La pareja, la familia y los espacios reducidos

Por Karina Velasco Cota

Uno de los desafíos más significativos que nos ha impuesto la cuarentena por coronavirus es la convivencia diaria y el manejo del espacio y la privacidad, sobre todo cuando se cuenta con un lugar reducido como un departamento o con una familia numerosa que se ve obligada a compartir espacios en común. 

No estamos acostumbrados a una convivencia tan cercana y prolongada, por lo que es normal que surjan nuevos conflictos y se intensifiquen los preexistentes. Se ha dicho que el confinamiento representa una oportunidad para fortalecer los vínculos; sin embargo, las cifras de violencia intrafamiliar nos confrontan con otra realidad. Los medios reportan al día de hoy un aumento alarmante con respecto al año pasado en términos de violencia contra las mujeres y en las llamadas de emergencia por violencia familiar[1].

Sin duda, la situación sanitaria y económica es una fuente de tensión y estrés para la mayoría de las personas. Este contexto excepcional ha detonado dificultades en diversas áreas de nuestra vida, particularmente en nuestros vínculos cercanos como la pareja o la familia. En otras condiciones, nuestros intereses y nuestras emociones —amorosas y hostiles— se “distribuyen” en otros espacios, otras relaciones y personas. Este desplazamiento es un factor fundamental para el desarrollo psíquico y la salud mental.

Recordemos cuando éramos niños y nuestras figuras más importantes eran nuestros padres y hermanos. En ellos recaía todo nuestro interés y nuestros afectos, desde los más tiernos y amorosos hasta los más violentos y hostiles. Más adelante en la vida, con el inicio de la vida escolar, el niño amplía su disposición hacia otras personas como los maestros y los compañeros, de manera que en estos recaen parte de esas emociones que se reservaban a la familia: amor, comparación, celos, exclusión, posesividad, sadismo. Es decir, el chico que solía competir con sus hermanos en casa por el amor de la madre después se esfuerza en el salón de clase para ser el preferido de la maestra y así sentir que es mejor que sus compañeros, o bien, el pequeño se enamora de la maestra y a veces, por error, la llama “mamá”. En ambos casos, podríamos pensar que las emociones se “transfieren” a otros objetos externos de interés para el niño, permitiéndole salvaguardar a sus objetos parentales de ser el único blanco de sus emociones y, simultáneamente, tener intereses que alcanzan otros terrenos más allá del familiar.

Durante la adolescencia, este proceso es aún más significativo. Con el resurgimiento de la sexualidad infantil y el apremio de la excitación, los jóvenes se ven impulsados a abandonar —aunque no del todo— la dependencia infantil y la seguridad de lo conocido. Con un cuerpo anatómicamente adulto, apto para el ejercicio de la sexualidad y la agresión, el adolescente encuentra en el grupo de pares otras figuras en las que puede dirigir su excitación y crueldad, aminorando la amenaza de hacerlo directamente hacia los padres o los hermanos. En este momento del desarrollo aparecen los enamoramientos platónicos, la expresión de conductas bisexuales, la curiosidad por la vida privada de otros, la afiliación a alguna causa social o política, etc. El grupo en estos casos cumple también una función continente frente a la crisis de identidad y el sufrimiento que produce el estado de confusión característico de la adolescencia. Esa función antes estaba puesta en la familia y en los padres y, gracias a los procesos de identificación, es remplazada por los compañeros y amigos.

            Con la cuarentena, no solo los adolescentes se han visto privados de esta posibilidad; los niños, los adultos y la gente de la tercera edad se han visto afectados también por los efectos colaterales de la restricción social. De alguna forma, todas las emociones y fantasías, tanto sexuales como agresivas, encuentran en la pareja y en la familia el blanco más viable, lo cual intensifica las tensiones.

Por ejemplo, un paciente comenta que, a partir de la cuarentena, su pareja y él no han tenido relaciones sexuales. Su rutina diaria, con el confinamiento, se asemeja más a una relación parental en la que predominan los cuidados relacionados con la alimentación y la salud, de manera que no sería difícil pensar que, en la fantasía inconsciente, ella le representa una figura materna con la cual el ejercicio de la sexualidad se vive como algo prohibido. Por otro lado, una joven relata en sesión que a partir del confinamiento tiene dificultad para dormir y, cuando lo logra, tiene pesadillas constantemente. En sus sueños, un hombre joven —de la edad de su hermano— entra en su habitación con la finalidad de hacerle daño, a veces con un cuchillo y otras con una pistola, en presencia de toda la familia. Podríamos pensar que en una ciudad como en la que vivimos es algo común tener la preocupación de ser víctima de un delito; sin embargo, la observación psicoanalítica nos permite pensar —tomando en cuenta su historia, su discurso y el vínculo terapéutico— que se sienta amenazada principalmente por la vivencia interna de excitación en una situación de falta de privacidad y tanta cercanía con su hermano y sus padres. Se siente expuesta a la vista inquisitiva y curiosa de los demás y, a la vez, ella misma examina minuciosamente la intimidad de los otros.

            Ahora bien, para estos dos pacientes la cuarentena no es la causa de los conflictos, sino el detonante que precipita un conflicto precedente, de forma que el impacto que este escenario tiene en cada uno de nosotros es específico y está determinado por nuestra situación vital, nuestra historia, nuestro funcionamiento psíquico y nuestros conflictos. Bajo estas circunstancias, es importante fomentar la tolerancia, el diálogo, la colaboración y el respeto a la privacidad de todos los miembros de la familia, por pequeño que sea el espacio compartido. Sin embargo, aunque el aislamiento ha traído retos a toda la población, hay que poder reconocer cuando los conflictos no pueden manejarse con los recursos que se tienen a la mano y comienzan a interferir de forma importante en la vida personal, académica y/o profesional. En estos casos, la ayuda de profesionales de la salud mental como psicólogos, psicoterapeutas o psiquiatras puede ofrecer grandes beneficios.

            La Clínica de Eleia cuenta con un nutrido grupo de psicoterapeutas con estudios de maestría y doctorado, quienes brindan una atención psicológica profesional a costos reducidos. Los interesados en recibir dicho servicio pueden comunicarse al teléfono de la Clínica: 5661-2177 ext. 125 de 9:00-18:00 h de lunes a viernes y de 9:00-13:00 h los sábados.

 

[1] https://www.eluniversal.com.mx/nacion/asesinaron-10-mujeres-al-dia-durante-la-pandemia

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