¿Por qué necesitamos límites en la infancia?

Por Víctor H. Ruiz

Es posible que, en alguna ocasión, hayas presenciado una escena como la siguiente: Carlitos, un niño de 6 años, llora incontrolablemente en el centro comercial debido a que sus padres no acceden a comprarle un juguete que tomó del anaquel. Ellos le explican que, unas horas antes, ya le habían comprado algo y no lo harán de nuevo. Carlitos llora con más intensidad, grita y se tira al piso dramáticamente, patalea e insulta a sus padres, quienes, avergonzados y sin saber qué hacer, le compran el juguete; piensan que es la única forma de calmarlo. Parece que el niño ha encontrado la manera de obtener nuevamente lo que quiere. ¿Cómo podemos explicar lo que pasa con Carlitos y sus padres?

Para comenzar, es importante puntualizar que la mente de los niños no funciona de la misma manera que la de los adultos; ellos tienen dificultades para ponerse en el lugar del otro, es decir, no son muy empáticos; quieren tener todo lo que desean y ganar a toda costa; no les gusta compartir; les cuesta esperar así como tolerar la incomodidad y no tienen dificultades en hacer ver sus emociones, desde el más penetrante enojo –como es el caso de Carlitos–, hasta su amor intenso e idealizado. Cada una de estas características se entiende si pensamos que la mente infantil se distingue por sus componentes narcisistas, lo que conocemos como narcisismo primario o infantil, necesario y normal a lo largo de toda la niñez; pero que se espera evolucione hacia un narcisismo menos extremo y más sofisticado, que dé espacio para pensar, valorar y preocuparse por los otros. Este desarrollo y los rumbos que tome dependerán de las características, habilidades y capacidades emocionales de cada niño, pero también del papel y función que los padres desempeñen.

A lo largo de la infancia, los padres cumplen una función importante ya que los niños tienen dificultades para autorregularse, contenerse, calmarse e incluso preservar su seguridad, y son los padres los que hacen este trabajo. Con sus estilos de crianza, el modo en que se comunican, sus creencias y los límites que imponen ayudan a que sus hijos incorporen ciertos entendimientos sobre el lugar que ocupan, tanto en la familia como en la vida, por ejemplo, que no lo pueden tener todo, que no siempre recibirán un trato especial, que deben esperar su turno, que pueden ir enfrentando y conteniendo sus emociones, que es conveniente ser cuidadosos con los otros y muchas ideas más, que son necesarias para poder establecer relaciones equilibradas, íntimas, de mutuo cuidado y amor. Es como si la voz de los padres, que antes regulaba desde lo externo, se fuera haciendo propia, incluyéndose en el propio repertorio mental, permitiendo que, paulatinamente, sea el mismo niño quien se autolimite, cuidando de sí mismo y de los demás.

¿Qué sucede en el escenario en el que los padres “fallan” al poner límites o los niños simplemente no los toleran? En estos casos, puede ocurrir que el niño se vuelva más agresivo, esto porque no se permite o no se da la regulación, ni la autorregulación y, de manera inconsciente, la agresividad se vuelve desmedida, tanto en el mundo interno como en la percepción del mundo externo; esto puede tener distintas consecuencias: poca capacidad imaginativa y autenticidad, fallas en los procesos de aprendizaje, relaciones poco íntimas, comportamientos desconfiados y agresivos, entre otras.

Por lo tanto, ideas como “ser amigos de los hijos” o no “corregir para no traumar” son poco acertadas, pues, como hemos comentado anteriormente, los límites justos brindan estructura, orden y seguridad. Esta tarea de establecer límites y consecuencias claras para los comportamientos negativos o riesgosos no tiene que ser un acto hostil o humillante, como en épocas pasadas, donde los estilos de crianza autoritarios y represivos llevaban a una asimetría injusta y agobiante, llena de castigos y órdenes. Los límites, las “llamadas de atención” y las consecuencias deben ser entendidos como actos de amor, necesarios y justos, en los que el niño reconozca la intención de ayuda y contención de sus padres.

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