¿Por qué los psicoanalistas no se hacen amigos de sus pacientes?

Por Mariana Castillo López  

 

La compleja pregunta que da título a este artículo es una de las más comunes cuando alguien tiene sus primeros acercamientos con la disciplina del psicoanálisis, sea como paciente o como estudiante en formación.

 

Sin duda, la respuesta no es sencilla. Esta se encuentra dibujada en la propia historia del método terapéutico, descubierto y labrado de forma gradual por Sigmund Freud a partir de la experiencia en el consultorio con sus pacientes y del hallazgo de la transferencia. En su experiencia con Dora, se percató de que los pacientes se acompañan por modalidades de funcionamiento y de relación que les aquejan, pero que despliegan en todo vínculo, incluida la relación con su analista. Observó en la transferencia una oportunidad única de transformar la relación entre el analista y su paciente en un campo de batalla cercano. En este, el analista podría mostrar al paciente las modalidades inconscientes que influyen en su funcionamiento y su padecer.

 

Junto con este descubrimiento, hubo una serie de modificaciones naturales a las condiciones, que Freud comunicó en Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico (1912/1991), y que consideró necesarias para poder aislar la transferencia. Así, sentó las bases de lo que hoy conocemos como encuadre analítico. De acuerdo con Etchegoyen (1986), el análisis debe transcurrir en privación, en frustración y en abstinencia, condiciones necesarias para que el analista pueda desplegar su método. La regla de abstinencia (Laplanche y Pontalis, 1967/1994) implica que el análisis no pretende satisfacer las demandas infantiles del paciente, por ello, el analista se abstendrá de otorgar al paciente lo que solicita; no desempeñará los papeles que el analizando le asigna. El analista intentará captar y describir las demandas a su oyente, a manera de una interpretación que le ayude a comprender la naturaleza de las mismas.

 

A partir de estas ideas, podemos pensar que cada paciente tendrá diversas motivaciones para desear que su analista se convierta en un amigo. Todas ellas tienen un origen en la sexualidad infantil y en las fantasías inconscientes. Un paciente puede pensar que el analista debe tomar el lugar de un aliado en contra de otros rivales. La amistad, en realidad, estará inspirada en un conflicto edípico, en donde los hermanos se alían en contra de los padres. Otro paciente, con una motivación más perversa, puede invitar al analista a una fiesta o a ir por un café con la intensión de descolocarlo de su lugar analítico. En otro escenario, un paciente puede fantasear con establecer una relación de amistad con su analista para así borrar la diferencia entre ellos y aliviar las emociones de envidia que despierta imaginar que el analista tiene capacidad de observar cosas que por sí solo no podría comprender.

 

En cualquiera de los ejemplos, la regla de abstinencia implica que el trabajo del analista, en lugar de satisfacer los deseos del paciente, será describirle dichas motivaciones: “Me parece que le gustaría que coincidiéramos en todo. Así, siente que somos dos aliados en contra de los enemigos”. Al segundo paciente se le podría decir: “Creo que cuando usted me invita a vernos fuera del consultorio en realidad quisiera sacarme de mi lugar de analista y que me aliara con usted en una transgresión de la ley”. En el tercer caso, se podría decir algo como: “Cuando usted imagina que somos amigas, borra la diferencia entre nosotras. Así también alivia el dolor de pensar que yo puedo explicarle cosas de sí misma que no puede reconocer sola”.

 

La experiencia muestra que satisfacer las demandas no ayuda al paciente, pues implica auspiciar la repetición de las modalidades que lo enferman. Además que, en realidad, es imposible agotar los deseos de la sexualidad infantil, que por definición no pueden ser satisfechos. Si una paciente nos cuenta, como motivo de consulta, una serie de amores fallidos en los que pasa de estar enamorada e ilusionada a una desilusión muy dolorosa, es de esperar que con el analista pase lo mismo. No podemos pretender ser la excepción. La diferencia es que en el trabajo con el analista habrá la oportunidad de observarlo y describirlo. La relación analítica no debe, por ello, ser confundida con frialdad. Es, de hecho, un vínculo de mucha intimidad. Es un tipo de intercambio único, en el que se opera con el valor de la verdad, la verdad personal, la verdad de la realidad psíquica que el paciente, poco a poco, puede ir reconociendo y valorando.

 

Referencias

 

Etchegoyen, R. H. (1986). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Amorrortu editores.

 

Freud, S. (1991). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Obras Completas (vol. 12). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1912).

 

Laplanche, J. y Pontalis, J. B. (1994). Diccionario de psicoanálisis. Paidós. (Obra original publicada en 1967).

 

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