Menos pastillas y más comprensión. El psicoanálisis como alternativa
Por Nadezda Berjón M.
En vísperas de un viaje vacacional, una mujer, Gala, teme subirse al avión. Sin embargo, desde pequeña ha volado, cuestión que para nada es algo sorprendente, pues sabemos que los aviones son un excelente medio de transporte. Es decir, es poco probable que alguien planee llegar a París desde México en barco o a Buenos Aires en autobús. De hecho, Gala siempre viajó tranquila, desde niña, como ya se informó. Se debe mencionar que esta mujer recién cumplió cincuenta años y algo en ella cambió: de repente le aterran los vuelos. Tan sólo al pensar en abordar el avión, sufre taquicardia, se le encoge el estómago e imagina escenas catastróficas. ¿A qué le teme, por qué surgió el miedo justamente en ese momento de su vida y qué la lleva a generar imágenes que la asustan aún más?
Una parte de las personas que temen volar en avión recurre a los ansiolíticos, cuyo efecto adormecedor consiste en disminuir la tensión. Desafortunadamente, al no indagar acerca de los profundos componentes de la angustia, el individuo se mantiene distante de su sufrimiento y el origen de este. De manera que, al medicarse, Gala ignora si su miedo devino por el avance de los años, la pérdida de su fertilidad, el crecimiento e independencia de sus hijos o el envejecimiento de sus padres ‑afectos depresivos, podemos acotar‑. No comprende si acaso el despegue del avión simboliza una separación que vivió como peligrosa o si la turbulencia significa que no tiene el control sobre los vínculos que siente colapsar en momentos de crisis emocional o si sus objetos internos están un tanto decaídos, producto quizá de todo este ajetreo interno.
Roudinesco, historiadora y psicoanalista francesa, observa que a más de cien años del nacimiento del psicoanálisis, y a pesar de sus resultados clínicos, prevalece el intento de sustituirlo por tratamientos químicos. A partir de 1950, el desarrollo de psicotrópicos se dio a la tarea de “normalizar la conducta y suprimir los síntomas más dolorosos del sufrimiento psíquico sin buscar su significación” (Roudinesco, 1999, p. 21). La autora señala que es como si se considerara que el alma radica en las neuronas. En contraste, el psicoanálisis sostiene la premisa filosófica de que la angustia es existencial, es decir, viene con el ser y medicalizarla es reducir a nada al sujeto; en aras de quitarle el sufrimiento se retira su esencia (Roudinesco, 2017).
El deseo humano es más que la secreción química que lo acompaña, no obstante, parece que nuestra sociedad actual se vanagloria cuando logra vincular cada aspecto humano a lo neuroquímico: el amor, el odio, la orientación profesional son vistos a la luz de la corteza cerebral o el hipotálamo. Tal vez se debe a que el tener un referente en la biología apacigua el caos de la vida emocional y psicológica, trayendo una paz temporal. Respecto a la mujer mencionada al inicio, Gala, le es más sencillo pensar que si sufre de menopausia conviene un reajuste hormonal en lugar de trabajar los conflictos relacionados con su sexualidad y el paso del tiempo.
McWilliams (2011), psiquiatra y psicoanalista estadounidense, observa que el proporcionar diagnósticos psiquiátricos a los pacientes lleva a que estos los vivan como ajenos, evitando la propia responsabilidad. Menciona que cuando venció la patente del antidepresivo Prozac, la compañía farmacéutica Eli Lily utilizó la misma fórmula en una pastilla rosa llamada Serafem, creando, al mismo tiempo, un nuevo padecimiento (nuevas pastillas, nuevo grupo al cual venderlas): trastorno premenstual disfórico (PMDD). Por ejemplo, esto limita que la mujer pueda averiguar si este malestar está ligado a una conflictiva con lo femenino: no ser varón, la fertilidad, la relación con la propia madre, etcétera. Cuando el único tratamiento para el denominado PMDD es la pastilla rosa, se obscurece la mirada sobre los fantasmas psíquicos en torno al cuerpo y su interior.
Al estudiar a Freud y el ambiente que lo rodeaba, percibimos este mismo rechazo a pensar en lo subjetivo. Por ejemplo, a mediados y finales del siglo XIX, la histeria femenina se adjudicaba a un trastorno del útero; el malestar emocional era tratado mediante el magnetismo y las obsesiones eran producto de la degeneración innata de la persona (“así nació”). Por lo tanto, es evidente la semejanza de estos tratamientos con el uso de ansiolíticos y antidepresivos sin psicoterapia.
La postura del psicoanálisis no conlleva devaluar a la medicina y sus hallazgos, por el contrario; hoy en día, se considera que el abordaje debe ser multidisciplinario, “biopsicosocial” en términos de Taylor (1987). El paciente se beneficia si cada especialista trabaja desde su área. La crítica se dirige a aquellos que reducen el sufrimiento psíquico al organismo, prescribiendo pastillas como primera opción para situaciones de duelo, confusión profesional, vejez, divorcio, fobias, hiperactividad, obsesiones e ira, entre otras. En cambio, el psicoanálisis apunta a conocer el sentido profundo de cada una de estas expresiones, a veces en paralelo con un tratamiento médico, pero siempre poniendo la escucha del sujeto en primer plano.
Referencias
Freud, S. (2013). 17ª. Conferencia: El sentido de los síntomas. Obras Completas de Sigmund Freud. Tomo XVI. Buenos Aires: Amorrortu. (Obra original publicada en 1917).
McWilliams, N. (2011). Psychoanalytic Diagnosis: Understanding Personality Structure in the Clinical Process. EUA: Guilford Press.
Roudinesco, E. (2000). ¿Por qué el psicoanálisis? Buenos Aires: Paidós (Obra original publicada en 1999).
_____________ (2019). Diccionario amoroso del psicoanálisis. Madrid: Penguin Random House. (Obra original publicada en 2017).
Taylor, G. (1989). Psychosomatic Medicine and Contemporary Psychoanalysis. Connecticut: International University Press. (Obra original publicada en 1987).