Psicoanálisis y religión: ¿un conflicto ineludible, un problema insoluble, una integración imposible?
Por Miguel Eduardo Torres Contreras
Sabemos que Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis, fue un autor que surgió como resultado de la racionalidad moderna, a la cual promovió. Paradójicamente, también propuso ciertas bases para la crítica de esta forma de ver el mundo y al ser humano. Carlos Domínguez (1992) retoma la afirmación de Jacques-Alain Miller, quien ha sostenido que Freud fue un “rebelde leal”.
Como hombre de su tiempo, partícipe de una visión materialista y positivista, Freud hizo eco de la profecía del “fin de la religión”. La racionalidad científica y el tiempo que todo lo marchita, lograrían paulatinamente debilitar esa vana ilusión que es la religión. Desde que Freud era estudiante de medicina, en la Universidad de Viena, se asumió como ateo, si bien, frecuentó a Franz Brentano, exsacerdote dominico, quien era la máxima figura filosófica en esos momentos en dicha universidad.
Freud le escribió en una carta a su amigo, Eduard Silberstein, sobre la impresión que le causó Brentano, diciéndole que era un hombre extraño porque era creyente y teólogo, al mismo tiempo que darwiniano, inteligente y casi genial. Muchos años después, en su escrito Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907/1992b), Freud afirmó, sin matiz alguno y de forma demoledora, que la religión era una neurosis universal y la neurosis obsesiva una religión particular.
Primero, en su estudio sobre Leonardo (1910) y luego en el caso Schreber (1911), dejando de lado la cuestión sobre la validez del psicoanálisis aplicado, Freud empieza a relacionar la figura del padre con la imagen de Dios. Es importante hacer notar que, en el caso Schreber, vemos cómo la paranoia y el delirio de este juez están impregnados de tintes religiosos. Así, la psicosis paranoide, una de las neurosis narcisistas según la visión freudiana, está atravesada por el conflicto con el padre y la imagen de Dios del discurso religioso. Pero es en Totem y tabú (1913/1991) donde Freud plantea el origen común entre neurosis y religión: el conflicto edípico.
En efecto, en el complejo de Edipo como estructura básica universal, tanto la neurosis como religión tienen una identidad de origen. Así, la religión eterniza el conflicto con el padre, quien es elevado ahora a la categoría de Dios, por lo que éste “[…] es una sustitución y una magnificación del padre” (Domínguez, 1992, p. 38). Conflicto donde la ambivalencia, el amor y el odio, sigue teniendo un papel central.
Este conflicto y su ambivalencia inherente serán la base para la explicación de esa doble figura deformada del padre: Dios y el Demonio. La nostalgia y el amor al padre crean la imagen de Dios. El odio y el temor crean la de Satanás. Finalmente, tanto en la neurosis como en la religión hay un retorno de lo reprimido: en la primera, el síntoma; en la segunda, el dogma, la moral y los rituales.
En El porvenir de una ilusión (1927/1992a), texto dedicado abiertamente al estudio de la religión desde la visión psicoanalítica freudiana, se sostiene que la religión es una forma de protección frente a la neurosis. En efecto, la adaptación a esta neurosis general exime a los seres humanos del trabajo de construir una neurosis personal. Cubre la necesidad de dependencia, apoyo y guía de los seres humanos, y, así, libera al creyente de asumir los riesgos de su propia libertad. Por eso, la pérdida de la religión tiene como consecuencia el incremento de las neurosis. Esto indica que no todo mundo es capaz de asumir una postura atea. Asimismo, la religión contribuye a la siempre difícil renuncia pulsional y a la solución a los conflictos entre padres e hijos en la vida social. Por tanto, la religión tiene una función positiva en la historia evolutiva de la humanidad. La visión freudiana de la religión no es una visión negativa absoluta.
En efecto, si el animismo supone un estado narcisista e infantil de la humanidad, la religión supone, por su parte, una renuncia de esa omnipotencia, en favor de los dioses, a semejanza de la relación y elección de objeto de tipo anaclítico en el individuo. Este desarrollo culminará con la visión científica y racional del mundo y la vida humana misma. Sin embargo, años más tarde, Freud se dio cuenta de que tal proyecto secularista tenía enormes dificultades, porque la religión involucra las más intensas emociones humanas. Entonces, hay sujetos incapacitados para vivir sin una fe religiosa.
Aunque Freud no relaciona de manera sistemática el conflicto edípico con el ateísmo, si hace mención de que éste, o la blasfemia, son expresiones de la intensa ambivalencia ante el padre. Esto queda ilustrado de forma muy clara en el historial de El hombre de los lobos. También en Leonardo y en Schreber se hace presente la relación entre ambivalencia e increencia: en el pintor, como irreligiosidad, y en el juez, como escepticismo religioso antes del estallido de su padecimiento.
Otra línea más de la visión de Freud sobre la religión es el nexo que establece entre ésta y la psicosis: la locura. Si bien, no llega a equiparar la religión con la psicosis, sí hay un punto de analogía entre ambas: la ilusión. Para entender la ilusión como punto de encuentro entre psicosis y religión, Freud usa el modelo de la elaboración onírica.
En otras palabras, la ilusión religiosa es semejante a la psicosis que se produce durante el sueño, donde el sujeto se repliega sobre sí mismo de forma narcisista, suspende su relación con el mundo real y lleva a cabo una realización alucinatoria de sus deseos. El hombre religioso hace algo parecido: se aparta de la realidad y niega sus limitaciones, se distancia del mundo y sus creencias religiosas son una especie de feliz locura alucinatoria. Esta visión de la religión como una ilusión es la tesis central del texto que Freud dedicó a la comprensión de la religión desde el psicoanálisis: El porvenir de una ilusión (1927/1992a).
Freud es hijo de su tiempo, participa activamente de esa visión racionalista, científica y optimista, propia de su época. Se inscribe en la corriente crítica hacia la religión, que tiene en Ludwig Feuerbach a uno de sus máximos exponentes, autor al que Freud leyó. Sin embargo, el contexto cultural y epistemológico de nuestros días no es el mismo que el de Freud, por lo que surge la pregunta de si las tesis freudianas siguen siendo vigentes. Al menos, la religión no ha desaparecido. A su vez, surge la pregunta sobre las visiones de autores postfreudianos, así como la pregunta sobre el trabajo clínico cuando la creencia religiosa se hace presente en el discurso de los pacientes. ¿Qué hacer cuando Dios se hace presente en el diván?
Algunas de estas preguntas y posibles ideas para reflexionar son las que abordaremos en el encuentro “Psicoanálisis y religión”.
Referencias.
Domínguez, C. (1992). Creer después de Freud. San Pablo.
Domínguez, C. (2000). Psicoanálisis y religión: diálogo interminable. Trotta.
Domínguez, C. (2006). Experiencia cristiana y psicoanálisis. Sal Terrae.
Freud, S. (1992a). El porvenir de una ilusión. Obras Completas (vol. 21). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1927).
—. (1992b). Acciones obsesivas y prácticas religiosas. Obras Completas (vol. 9). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1907).
—. (1991). Totem y tabú. Obras Completas (vol. 13). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1913).
Weger, K-H. (1986). La crítica religiosa en los últimos tres siglos. Herder.