La experiencia creativa de la supervisión psicoanalítica

Por Jimena Azpeitia

Desde que inicié mis estudios en psicoanálisis en el Centro Eleia, me percaté de que la transmisión del método psicoanalítico es compleja y no depende únicamente de cursar un posgrado. Freud destacó la importancia de la formación teórica en sus escritos sobre la técnica psicoanalítica, como “Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico” (1912) y “Recuerdos, sueños y reflexiones” (1914). De igual modo, insistió en que la práctica debía estar respaldada por supervisión clínica, lo que posteriormente se convirtió en un estándar formal. Tampoco podemos olvidar el tercer pilar fundamental: el análisis personal.

Al concluir mis estudios de maestría, tuve la fortuna de contar con la supervisión de una psicoanalista experimentada y generosa, que me acompañó durante los años siguientes de mi educación. Quizá debido a mi formación previa en diseño textil y artes visuales, observo que la transmisión del conocimiento y la técnica en psicoanálisis se asemeja a la que ocurre en algunos oficios artesanales, como el textil. Cada maestro artesano con el que tienes el privilegio de aprender comparte sus pequeños secretos, formas y modos de navegar situaciones que exigen paciencia, delicadeza y pericia. Cuando un psicoanalista con muchos años de trabajo te comparte su arte, no sólo inspira con su habilidad y sensibilidad, sino que también permite aprender de su forma de experimentar su oficio.

Como señalé previamente, la formación como psicoanalista requiere cubrir los siguientes puntos: cursos y seminarios que provean la base teórica; supervisiones del trabajo que se lleva a cabo con los pacientes; y el propio análisis. El doctorado en el Centro Eleia aporta un fundamento constante de los primeros dos, ya que sus seis semestres incluyen materias teóricas y supervisiones colectivas.

Actualmente, curso el último semestre del doctorado, y una de las virtudes que destacaría del programa es que brinda a los doctorandos un espacio para reflexionar e intercambiar sobre la clínica con los pacientes, así como para enriquecerse con la escucha de los materiales de sus compañeros. En el último año, la supervisión se realiza con analistas invitados de larga trayectoria. Durante este taller, tuve el gusto de trabajar con la Dra. Carolina Martínez, quien, desde mi perspectiva, tiene un perfil muy interesante. Además de ser psicoanalista, es médica y académica en la Universidad Autónoma Metropolitana, lo que le otorga una visión multidisciplinaria.

El trabajo que presenté fue el de un paciente que llegó a mi consultorio hace un par de años. Alejandro, como lo llamé, era un joven que enfrentaba dificultades importantes en sus vínculos. Creció en una familia conservadora y rígida. Desde pequeño, su madre mostraba un gran interés en que sus hijos se casaran y tuvieran descendencia. Alejandro se recordaba como un niño muy sensible y algo afeminado, lo que lo convirtió en un objeto de burlas por parte de su padre. En contraste, durante su adolescencia, fue cercano a su madre, a quien, a los diecisiete años, decidió confesarle que le gustaban los hombres. Esta revelación no fue bien recibida; su madre lo llevó a psicoterapia con el objetivo de “corregir” sus inclinaciones.

Por sentirse inadecuado dentro de su familia y ante las exigencias percibidas de cada uno de sus padres, Alejandro desarrolló inhibiciones tanto en el ámbito profesional como en el afectivo. Si bien recurría a aplicaciones para encuentros casuales y disfrutaba de idilios temporales, tendía a alejarse rápidamente en cuanto percibía alguna dificultad o defecto en la relación. A pesar de sus inhibiciones, Alejandro era un paciente muy creativo, con una capacidad notable para soñar y explorar el contenido de sus sueños, incluso cuando resultaba doloroso.

Trabajar con él me recuerda la idea del psicoanálisis como un oficio artesanal, en el que sus dificultades están revestidas de una gran sensibilidad a la crítica, que él transforma con facilidad en autoexigencia. Ha sido crucial abordar su análisis con paciencia y cuidado. La invitada nos recomendó una lectura que me permitió reflexionar más profundamente sobre esta idea, ya que en ella la autora plantea la supervisión como una oportunidad para que, junto con el supervisor, podamos construir nuevas posibilidades de historias que se integren al proceso psicoanalítico (Rodríguez Kacevas, 2016). La clase amplió mi visión sobre dicho paciente y me brindó posibilidades y perspectivas.

