La complejidad del suicidio: más allá de las cifras oficiales.

Prevención y signos de alerta

Por Mayte De Atela                                                            

Cuando observamos las cifras oficiales de suicidio en México, los números pueden parecer relativamente bajos. De acuerdo con el INEGI, en 2022 se registraron 8 837 muertes por suicidio a nivel nacional. A primera vista, esta cifra puede dar la impresión de que el fenómeno no es tan alarmante en una población de más de 126 millones de habitantes. Sin embargo, si ampliamos la mirada y consideramos los intentos de suicidio y la ideación suicida, el panorama cambia drásticamente.

Por cada suicidio consumado, se estima que hay por lo menos dos intentos previos. Esto significa que el número de personas que intentan quitarse la vida es exponencialmente mayor al reflejado en las estadísticas de mortalidad. Además, estudios previos han señalado que, en 2008, cerca de 593 600 personas en México intentaron suicidarse y alrededor de 99 731 requirieron atención médica debido a ello. Aunado a esto, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición Continua 2022, el 44.12 % de los adolescentes encuestados reportó haber tenido pensamientos suicidas, y el 10.03 % intentó suicidarse.

Estas cifras evidencian que el suicidio es sólo la punta del iceberg de un problema mucho más complejo, que involucra sufrimiento psíquico, desesperanza y condiciones socioemocionales adversas. Este panorama, aunque reflejado parcialmente en las estadísticas de mortalidad, subraya la necesidad urgente de una intervención multidisciplinaria, temprana y oportuna. Para comprender la magnitud de esta problemática, es esencial analizar los factores de riesgo a lo largo del desarrollo, identificar los signos de alerta y, desde una perspectiva psicoanalítica, explorar las motivaciones profundas que subyacen al acto suicida. La sensibilización sobre estos signos, a menudo no detectados a tiempo, es crucial para prevenir consecuencias devastadoras.

  • La complejidad del suicidio: definición, factores de riesgo y prevención

El suicidio, entendido como el acto deliberado de quitarse la vida, es un fenómeno complejo que involucra dimensiones biológicas, psicológicas y sociales. Si bien las estadísticas de mortalidad, como las reportadas por el INEGI, son útiles, no reflejan la magnitud completa del problema. Como psicoterapeutas, no sólo nos interesan los datos estadísticos sobre los actos consumados, sino también los intentos de suicidio, los cuales no siempre son estudiados con la misma frecuencia en las investigaciones. Además, es esencial contar con herramientas adecuadas para la detección temprana de riesgos, así como con alternativas de intervención para abordar estos casos de manera efectiva.

El suicidio deberá estudiarse como un fenómeno multidimensional. Los factores biológicos, como la genética y los desequilibrios neuroquímicos, interactúan con factores psicológicos, como el sufrimiento emocional y los conflictos internos, y factores sociales, como el aislamiento o las presiones sociales.

Para profundizar en estos aspectos, es útil considerar las perspectivas de diversos autores, tanto desde la literatura psiquiátrica como psicoanalítica. Cuando hablamos de suicidio, es fundamental entender que cada caso debe abordarse desde una historia única. Si bien existen elementos comunes que nos permiten comprender el suicidio de manera global, es crucial reconocer que los factores de riesgo y las motivaciones inconscientes son individuales. Como lo menciona Pérez Barrero (2016):

Ante todo, se debe considerar que los factores de riesgo suicida son individuales. Además de ser individuales, son generacionales, ya que los factores que representan un riesgo en la niñez pueden no serlo en la adultez o en la vejez. Por otra parte, son específicos de género, ya que los riesgos de suicidio en mujeres no son los mismos que en los hombres, y están condicionados culturalmente (p. 17).

A lo largo de este artículo, abordaremos algunos de estos aspectos generales, enfocándonos especialmente en la detección temprana de los riesgos asociados al suicidio. Para ello, es fundamental comprender las diferentes etapas del proceso suicida, que van desde las ideas de muerte, pasando por la rumiación suicida, hasta llegar a la planeación suicida.

Las ideas de muerte son pensamientos vagos sobre el cese de la vida, mientras que la rumiación suicida implica una repetición obsesiva de pensamientos suicidas. La planeación suicida, en cambio, implica la formulación de estrategias para llevar a cabo el acto. Esta distinción es clave para una intervención oportuna, ya que cada uno de estos estados representa un nivel de gravedad distinto y requiere una intervención específica.

