La envidia detrás del comportamiento antisocial y la perversión
Por Lino Contreras
Partiendo de la perspectiva kleiniana, la envidia es una emoción presente en el psiquismo desde el inicio de la vida. El monto o paquete de envidia personal difiere de un individuo a otro; en algunos casos, este monto puede ser alto y, en otros, puede ser bajo. La exposición a relaciones de objeto favorables, de cuidado y amorosas contribuyen a procesar el impulso envidioso para el desarrollo de una estructura mental más equilibrada. No obstante, la envidia está ahí, en espera paciente o impaciente para expresarse y hacer de las suyas en el psiquismo y en los comportamientos sociales. “Yo no soy envidioso”, escuchamos con frecuencia, o “A mí me da envidia de la buena”: dos falacias muy comunes. La envidia es universal y es destructiva por definición. Desde luego, hay gradientes, formas de expresión, montos (como ya mencionamos) y maneras de procesarla.
Melanie Klein la describe claramente: “La envidia es el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo” (2019, p. 186).
Un ejemplo de la literatura nos muestra la forma exacerbada de expresión de la envidia en un comportamiento de trastorno antisocial e incluso de alta perversión, en el sentido de una motivación inconsciente de causar daño o destruir al otro, de controlar y someter los objetos. Veamos: en el cuento titulado Feliz año nuevo, el escritor brasileño, Rubem Fonseca, presenta a tres personajes empobrecidos viviendo en un edificio ruinoso frente a una playa poco frecuentada de Río de Janeiro.
Es 31 de diciembre y los tres sujetos saben que la ciudad se prepara para la fiesta de fin de año. Mientras ellos no tienen nada para comer y en su vivienda señorea la miseria, ven por la televisión que se muestran imágenes de lujo y opulencia de personas pertenecientes a sectores favorecidos de la sociedad carioca. En este momento se insinúa ya la comparación, germen de la envidia. Pero, como tienen armas de alto poder, deciden utilizarlas esa misma noche para un asalto en alguna casa de gente rica.
El sentimiento de envidia empieza a moverse con un propósito claro: hacerse de lo que ellos no tienen y de lo que otros gozan en abundancia. Roban un auto, meten las armas en él y se dan a la tarea de buscar una residencia propicia para su objetivo. La encuentran y entran a la casa, amagan con las armas a los asistentes, incluido el personal que sirve el banquete celebratorio, y los amarran con todo lo posible (cables de teléfono, cinturones y otros objetos semejantes). Roban joyas y dinero que meten en un saco.
Mientras todos los participantes de la celebración de fin de año permanecen maniatados y tirados en el piso, los tres asaltantes comen y beben ruidosamente de las viandas formidables dispuestas en la mesa para la festividad. Uno de los asaltantes se compara con los ricos, sabe que tienen más recursos, sobre todo en sus cuentas en el banco. Piensa que él y sus dos compañeros no son más que “tres moscas en el azucarero” de los dueños de la casa (Fonseca, 1977, p. 24). El océano de rabia que experimenta, provocado por el desmesurado sentimiento de envidia, lo impulsa a tomar decisiones muy violentas. Con las armas que llevan asesinan a dos de los participantes en el festejo, pero todo lo hacen con frialdad, como si no fueran seres humanos quienes sufren sus acciones. Gozan del triunfo de sus actos, del desprecio hacia los otros, que juzgan como objetos sin vida, y del control que tienen sobre la situación.
Masud Khan (1991) sostiene que las fantasías del perverso que no se llevan a la práctica no constituyen una perversión, pero también indica que el perverso realiza sus actos con intención, como ejercicio de la voluntad y del poder. Agrega que el neurótico vive a través de sus fantasías y el perverso vive a través de sus acciones, motivadas, nuevamente, por la voluntad y el poder, algo vital en la perversión.
En este cuento (que recuerda la terrible realidad que, por ahora, se vive en nuestro país), el poder lo detenta quien tiene posesión de las armas, quizá como representación fálica de dominio y agresión. Los asaltantes realizan un daño extremo de aniquilación total, que tiene tras de sí la envidia como motor de destrucción.
El asaltante que se compara opera, un poco, como el outsider de Donald Meltzer (2018), aquella sexta figura que tiene una intención malévola hacía la familia idealizada y se presenta como el malvado, el cínico, el destructivo, el que no puede soportar la dinámica de una familia armónica y, por ende, pugna por destruir cualquier equilibrio emocional o de condición favorable para la existencia creativa. Y sí, se cumple lo que para un perverso es lema, según Meltzer: “Mal, sé tú mi bien” (Meltzer, 2018, p. 187).
Referencias:
Fonseca, R. (1977). Feliz año nuevo. Madrid. Ediciones Alfaguara.
Khan, M. M. R. (1991). Alienación en las perversiones. Nueva Visión.
Klein, M. (2019). Envidia y gratitud y otros trabajos. Paidós.
Meltzer, D. (2018). Estados sexuales de la mente. Paradiso editores.
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