¿Qué es un objeto transicional?
Por Ana Livier Govea
Donald Winnicott fue un psicoanalista inglés que desarrolló una teoría de la “transicionalidad” a partir de las observaciones de bebés y del uso que estos les daban a los primeros objetos. Esta teoría es de una genialidad e importancia imprescindibles para el pensamiento psicoanalítico, en tanto ayuda a comprender y a ampliar las ideas sobre la estructuración psíquica.
Esta idea de transicionalidad implica la existencia de un espacio potencial, entendiéndola así como un área de experiencia intermedia entre la realidad psíquica y la realidad exterior, entre el yo y el no-yo, entre lo subjetivo y lo objetivo. Es decir que los fenómenos transicionales pertenecen a un área de experiencia que permite al infante constituirse como persona, afirmarse como sujeto y relacionarse con el otro… aun en su ausencia.
Dentro de estos fenómenos encontramos al objeto transicional, entendido como un fenómeno transicional específico que está en el ámbito de la ilusión. Este objeto tiene como cualidad ser el representante del pecho materno. Para Winnicott, mucho más importante que el hecho de que el objeto transicional represente a la madre, resulta vital justamente eso: la circunstancia de no ser la madre. Veamos más a detalle: se trata de un objeto que representa la transición que va del estado de fusión con la madre en el que se encuentra el bebé a un estado en el que la puede reconocer como algo externo y separado.
Para los adultos este objeto, el cual puede ser un osito de peluche, un trapo, una manta o algún juguete suave y maleable, tiene un origen exclusivamente externo, en tanto es un objeto concreto; sin embargo, dentro de la mente del bebé no se percibe de la misma manera. Es importante tener en cuenta que este objeto tampoco proviene del interior, puesto que no es una alucinación; no es el objeto de la realización alucinatoria del deseo en el sentido de Freud.
Sobre este objeto, el infante tiene todos los derechos; lo puede morder, chupar, arrojar, golpear, amar, dormirse con él… incluso puede hacer que parezca que el objeto tiene vida propia. Aunque la variedad de objetos transicionales es ilimitada, comparten en general la característica de poder ser poseídos y manipulados por el bebé, y a la vez la de ser capaces de conservar el olor de la madre u otras características particulares de ella. De esta manera, el objeto le permite al niño renunciar a la posesión omnipotente de mamá, conservando algo de ella (puesta en el objeto) y de la seguridad que ella le proporciona.
Este objeto es la primera posesión “no-yo” del infante, un objeto material que celebra el vínculo con el mundo exterior, que anima a vincularse con el mundo, a aceptarlo y reconocerlo como real. Este objeto (una manta, un peluche, una borolita de tela, de lana o el canto de arrullo) se utiliza y, finalmente, cuando el niño lo cree conveniente, se le abandona en un limbo. Éste es un objeto externo que le es realmente suyo, el primer símbolo que crea para auxiliarse a entender que mamá es “otro” aparte de él.
Es necesario recalcar la importancia de este objeto; incluso los padres de manera intuitiva parecen comprender lo importante que es, lo respetan y no hacen preguntas sobre su “origen” o función; entienden que no hay que lavarlo, aunque esté sucio y huela mal, saben que será el acompañante de los viajes y salidas familiares, puesto que el niño lo lleva a todos lados como si fuera una parte de él mismo, necesario para ampararlo en los momentos previos al dormir y cuando el niño puede sentir ansiedad o depresión. Este objeto es sólo suyo y no puede ser modificado, cocido, lavado o “mejorado”; es este objeto blanco de mimos y caricias, pero también de hostilidad y violencia que el niño ejerce sobre él. Es estrictamente necesario que este objeto “aguante” las descargas afectivas del niño, las experiencias de amor y odio que acompañan todo vínculo posterior.
Si hemos hablado acerca de la doble función de este objeto, entiéndase unir y separar, también es necesario reconocer que es la madre en primera instancia quien debe permitir que dicha separación entre ella y su bebé ocurra, para que de esta manera el niño pueda ser capaz de desarrollar y estructurar su psiquismo. Por lo tanto, es en esta etapa de separación respecto de la madre cuando el niño recurre al objeto transicional como un elemento que le permitirá tolerar la angustia que esto le provoca.
En el curso del desarrollo normal, una vez que el niño logra separarse y diferenciarse de la madre, el objeto es abandonado, mandado al olvido y el niño será capaz de desprenderse de él. Sin embargo, existen casos patológicos en los que el objeto transicional puede convertirse en un objeto fetiche en la edad adulta y persistir como una cualidad indispensable en la vida sexual del sujeto. O bien, frente a las dificultades ante la separación respecto de la madre podemos encontrar los fenómenos de adicción a sustancias,[1] cuando el individuo sustituye a la madre por la droga; es decir, que la droga cumpliría en el adulto la misma función que el objeto transicional en la infancia.
El abandono del objeto transicional faculta la capacidad de utilizar la ilusión y los símbolos, conceptos intrínsecos e indisolubles de la creatividad y el juego. Posibilita que el niño pueda reconocerse como sujeto distinto a la madre, permite dar razón de que hay otro que es distinto a mí y con el cual me puedo vincular, reconociendo la realidad interna y externa, la subjetividad y la objetividad, la fantasía y la realidad.
¿Quién diría que a ese osito de peluche le debemos peaje por ser el faro que alumbraba nuestro transitar hacia la adultez?
Referencias
Escribens, A. (2012). Los fenómenos y objetos transicionales en la reorganización perdurable del ámbito subjetivo. Revista Psicoanálisis, 10: 31-41.
Winnicott, D. W. (1953). Transitional Objects and Transitional Phenomena: A Study of the First Not-Me Possession. International Journal of Psycho-Analysis, 34: 89-97.
Winnicott, D. W. (2008). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
Winnicott, D. W. (2013). Exploraciones psicoanalíticas. Buenos Aires: Paidós.
[1] En este apartado hago referencia a “droga” como cualquier cosa que pueda generar adicción. Por ejemplo, comida, sustancias psicoactivas, alcohol, etcétera.