La importancia de los límites y la frustración en la educación de los niños
Por Ingela Camba
Los padres, motivados por el cariño que tienen hacia sus hijos, buscan herramientas que faciliten las tareas de crianza. Actualmente existe un océano de información al alcance de todos acerca de cómo ser buenos padres. La mayor parte de las fuentes reconoce la importancia de los límites en la educación de los niños. Los mismos padres parecen estar de acuerdo con ello. No obstante existe abundante información respecto a cómo establecer límites, han sido tratadas con poca profundidad las razones por las cuales estos son fundamentales para la formación de los niños.
¿De qué estamos hablando cuando se sugiere poner límites? ¿En qué área deben definirse?
El tema es muy complejo, pero la observación clínica muestra la pertinencia del tema. En el trabajo terapéutico con niños encontramos que, generalmente, cuando los padres llevan a sus hijos a consulta se encuentran agotados, no pueden más con ellos. La edad de los chicos suele variar desde los cinco años hasta muy avanzada la adolescencia. El cansancio de los padres es comprensible, dado que nadie nos enseña cómo serlo.
Entre los síntomas más comunes que observamos en los niños podemos mencionar: problemas para dormir, angustia desbordada al separarse de la madre, luchas de poder con los padres por el consumo de videojuegos, programas de televisión u otros, resistencia a hacer los deberes escolares, relaciones sociales pobres o agresivas con sus pares. Sin embargo, en la mayoría de los casos, a pesar de existir uno o más de estos síntomas por un tiempo prolongado, la recomendación de la escuela suele ser el factor decisivo para llevar a los niños a terapia.
En este caso, es como si los trastornos que se presentaban en el hogar no hubiesen perturbado a la familia lo suficiente, aunque por sí mismos eran indicadores de una neurosis infantil. Es decir, los padres fueron pacientes y tolerantes más allá de lo recomendable y, estas alturas, acuden a terapia desesperados, considerando un “enigma” el comportamiento a veces irascible, otras errático y siempre voluntarioso de sus hijos. Su esperanza es que el terapeuta pueda ayudarles a descifrar lo que sucede. Durante las entrevistas, confundidos confiesan que les han dado a sus hijos todo lo que pueden y que los niños reciben más que lo que ellos mismos tuvieron cuando eran pequeños. A decir de los padres, estos niños reciben prácticamente sin límites. Desde este eje se perfila la problemática que quiero abordar.
¿Por qué existe la necesidad de replantear los límites dentro de la educación de los niños? No es sólo para que los padres se encuentren más tranquilos y se devuelva la paz al hogar, sino porque existe una inextricable relación entre los límites, la capacidad para enfrentarse a la frustración y la fuerza en el carácter.
Françoise Dolto, una figura importantísima en el psicoanálisis francés que se dedicó al trabajo con niños, planteó la relación de la frustración con el camino del deseo. Esto quiere decir que los niños necesitan cosas y también desean cosas; necesitar y desear no es lo mismo. Necesidad es aquello indispensable para sobrevivir, por ejemplo, la alimentación, la higiene, el descanso, todo esto dentro de un marco parental amoroso en el cual el pequeño pueda desarrollarse. El afecto se considera una necesidad primordial.
Más allá de esto, se encuentra el deseo como una fuerza de vida que mueve al sujeto un paso adelante de la adaptación. El niño, a partir de las necesidades, va desarrollando un gusto y predilección por ciertos objetos o hábitos. Un ejemplo banal se observa, por un lado, en la necesidad del bebé de alimentarse con leche y, por otro, en su deseo de que el alimento tenga un sabor y una temperatura determinados. Cuando una necesidad no es cubierta hablamos de una carencia esencial, cuando el deseo no es satisfecho estamos hablando de frustración.
El deseo (fuerza, impulso) tiene un circuito especial que se va construyendo en la medida que el niño puede obtener o no lo que desea. Dolto plantea que el camino de la satisfacción del deseo puede ser corto o tener un rodeo más largo. En tanto que el deseo encuentre un obstáculo para su satisfacción, se llevarán a cabo dos trabajos: el niño deberá vérselas con la frustración, esto es, tendrá que tolerar el enojo o la angustia que le provoca no obtener lo que quiere; el segundo esfuerzo se dedicará a generar ideas creativas para poder dar satisfacción a su deseo. Esta segunda fase ocurre sólo cuando el deseo del niño recorre un camino más largo. Cada obstáculo vencido será una oportunidad para generar tolerancia a la adversidad y desarrollar su creatividad para seguir adelante en cualquier área de la vida.
Las consecuencias de un camino corto o uno largo para la satisfacción del deseo, son estructurantes para la personalidad del sujeto e influirán en la manera como se desarrolle dentro de sus relaciones, con sus deberes y en un futuro el trabajo.
Por ejemplo, algunos niños parecen adquirir el lenguaje en forma tardía. En ciertos casos he podido observar a pequeños de un año y medio que cuando quieren algo, lo señalan a sus padres (agua, galletas, leche). Ellos, encantados ante la idea de comunicarse por primera vez con sus pequeños, buscan adivinar lo que les pide y proporcionarlo. Pero, si continúan indefinidamente este modo de relación, ocasionarán que el niño, en tanto que ve satisfecho su deseo en forma inmediata, no haga ningún esfuerzo extra para conseguirlo: no hay necesidad de hablar. Regularmente los padres se dan cuenta del retraso en el lenguaje de su hijo cuando ingresa al kínder; entonces acuden a terapias del lenguaje. No obstante, el origen del problema es, evidentemente, de otro orden.
Esta tendencia a evitar la frustración, en lugar de poner fin a la satisfacción inmediata, se convierte en una constante en la relación entre padres e hijo, que a veces se prolonga hasta la adolescencia. Tal es el caso de los chicos que crecen y se les asignan cantidades de dinero para sus gastos de manera casi indiscriminada: los jóvenes comienzan a acostumbrarse a una vida privada de frustraciones, rodeados de confort.
Así, el deseo está constantemente satisfecho en el ámbito de los padres. Entonces, ¿por qué salirse de su casa?, ¿por qué estudiar una carrera en búsqueda de satisfacciones si éstas se encuentran cubiertas en el hogar? Nos encontramos con muchachos que presentan una profunda apatía para el trabajo y/o los estudios; esto ha dado origen al grave problema social de aquellos jóvenes que no estudian ni trabajan.
Por tanto, la importancia de los límites va más allá de establecer reglas de convivencia en el hogar, pues tiene que ver con la restricción que los padres son capaces de hacer a la satisfacción inmediata de los deseos de sus hijos, tarea que es bastante difícil considerando la vehemencia con la que exigen. Darles “todo” a los niños adquiere una nueva dimensión. Muchos padres temen frustrarlos, pensando en el dolor y la ansiedad que manifiestan cuando no obtienen lo que desean. Pero, en realidad, esta condición los deja en desventaja y los convierte en inválidos para tolerar la frustración.
Aquellos niños que han podido atravesar de forma óptima la frustración, alimentando la tolerancia e incrementando la creatividad, son aquellos cuya travesía por la vida será más llevadera, exitosa y, seguramente, mucho más placentera.