Padres amigos, hijos tiranos
Por Mariana Castillo López
En la actualidad, los estilos de ejercer la paternidad se han transformado; algunas parejas jóvenes que se enfrentan a la compleja tarea de formar a sus hijos se muestran incompatibles e incrédulos con viejas usanzas, por considerarlas demasiado rígidas. Prefieren mostrarse laxos, permisivos y dan a los niños libertades que exceden su capacidad para decidir; son víctimas de sus propios conflictos internos y tratan de resolver aspectos propios por medio de sus hijos, pues se sienten confundidos con respecto al lugar que deben tomar.
Por ejemplo, en la primer entrevista, una madre joven refiere sentirse rebasada y temerosa de su hijo de 4 años, pues no soporta que este se enoje. No obstante, se reconoce como madre complaciente ante cualquier petición del pequeño: no ir a la escuela, comer lo que desea (salchichas y golosinas), entre otras. El padre del niño no está de acuerdo en que la madre conceda al niño faltar a la escuela, sin embargo, ella señala que su esposo “no se entera” si el niño va o no a la escuela, porque sale a trabajar.
Desde la perspectiva psicoanalítica, los límites no deben comprenderse únicamente como una respuesta conductual concreta de negar o permitir satisfacciones, tampoco como una restricción completa y rígida que no deje lugar al placer o a la diversión. Es un tema complejo, ya que no depende únicamente del estilo de crianza, pues la manera en la que se ejerce la paternidad se encuentra sujeta a una serie de conflictos internos y desconocidos, es decir, son de carácter inconsciente y se ven influidos por la interacción de aspectos tanto de los padres, como de los hijos.
La noción de límites en psicoanálisis puede ser comprendida de muchas formas: es aquello que delimita y diferencia a un sujeto de otro, pero también es una manera de nombrar la representación simbólica de nuestra condición humana, que es de alcance limitado. Es decir, no podemos hacer todo ni poseer todo lo que deseamos. Sin embargo, esa afirmación se va construyendo poco a poco, ayudando a insertar al niño en un orden y dentro de la cultura.
Freud (1923,1933) describió en su obra que los seres humanos no podemos negar nuestro origen animal, pues poseemos pulsiones que nos llevan a la constante búsqueda de satisfacción y placer. Estamos habitados por un aspecto interno que no conoce límites e insaciable por naturaleza; desafía continuamente la prohibición con tal de encontrar placer. Por eso, es necesario tener una contraparte que limite y module esos poderosos deseos, que se volverían un peligro si no lograran encontrar un freno en otras soluciones placenteras. Para Freud (1924), el niño nace en un estado precario que se va ordenando poco a poco con ayuda de las prohibiciones a las que también están sujetos los padres, quienes se toman como modelos para la construcción de una instancia interna: el superyó, que funcionará como un observador que distingue lo prohibido de lo permitido. La constitución de dicha función se presenta a raíz de la prohibición edípica, en la que el niño se enfrenta a la limitación de sus fuertes deseos eróticos hacia los padres.
La prohibición edípica se considera estructurante, es decir, ordena e inscribe al niño en las diferencias generacionales, sacándolo de su creencia inicial de ser todopoderoso. La función del padre es mostrar al hijo que no puede poseer a la madre, y a ella que no puede apropiarse del niño. En esta escena, el lugar de la madre consiste en dar peso y cabida a la función del padre (mostrar congruencia entre lo dicho y lo hecho). Ambos progenitores han pasado por la misma prohibición, teniendo que renunciar a sus propios deseos. Las dificultades en marcar una diferencia clara en la asimetría entre las generaciones se escuchan en las historias de parejas que han perdido su autoridad y tienen por hijos pequeños tiranos.
Ahora bien, tirano es aquel que se coloca en un lugar todopoderoso, permanece en una fantasía donde todo deseo debe ser cubierto, sin importar las implicaciones o consecuencias. Caber resaltar la relación entre la tiranía y el sadismo: el control total sobre el otro produce placer. El niño tirano ha hecho un intercambio de lugares; ocupa el lugar de los padres, en quienes no reconoce autoridad, al mismo tiempo que se siente capaz de ejercer un control total sobre las emociones y las acciones de estos. Las demás personas pierden su valor y sólo sirven para satisfacerle.
En las familias donde hay un niño tirano se conjuntan las dificultades y temores de los padres para colocarse en el lugar de adultos, y las del niño, quien también tiene angustias y sufrimiento. La capacidad parental de limitar ubica, calma y contiene las ansiedades del niño, ayudándole a tolerar, con menor dolor, las frustraciones como parte inherente a la vida.
Referencias
Doltó, F. (1965). Prefacio. En La primera entrevista con el psicoanalista. Barcelona: Gedisa.
Freud, S. (1923). El yo y el ello. Obras completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu.
_______ (1924). El sepultamiento del complejo de Edipo. Tomo XIX. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu.
_______ (1933). La descomposición de la personalidad psíquica. Obras completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu.