La importancia de atender las necesidades emocionales de los niños
Por Marta Bernat
En la actualidad, me da la impresión de que, a veces, los padres están más preocupados por atender las necesidades físicas, educativas y de socialización del niño, y menos atentos a sus necesidades emocionales.
El psicoanálisis nos enseña que, desde el nacimiento, el bebé tiene una vida emocional profunda y compleja. El recién nacido experimenta estímulos que no sabe si vienen de su interior o del medio ambiente. A veces, siente frustración y sufrimiento; otras, gratificación y bienestar. Al inicio, el mundo parece caótico, sin sentido, y el bebé necesita de una madre que pueda intuir y comprender sus sensaciones, sentimientos, y que le dé un significado a aquello que está sintiendo. Esto le brinda una sensación de seguridad, de sentirse amado, comprendido y de que no está solo. Por ejemplo, ante un bebé que llora de forma prolongada, una madre intuitiva y en sintonía lo carga, lo abraza, lo acaricia e intenta descifrar el significado de ese llanto. Trata de explicarse a sí misma, y al bebé, si puede ser hambre, cansancio, dolor o miedo; incluso, quizá, un ruido de la calle lo asustó. De esta manera, se inicia un tipo de comunicación íntima y profunda entre dos mentes, lo que le permite al bebé sentirse en un ambiente seguro y protegido.
Wilfred Bion plantea, en su teoría de continente-contenido, la función rêverie de la madre y su capacidad para captar, recibir y contener el estado emocional del bebé, así como de transformar sus proyecciones y devolvérselas en algo que pueda ser soportado, tolerado y pensado. Esta función transformadora de parte de la madre permite al bebé construir un aparato para pensar las emociones. De esta manera, el niño siente que puede tolerar sus vivencias sin ser abrumado por ellas; puede procesarlas y adquirir la confianza de que es posible transformar esos estados emocionales, lo cual le permite sentir, jugar y soñar.
El niño crece y va enfrentando nuevas situaciones, como el embarazo de la madre, el nacimiento de un hermano, la enfermedad o muerte de un familiar, ir al jardín de niños o socializar con sus compañeros. Todo eso va acompañado de distintas emociones, ansiedades y miedos. De ahí la importancia de una madre que le ayude a establecer contacto con lo que siente y lo ayude a comprender lo que le está pasando.
Hay un gran avance cuando el niño puede expresar, por ejemplo, que tiene hambre, que está enojado porque el dibujo no le salió como quería, o que extraña ir al colegio. Las emociones que sentimos son complejas: una misma situación puede evocar diferentes emociones al mismo tiempo. Poco a poco, se trata de que el niño, con la ayuda de sus padres, las pueda identificar. Por ejemplo, puede tener el deseo de ir al colegio, pero, al mismo tiempo, no querer ir porque implica separarse de mamá, y además que su madre se quede cuidando a su hermanito.
Cuando un niño está en contacto con sus emociones, es importante que la madre le permita sentirlas y expresarlas, así como que ponga límites cuando sea necesario. Si hace un berrinche, ella identifica de qué se trata: quizá tenga sueño, se sienta frustrado por una actividad que inició y no sabe cómo terminar, o tal vez necesite atención y que la madre lo abrace y le diga palabras cariñosas. Si la madre trata de encontrar el significado a aquello que el niño está expresando, puede reaccionar de cierta manera; por ejemplo, puede poner un límite al enojo que está sintiendo, abrazarlo y reconfortarlo porque se siente muy triste, o darle de comer porque tiene hambre.
Esto no significa que todo el tiempo se va a tener la respuesta adecuada, pero por lo menos habrá unos padres que tendrán el interés y la motivación para conocer y comprender a su hijo. Esta función que realizan se va a incorporar en la mente del niño y se espera que en el futuro no necesite la presencia concreta de los padres, pues, de alguna manera, ya los llevará adentro. Esto le va a permitir comprender sus propias experiencias emocionales.
Es importante validar las emociones que siente el niño y no decir: “¡Ah!, ¿pero cómo te puede dar miedo el perro si es de peluche?” o “No seas ridículo, no llores, no hay un león debajo de tu cama”. También es importante comprender que, durante el desarrollo, el niño se va a ir separando de los padres y que, a veces, necesita estar solo, pues quiere hacer las cosas por sí mismo y es necesario permitirle explorar el mundo con un poco más de libertad.
Unos padres conectados emocionalmente con sus hijos les permiten sentirse amados, aceptados, validados, seguros de sí mismos. Esto conduce a un crecimiento y desarrollo emocional.
Un niño que es atendido en sus necesidades emocionales tiene mejor salud, menos estrés y mayor confianza en sí mismo. Tiene mejores relaciones con amigos y familiares, mejor capacidad para comunicarse, disposición para aprender y desarrollar su creatividad, talentos y aptitudes, y está abierto a nuevas vivencias. Sus experiencias emocionales le dan una visión profunda de sí mismo y del mundo en el que vive.
Un niño que no comprende sus emociones puede sentirse solo, confuso, no aceptado, inseguro, con poca confianza en sí mismo y con dificultad para tener vínculos amorosos y profundos, y para adaptarse a las diferentes situaciones de la vida.