La conformación de la fuerza en la mente. Relato de un caso
Por Myriam Trejo
Freud utilizó el término “histeria de angustia” para referirse a una neurosis en particular cuyo síntoma central es la fobia y señaló su similitud estructural con la histeria de conversión. El autor muestra que dichos trastornos poseen el mismo origen: el conflicto edípico, en el cual predominan los sentimientos de celos, exclusión, rivalidad, competencia, comparación e inferioridad. Actualmente, podemos observar cómo en nuestros pacientes el camino hacia su desarrollo mental se ve detenido porque su carácter es capturado por un aspecto infantil de tipo edípico.
Desde una perspectiva psicoanalítica contemporánea, la comprensión de la problemática edípica se enriquece cuando reconocemos los elementos de desprecio que impiden incorporar aquello con lo que se compite: los objetos parentales y, en particular, el objeto parental paterno. Los modelos kleiniano y postkleiniano afirman que la identificación introyectiva de los objetos es fundamental para integrar aspectos saludables y fuertes en la mente, guiando al self hacia el crecimiento.
Estas ideas sirvieron de base para comprender el caso de un joven de diecinueve años, que revisamos en el marco de la Supervisión Colectiva del Doctorado en Clínica Psicoanalítica del Centro Eleia, con el apoyo de la Dra. Elena Ortiz. En este paciente predominan sentimientos de inferioridad y ansiedades de castración. Es un chico callado, nervioso e inseguro. No le gusta su cuerpo, se percibe como un niño, sin rasgos varoniles y poco atractivo. El cuerpo es un tema central en su discurso: se preocupa si presenta alguna irritación o si baja de peso.
Con su madre mantiene un vínculo endogámico; él funge en varios sentidos como su pareja y menosprecia al padre. Uno de los aspectos más discutidos durante la supervisión fue esta rivalidad con el padre, la usurpación de su lugar junto a la madre y la terrible consecuencia de no lograr introyectar la figura paterna y sus funciones. Este joven traslada a otros escenarios su actitud de superioridad con respecto al padre. Por ejemplo, insistió en ingresar a un curso muy costoso porque consideraba que era mejor que otro al que asistió su hermana, pero, después de un par de días, llegó a la conclusión de que su modelo pedagógico no servía y que no aprendería nada.
El corolario de la superioridad es el desprecio. La persona queda atrapada en un círculo vicioso donde su postura de grandiosidad le impide aprender y crecer, dejándolo en una posición de castración que no le permite enfrentarse a la vida. Este muchacho tiene la sensación de que los retos que se le presentan diariamente son insuperables, como despertarse temprano, realizar algún trámite o prepararse para el examen de admisión a la universidad. Este tipo de actividades y el esfuerzo que implican son para él cargas insoportables. Podríamos decir que carece de “testosterona emocional”, de esa fuerza viril, potente, de una función que actúa como autoridad interna cuando hay que enfrentar un desafío o mantener una disciplina para desarrollarse. Su reacción, entonces, es de angustia. No es un joven de diecinueve años, sino que su mente está dominada por un niño: el eterno pequeño príncipe de mamá.
Este tipo de casos tienen buen pronóstico con el tratamiento psicoanalítico. Pero, ¿cómo podemos trabajar con nuestros pacientes en la clínica para motivar su progreso? Será central el análisis sistemático de la transferencia, donde también se expresa el conflicto con la función parental. Un punto básico a interpretar es la “equiparación agrandada” con las funciones parentales. En otras palabras, se trata de mostrarle al paciente cómo adopta o usurpa posturas que buscan una especie de simetría respecto a los objetos con los que compite. La intervención continua sobre estas áreas tiene por objetivo fortalecer la identificación introyectiva, el mecanismo que, por excelencia, conduce al desarrollo.
En el caso de este joven, la introyección de un objeto parental paterno edificaría la fuerza interna que tanto requiere. Por lo tanto, el tratamiento procurará la identificación introyectiva de los aspectos parentales paternos para reforzar su estructura de carácter. Jugando con nuestra metáfora, buscaríamos imprimirle una “inyección de testosterona emocional”.
Es importante mostrarle puntualmente con descripciones cuidadosas cómo él, mental y emocionalmente, realiza un proceso despectivo de lo que se le ofrece. Hay que indicarle con palabras coloquiales dónde aparece el desprecio, la superioridad, la arrogancia y de qué modo surge después en él esa incómoda sensación de que no saber, no poder y de falta de capacidades. Será necesario explicar que su “grandiosidad” le impide interiorizar y que está profundamente enraizada junto con aquella posición de sustituto paterno al lado de la madre, lugar que no le corresponde, pero que determina su vida hasta en la actitudes más triviales. La recuperación de la confianza en sí mismo, la seguridad y la masculinidad dependerá de su capacidad para romper con ese círculo vicioso que le impide hacer suyo lo potencialmente valioso porque lo desprecia.
Las interpretaciones son, en gran medida, descripciones. El psicoanálisis se aleja de la ciencia explicativa para ser una disciplina descriptiva. Es fundamental señalar con cuidadoso detalle cómo él posee distintas áreas en su mente: una parte quiere lograr cosas que le darían una gran satisfacción personal, como ingresar a una universidad de prestigio y estudiar una carrera; pero otra parte desea continuar con una modalidad de funcionamiento condescendiente, poco esforzada, parasitaria, donde sigue siendo un niño-príncipe pegado a mamá.
Es indispensable entender las distintas áreas que habitan al paciente; en la transferencia, por ejemplo, mostrarle al niño que no quiere venir en un horario que implica un sacrificio de tiempo y esfuerzo o cómo desea que se le expliquen las cosas ya digeridas, para que sea la analista quien piense por él. También hará falta exponerle sus partes cooperadoras, como cuando comparte un sueño que ha recordado o las ocasiones en las que se dispone a escuchar y reflexionar.
Conviene señalar las ansiedades de castración, hacerle ver que desarrolla una actividad de comparación permanente con los demás, como si fuera un niño midiendo imaginariamente su pene con el de papá o con el de otros niños más grandes, y que esto se traduce a muchas áreas de su vida: los estudios, los logros deportivos, el coche que maneja, etc. Todo ello deriva en una sensación de ser castrado no sólo en la sexualidad sino en la vida.
Este paciente coloca en el cuerpo su sensación de inferioridad: observa defectos, como los niños que piensan que su pene es pequeño porque está mal diseñado y su cuerpo no funciona bien. Del mismo modo, las molestias físicas y sus inquietudes con respecto a este tipo de experiencias, son desplazamientos de sus angustias frente a lo erótico. Su erotismo está profundamente ligado a figuras que tienen una carga incestuosa importante: su madre y su hermana. La fantasía es que su cuerpo recibirá los “castigos” porque desde allí “emana” aquella sexualidad que vive tan cargada de culpa y vergüenza.
Este paciente tiene una estructura neurótica que se puede comprender bien a partir de las teorías de Freud y el polimorfismo infantil. Asimismo, podemos enriquecer este enfoque con las aportaciones de los kleinianos y postkleinianos. Sabemos que el mundo de las teorías psicoanalíticas es vasto; resulta de gran utilidad contemplar distintas perspectivas porque estamos frente a un objeto de estudio complejo. Lo importante es lograr una consistencia epistemológica y estética que nos permita adentrarnos con sensibilidad y agudeza en la experiencia emocional del paciente, para que, así juntos, sea posible pensarla y comprenderla mejor.