¿Por qué las clases en línea en Eleia tienen más duración y mayor asistencia? (2da. parte)
(2da. parte)
por María Antonieta Rosas Rodríguez
¿Cómo puede una escuela ser una escuela y hacer las cosas que se hacen en una escuela si está cerrada? Es algo que todos los que estamos involucrados en la educación (maestros, alumnos, coordinadores, padres de familia) nos hemos estado preguntando en los últimos meses.
De hecho, justo de eso platicaba el otro día con una colega a través de Zoom: “¿Crees que regresemos a clase pronto?”, le preguntaba yo. Mi colega tomó un sorbo de café (un profesor no sobrevive al fin de semestre sin café) y me dijo: “¿Sabes? El otro día, mientras revisaba los ensayos de mis alumnos, me di cuenta de que la escuela nunca ha cerrado. Han cerrado los edificios, pero la escuela está abierta”.
Aunque simples, sus palabras tuvieron un profundo impacto en mí. Me hicieron darme cuenta de que había cometido un error fundamental y que, como muchos, me había acostumbrado a pensar en la escuela meramente como un espacio físico.
Claro, las escuelas requieren de espacios físicos que cumplan con determinadas características para facilitar el proceso de enseñanza y aprendizaje, pero la educación –la razón de ser de una escuela– no es un lugar, sino una operación del intelecto. Enseñar a alguien y aprender de alguien son actividades que requieren de individuos comprometidos con ellas y no de un edificio llamado ‘escuela’.
Dicho de otro modo, la escuela son las personas, no el lugar.
Esto es algo que sabían bien los estudiantes del la escuela de Aristóteles, llamada Liceo. No en vano les llamaban “los peripatéticos”, es decir, “los que pasean”, pues asistir a clase al Liceo significaba deambular por los jardines a un costado del templo de Apolo Licio siguiendo al maestro mientras lo escuchaban reflexionar sobra la vida, el mundo natural y las cuestiones humanas.
Hoy en día, sentados frente a la pantalla de la computadora, confinados dentro de nuestros hogares, nada se antoja más que poder pasear como los peripatéticos, y sin salones de clase ni jardines idílicos, pareciera que la posibilidad de asistir a la escuela se ha esfumado. Sin embargo, no debemos olvidar (como lo hice yo) que la pandemia no nos ha quitado lo esencial (y lo mismo con lo que contaban los estudiantes del Liceo): la capacidad de escuchar, una mente curiosa y no tenerle miedo a las preguntas difíciles.
Es bajo esta premisa que las clases en línea pueden ser redimensionadas en una dirección más positiva y más posibilitadora. Que el modo de instrucción sea a través de Zoom, Google o de plataforma virtuales es tan irrelevante para la educación como lo eran los jardines del templo de Apolo o los salones de un edificio. Enseñar, aprender, escuchar, cuestionar, debatir, leer, escribir, investigar… todo ello solo necesita mentes y espíritus bien dispuestos; lo demás son solo adornos. A una escuela nada la puede cerrar.
Así, desde el inicio de la pandemia, en Centro Eleia nos hemos rehusado a cerrar. Estamos convencidos de que la educación que ocurre en nuestra institución nunca ha dependido de un lugar y, por ello, el mudarnos de un espacio físico a un espacio virtual no ha mermado nuestra escuela. Nuestros profesores siguen enseñando, nuestros alumnos siguen aprendiendo y las ideas siguen circulando; si bien no en los pasillos y salones, sí en los chats y a través de llamadas por teléfono y videoconferencias.
Llamamos a nuestro modelo ‘presencial-en línea’, porque la presencia de todos nunca falta aunque la modalidad de contacto sea virtual. No hemos recurrido a la salida fácil de concretarnos a enviar lecturas y ejercicios a realizar en solitario por el alumnado con la ocasional comunicación con el profesor por correo electrónico. Esa no es nuestra idea de educación. Las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) son solo una herramienta que utilizamos, no el modo en que enseñamos. Nuestras clases, aunque a través de la pantalla de una computadora, siguen ocurriendo en los mismos horarios que ocurrían en nuestros dos planteles. Los profesores siguen explicando, asesorando, cuestionando y corrigiendo. Nuestros alumnos siguen estudiando, preguntando, errando y aprendiendo.
Quizá lo único que haya cambiado es el peso de las palabras. Ahora preguntamos: “¿Cómo estás?”, porque nos importa saberlo y no solo como desgastada fórmula social. “Cuídate” es el modo en que decimos: “Me importas” y “Nos vemos la próxima clase” es una demostración de esperanza y perseverancia: han cerrado nuestros salones, pero nuestra escuela no.