «Yo que nunca supe de los hombres», de Jacqueline Harpman

Por Blanca Herrmann

Yo que nunca supe de los hombres (1995/2022), de la escritora y psicoanalista belga Jacqueline Harpman (1929-2012), construye una distopía postapocalíptica en la que una mujer narra sus días en un búnker, encerrada bajo tierra junto a otras 39 mujeres, vigiladas constantemente por hombres. Incomunicadas tanto con el exterior como con los guardias, apenas alimentadas y restringidas a una enorme celda panóptica, estas mujeres pasan días, meses y años cuestionándose qué sucedió, cómo llegaron allí y por qué están encarceladas. Solo recuerdan caos, gritos y, posteriormente, amnesia.

Un día, el sonido de unas sirenas que nunca habían escuchado provoca la huida de los guardias, quienes dejan las llaves en el cerrojo de la puerta al momento de alimentarlas. Asustadas, las mujeres se encuentran libres de sus captores, pero pronto comienzan a cuestionar esta libertad. Al salir del búnker, se enfrentan a un mundo desolado y una tierra semidesértica, donde apenas crecen algunos árboles y fluyen algunos ríos. La protagonista y las demás mujeres se convierten en exploradoras: buscan a otras personas, buscan respuestas, buscan su pasado, pero parece que están solas en una tierra que ya no es tierra, en una realidad estéril. La novela se caracteriza por una constante frustración y especulación, tanto a nivel de lectura como en la experiencia de las propias mujeres dentro de la trama. Las preguntas sobre qué las llevó a esa realidad tan gris nunca encuentran respuesta. Por esta razón, la protagonista decide dejar un registro de su experiencia, con la esperanza de que algún día alguien lo lea.

La tierra desolada parece existir en un eterno presente: sin señales de vida, sin estaciones, sin paisajes; solo hay un vasto terreno que se extiende por kilómetros y kilómetros. Una de las mujeres incluso llega a pensar que han sido llevadas a otro planeta y abandonadas allí. Otras creen que son víctimas de un experimento fallido. Algunas se preguntan por qué los guardias huyeron y por qué nunca pudieron hablar con ellos. ¿A dónde se fueron? ¿Escaparon del planeta? Sin embargo, este potencial especulativo permite ir más allá de la trama superficial de las mujeres atrapadas en un mundo postapocalíptico. La novela invita a reflexionar sobre cómo se construye una memoria de la violencia ejercida sobre el cuerpo femenino a través de la escritura, tal como lo hace la protagonista al narrar su experiencia de opresión.

A lo largo de su travesía, las mujeres experimentan el “absurdo de la cosa” (p. 87), es decir, el intento de sobrevivir y comprender qué sucedió en el pasado, o más bien, de regresar a la vida que llevaban antes del encierro. Sin embargo, el documento que tenemos resulta ser una suerte de memoria o un intento de abrazar una idea de humanidad que ya no existe. El planteamiento distópico de la obra también explora qué ocurre con los cuerpos femeninos en un mundo que parece estéril. La protagonista, quien es una niña mientras está en el búnker y se convierte en adulta al escribir sus memorias, realiza constantes comparaciones entre el mundo y su vientre: “Nunca había visto tierra labrada, pues no teníamos semillas ni nada que plantar, y mi útero nunca se había tenido que dilatar para acoger a un hijo, así que si encogía o se secaba no tenía importancia” (p. 82). La narradora hace hincapié en la ausencia de la menstruación y, por ende, en la infertilidad de la tierra que habitan.

Por este motivo, es interesante analizar la historia también como una metáfora de la exploración de los cuerpos que se encuentran fuera de la norma heteropatriarcal, donde las mujeres se cuestionan qué ocurre al estar alejadas del ideal femenino de la reproducción y la fertilidad. Como señala Lorie Sauble-Otto, el libro de Harpman se inscribe en una corriente de obras del nuevo milenio que se centran en la mujer y exploran el cuerpo femenino en busca de significado y sentido en contextos posmodernos, caracterizados por la lucha por la supervivencia y el devenir de la identidad (2005, p. 59). Esto se hace evidente mientras las mujeres están encerradas. Parecen estar despojadas de su humanidad, apenas reciben alimento, no tienen privacidad para ir al baño, y se les niega la posibilidad de tocar a sus compañeras o de dirigirse a los guardias masculinos. Si alguna de ellas alza la voz o intenta quebrantar alguna regla, los hombres levantan y hacen sonar un látigo que las aterroriza. Aunque nunca las golpean ni las tocan, las observan únicamente para asegurarse de que no cometan ninguna transgresión, por lo que pareciera que solo cuidan objetos.

Así, la cualidad especulativa y la falta de respuestas en el libro nos invitan a reflexionar sobre los abusos del cuerpo cuando se le arrebata la autonomía. También plantea un cuestionamiento sobre qué sucede con los cuerpos que no “cumplen su función”, como ocurre con la protagonista, quien vive fuera de la norma patriarcal debido a su esterilidad. Asimismo, la obra genera tensiones en torno a la supervivencia, el poder y el género en un mundo desolado, donde se busca constantemente un sentido tras una catástrofe que ha atentado contra el cuerpo y la naturaleza humana.

Referencias:

Harpman, J. (2022). Yo que nunca supe de los hombres. Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1995).

Sauble-Otto, L. (2005). Writing to Exist: Humanity and Survival in Two fin de siècle Novels in French (Harpman, Darrieussecq). L’Esprit Créateur 45(1), 59-66. https://dx.doi.org/10.1353/esp.2010.0482.

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