En la supervisión, pude enriquecer mi visión sobre Alejandro, especialmente en torno a su dificultad para separar la agresión del amor. Desde la perspectiva de Melanie Klein (1957), esta confusión puede entenderse como una fijación en la posición esquizoparanoide, en la que el amor y el odio hacia los objetos no han podido integrarse. Esto lo lleva a experimentar sus relaciones de manera escindida y a sentirse atrapado en una lógica de persecución y revancha. Al permanecer encapsulado en una dinámica familiar marcada por este último aspecto, prefiere sacrificar la posibilidad de establecer el vínculo amoroso que anhela profundamente con tal de demostrar a sus padres que cometieron un error al tratarlo con frialdad.

Esta supervisión no sólo me permitió profundizar en la transferencia y contratransferencia presentes en el trabajo con el paciente, sino también reflexionar sobre la función continente del analista, tal como lo plantea Bion (1962). Según su modelo, el analista debe ser capaz de recibir las proyecciones emocionales del paciente—particularmente aquellas cargadas de ansiedad y confusión—, metabolizarlas a través de su propia función alfa y devolverlas de un modo que permita al paciente simbolizarlas y darles un significado. Respecto a Alejandro, su dificultad para tolerar la incertidumbre y la ambigüedad se refleja en una tendencia a externar sus angustias sin elaborarlas internamente. Esto me llevó a cuestionarme sobre mi propia capacidad para sostener sus ansiedades sin devolverlas de manera reactiva, facilitando así un proceso de transformación psíquica.

Asimismo, la contribución de Meltzer sobre el espacio estético en la relación analítica me ayudó a valorar cómo los momentos de insight y conexión con el paciente pueden generar transformaciones significativas. Meltzer (1986) concibe este espacio como una experiencia emocional que, al igual que la contemplación de una obra de arte, requiere apertura, sensibilidad y una disposición a lo desconocido. En el trabajo con Alejandro, me di cuenta de que la creación de este espacio, además de depender de la interpretación analítica, también recae en la posibilidad de sostener un ambiente en el que lo enigmático pueda ser experimentado sin ser sofocado por la angustia. De este modo, la supervisión me permitió reconocer cómo, al acoger la incertidumbre y evitar respuestas apresuradas, es posible abrir un campo de exploración psíquica que favorezca el crecimiento emocional del paciente.

Gracias a la experiencia de compartir este material en clase, junto con las valiosas aportaciones de la supervisora invitada y las titulares, se generó una sesión rica en ideas y comentarios que han fortalecido profundamente mi trabajo clínico con Alejandro. El intercambio de perspectivas iluminó aspectos de la transferencia y contratransferencia que antes habían pasado inadvertidos. De la misma manera, abrió nuevas vías de comprensión sobre su dinámica psíquica y las resistencias que presenta en el análisis. Igualmente, la posibilidad de discutir el material en un espacio de supervisión grupal me ayudó a reflexionar sobre mi propia posición como psicoterapeuta, las intervenciones que podrían favorecer un mayor acceso a su mundo interno y la importancia de sostener una escucha atenta y receptiva ante los matices de su discurso. Esta experiencia reforzó mi confianza en el valor de la supervisión como un proceso de aprendizaje continuo, en el que el diálogo con colegas y supervisores amplía la capacidad de pensar la clínica desde ángulos nuevos y sustanciales.

 

Referencias:

Bion, W. R. (1962). Aprendiendo de la experiencia. Editorial Paidós.

Klein, M. (1957). Envidia y gratitud y otros trabajos 1946-1963. Editorial Paidós.

Meltzer, D. (2005). El proceso psicoanalítico. Paradiso Editores.

Rodríguez Kacevas, F. (2016). ¿Para quién escribo? Pensando la supervisión psicoanalítica actual desde la perspectiva del supervisando. Revista de Psicoterapia Psicoanalítica, 43-48.

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