La culpa en la infancia
Por Guillermo Nieto Delgadillo
La culpa es una de las emociones más desagradables que todos hemos experimentado, por lo menos una vez en la vida. Haber hecho algo que uno mismo o alguien más considera incorrecto tiene distintas consecuencias, desde la necesidad imperiosa de confesar el acto cometido, hasta llevar a cabo intentos de reparar el daño causado —independientemente de si fue real o no—. También puede provocar autorreproches que, en la mayoría de las ocasiones, suelen desaparecer después de un tiempo o porque nos damos cuenta de que lo que hicimos no fue irreparable y de que nuestras relaciones no quedaron deterioradas de manera permanente por nuestras acciones.
La cuestión con la culpa es que estamos acostumbrados a relacionarla sólo con los actos y pensamientos conscientes, cuando, en realidad, a menudo —y por más raro que suene—, la persona en sí no tiene la menor idea de que tiene una necesidad de ser castigada, ya sea por alguien conocido o por lo que muchos suelen llamar “el destino”.
Uno de los descubrimientos más importantes de Sigmund Freud fue el del sentimiento inconsciente de culpa, el cual es el responsable de la serie interminable de tragedias que acompañan a muchas personas. Por lo tanto, si en lo más profundo de nuestra mente existen deseos inconscientes basados en la destrucción y el odio que están dirigidos hacia nuestros seres más queridos, es natural que exista una reacción opuesta a dichos sentimientos o fantasías.
¿Quién no ha conocido gente que parece ser perseguida por la “mala suerte” y que cualquier tarea que emprende, en el mejor de los casos, termina en el fracaso y, en el peor, en una pérdida aún mayor que la inversión? ¿O personas que van de relación en relación, para siempre terminar siendo lastimadas, o están con una pareja más dañina que beneficiosa? Si bien, no podemos generalizar y adjudicarle el 100% de los casos a esta culpa inconsciente, hay muchas circunstancias en las que estos hechos tienen su origen en este mecanismo tan peligroso y silente.
Si los adultos tenemos la culpa inconsciente, es lógico considerar que los niños también, sólo que la manifiestan de distintas formas. Otro de los aportes más importantes de Freud fue su trabajo en torno a la sexualidad infantil, la cual abarca deseos y fantasías tanto de amor como de odio hacia papá y mamá. Es razonable, entonces, que los niños posean sentimientos de culpa bastante intensos; no obstante, no los expresan como los adultos lo hacen.
Así como hay personas mayores que tienen accidentes basados en la culpa, existen niños que se lastiman de forma constante por medio de caídas, cortaduras, tropiezos, etcétera, sin que sea su intención. Por lo general, los familiares piensan que es a causa de la etapa de crecimiento por la que están atravesando o por una torpeza innata del infante. Sin embargo, los tratamientos psicoanalíticos han llegado a descubrir que, en diversas ocasiones, tales “accidentes” son formas de autocastigo como consecuencia de haber alcanzado logros relevantes, como aprender a caminar o a ir al baño.
Los terrores nocturnos, aunque no siempre, están relacionados a sueños de angustia engendrados en los deseos más profundos de la mente, mismos que están acompañados por un castigo mental inmediato. ¿Qué mejor manera de reprenderse por las motivaciones más importantes que mediante un sueño que funge como represalia?
Otra manifestación (bastante irónica, por cierto) son aquellos niños que parecen comportarse la mayor parte del tiempo de una manera grosera, incorrecta y berrinchuda. A pesar de que, por múltiples razones, el niño se porta díscolo, muchas veces lo hace para recibir un castigo permanente, generando de ese modo una relación llena de violencia; todo esto es el reflejo de su estado mental y su necesidad tan fuerte de sufrir. Es como el criminal que deja pistas “sin darse cuenta” para ser atrapado y juzgado, siendo forzado a cumplir una condena y cometiendo el crimen para merecer recibirla. Estos son sólo unos pocos ejemplos de cómo el sentimiento de culpa se revela en la infancia.
En conclusión, es de suma importancia detectar cualquier conducta repetitiva y nociva para la vida física y mental de quienes tanto queremos proteger. Por esta razón, es recomendable recurrir al psicoanálisis, ya que es la mejor herramienta para identificar las motivaciones inconscientes detrás de estas conductas, permitiéndole al niño, primero, conocer esta culpa, para después ser capaz de lidiar con todos estos sentimientos extremos y naturales en el ser humano.
Referencias:
Aberastury, A. (2013). Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Paidós. (Obra original publicada en 1962).
Freud, S. (1992a). Más allá del principio del placer. Obras completas (vol. 18). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1923).
—. (1992b). El yo y el ello. Obras completas (vol. 19). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1923).
—. (1992c). El problema económico del masoquismo. Obras completas (vol. 19). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1924).