La maternidad a lo largo de la vida
Por Sara Fasja
Ser mamá es un proyecto de vida. Es un trabajo que puede comenzar en el periodo fértil de una mujer, y que concluye solo al terminar la vida misma. En este artículo hablaremos específicamente sobre las etapas en la vida de una madre, sin embargo, cabe aclarar que tenemos muy en cuenta que el padre pasará por una situación muy similar, aunque con ciertas diferencias que bien darían para otro artículo.
Las etapas de la madre inician con el periodo anterior al embarazo, en el que las fantasías, los miedos y los deseos impregnan la maternidad futura, y tendrán una participación importante en ella. Después, tenemos el periodo de gestación, en el que la mujer comienza a ser testigo de los cambios en su cuerpo y, poco a poco, también en su mente. Si todo va bien, la madre comienza a hacer en su hogar un nido para su bebé, a la vez que crea y prepara un espacio mental en el que podrá recibir a su hijo o hija, con todo el sacrificio y esfuerzo que esto conlleva.
Los primeros meses de vida de un bebé son sumamente demandantes para la madre: la dificultad y el cansancio del parto, la falta de sueño y de tiempo personal, la alimentación constante que requiere un bebé y el vínculo emocional que necesita para su desarrollo, hacen de este periodo uno de los momentos más complejos de la maternidad, sin lugar a duda. Cuando decimos “complejo”, nos referimos al conjunto de emociones que se generan, las cuales pueden ser diversas y de distinta intensidad. Es un momento hermoso, enternecedor y muy bello, en el que también hay espacios sumamente angustiantes, donde el miedo y la incertidumbre están a la orden del día. Este periodo de gestación e infancia temprana le despertará a la madre, sobre todo, emociones e identificaciones en relación con su propia vida infantil.
Después de unos meses, esta etapa se supera y, con este cambio, se mudan también las dificultades. En el primer año de vida, el vínculo materno-infantil, la separación del bebé, el crecimiento ininterrumpido, generan en la madre y en el hijo un vínculo específico que moldeará la vida de ambos, aunque sobre todo la del segundo, ya que sentará las bases para su futura personalidad y desarrollo.
Al entrar al segundo y tercer año de vida, comienzan otro tipo de retos. Es la temprana infancia, el momento en que el niño comienza a ser un miembro de la familia con sus propias características y personalidad; la madre tiene el gran trabajo de cuidarlo, enseñarle, tolerar sus emociones y limitarlo. El niño “edípico” es un pequeño con muchos deseos, impulsos y sentimientos a flor de piel, con el que hay que lidiar durante unos años, hasta llegar al periodo de latencia. Mientras tanto, la madre se cansa física y emocionalmente cuidando de un niño pequeño.
Es a los seis o siete años que el niño entra al nivel educativo de primaria, y con este cambio se nota una transición en su personalidad. Se le ve menos reactivo, más limitado y hasta tímido. Es un giro significativo, tanto para el hijo como para la madre, quien, por primera vez desde el nacimiento, vuelve a contar con más espacio para ella. El niño latente va a la escuela la mayor parte del día, y tiene actividades y amistades que lo mantienen más ocupado que antes, cuando convivía primordialmente con la familia. La madre tiene que soltar al hijo y dejarlo crecer para que este pueda entrar al mundo social.
La latencia es una etapa menos conflictiva, tanto para los hijos como para las madres, pero este equilibrio dura unos pocos años, ya que, al llegar la pubertad, la madre se encuentra con un niño-joven que está buscando activamente separarse de ella. En este momento, vuelven las emociones complejas a la mesa y la familia completa tiene que lidiar con cambios, contradicciones y contiendas que pueden resultar, a veces, muy dolorosas. La madre ya no es demandada físicamente como en la etapa infantil, sin embargo, sí se le pide que esté presente emocionalmente, que esté ahí para escuchar a los hijos, orientarlos y calmarlos; se enfrenta a estar más sola de nuevo y es necesario que busque retomar las relaciones y actividades que quedaron relegadas por la falta de tiempo que genera la crianza de los niños pequeños, por lo que puede comenzar de nuevo a salir con sus amigas, leer, estudiar o hacer cosas de su interés. Comienza a ver el tiempo pasar.
El periodo adolescente termina en algún momento entre los 18 y hasta los 28 años, y da comienzo una etapa en la cual padres e hijos pueden volver a relacionarse de manera amistosa y cariñosa. Los hijos se identifican con aspectos de la identidad de los padres, sin embargo, prefieren y se orientan a decisiones y formas de vida distintas a las de ellos. Ahora, los que están en la cancha son los hijos, mientras que los padres apoyan desde la banca. Los padres tienen que lidiar con la frustración de no poder decidir más sobre la vida de sus hijos y aceptar que los chicos no quieran tomar lo que ellos les ofrecen.
Ante lo anterior, la madre también tiene que lidiar con ciertos conflictos relacionados con su propia historia de vida. La adultez temprana de los hijos pone de manifiesto que su momento de crianza ha terminado y que es tiempo de estar para los hijos (y para los nietos, si es que los hay), pero desde la banca. Los ven desarrollarse, armar sus relaciones de pareja y tener hijos; pueden aconsejar y apoyar, mas no educar y limitar, como en algún momento era necesario. El cantautor israelí, Arik Einstein, expresa esta conflictiva de los padres en su canción “Uf gozal” (Vuela polluelo). La canción toca las fibras de ternura, contradicción y temor de un padre cuando su hijo vuela. Por un lado, entiende que hay que dejarlo volar, pero por el otro, siente la necesidad de protegerlo, ya que “hay águilas” en el aire, y tiene un deseo de cuidarlo que no cesa solo porque ha crecido. La etapa de crianza de los propios hijos también puede despertar emociones como la comparación con las formas de crianza de madres e hijas, y también un sentimiento de nostalgia importante por las propias experiencias maternales primarias que han quedado en el pasado, entre otras.
Ahora, es tiempo de los abuelos, de disfrutar del amor y la ternura de los nietos, de apoyar a los hijos con la ardua tarea de crianza que la madre ya conoce bien. La maternidad continúa y a la preocupación por los hijos se le suma la preocupación por los nietos, por la familia ampliada. Se viven muchas satisfacciones y se lidia también con los conflictos y baches que la vida pone en el camino. Se lidia con la vejez y la cercanía de la muerte, el duelo, la satisfacción y el dolor por lo pasado. La vida cambia, las circunstancias también, pero lo complejo de la maternidad, las emociones que esta generó y sigue generando, continúan a lo largo de la vida de una mujer que se enfrentó a ser madre.
A lo largo del curso “Función materna y ciclo vital” abordaremos todos los temas destacados en este artículo y muchos otros que serán de interés para todo el que quiera ahondar en las emociones y conflictivas alrededor de la vida de una madre.