Con esta base, se explorarán los factores de riesgo y signos de alerta, los cuales indican que una persona podría estar en una situación vulnerable. Estos signos, a menudo no detectados a tiempo, son fundamentales para la prevención del suicidio y deben ser identificados y abordados con prontitud.

En la infancia, el entorno familiar juega un papel crucial en el desarrollo emocional. Factores como trastornos mentales en los padres, embarazos no deseados o experiencias de abuso pueden predisponer al niño a pensamientos suicidas. Los signos de alerta en los menores incluyen disforia, agresividad, baja tolerancia a la frustración, y cambios en los patrones de sueño y alimentación. Además, la presencia de ideas de muerte o suicidio, ya sea de manera directa o indirecta, debe ser tomada en cuenta como un indicador de riesgo.

La adolescencia es una etapa caracterizada por el conflicto y la confusión interna. El adolescente atraviesa una serie de pérdidas, como la transformación de su identidad infantil y la relación con los padres, lo que aumenta el riesgo de pensamientos suicidas. A estos factores se suman la presión social y los cambios neurobiológicos, los cuales potencian la vulnerabilidad de esta etapa del desarrollo.

En la adultez, el estrés laboral, las pérdidas y el duelo pueden actuar como factores desencadenantes de pensamientos suicidas, especialmente cuando se combinan con sentimientos de desesperanza o la percepción de una falta de sentido en la vida. La sobrecarga de responsabilidades, los conflictos familiares o de pareja, y la presión por cumplir expectativas sociales y económicas pueden generar un estado de angustia difícil de sobrellevar. Además, la presencia de trastornos afectivos no diagnosticados o no tratados, como la depresión o la ansiedad, incrementa significativamente el riesgo.

En la vejez, la soledad, la enfermedad y el deterioro de las funciones cognitivas y físicas constituyen factores de vulnerabilidad importantes. La pérdida de seres queridos, el alejamiento de la vida laboral y social, así como la disminución de la autonomía, pueden generar un profundo sentimiento de inutilidad y abandono. A esto se suma el impacto de enfermedades crónicas o degenerativas, que pueden traer consigo dolor persistente y limitaciones en la calidad de vida. En algunos casos, la falta de redes de apoyo y la percepción de ser una carga para los demás intensifican el sufrimiento psíquico y favorecen la aparición de pensamientos suicidas.

Algunos de los cambios significativos a los que debemos estar atentos, independientemente de la edad o etapa del desarrollo, incluyen alteraciones en el estado de ánimo y la conducta, así como una sensación de desvalimiento, minusvalía o desesperanza. A menudo, estos síntomas van acompañados de una percepción de falta de sentido en la vida, expresiones, ya sea verbales o indirectas, que manifiestan desde pensamientos de muerte hasta una planeación suicida franca. Además, se pueden observar actitudes como despedidas de seres queridos o el acto de regalar o deshacerse de objetos personales, lo cual puede ser indicativo de un pensamiento o una planeación suicida inminente. Es crucial que estas expresiones y comportamientos, ya sean directos o indirectos, nunca pasen inadvertidos. No deben interpretarse como chantajes ni como intentos de manipulación.

Ante una persona en riesgo, la intervención inmediata debe centrarse en ofrecer un espacio seguro, validar sus emociones y buscar ayuda profesional urgente. Las estrategias de intervención deben incluir la activación de redes de apoyo y garantizar un seguimiento constante. La prevención del suicidio requiere una acción integral a nivel individual, familiar y comunitario. Es esencial el trabajo conjunto entre los profesionales de la salud mental, las familias y la sociedad en general.

El suicidio es un fenómeno complejo que no puede comprenderse únicamente a través de las cifras oficiales de mortalidad. Para abordar esta problemática de manera integral, es esencial ampliar la mirada, considerando no sólo los intentos de suicidio y la ideación suicida, sino también los múltiples factores psíquicos que inciden en su manifestación. Desde una perspectiva psicoanalítica, el suicidio no es sólo un acto impulsivo o desesperado, sino que refleja una expresión del conflicto interno y la imposibilidad de gestionar experiencias de dolor y vacío. En este sentido, factores como los conflictos emocionales no resueltos, la internalización de pérdidas y la vivencia de una profunda desconexión interna juegan un rol crucial en su aparición.

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Referencias:

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Freud, S. (1981b). Más allá del principio del placer. Obras completas (vol. 18). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1920).

Green, A. (2014). “Suicidio(s): patología y normalidad.” En ¿Por qué las pulsiones de destrucción o de muerte? Ed. Amorrortu. Pp. 130 – 138.

Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). (2022). Encuesta Nacional de Salud y Nutrición Continua 2022 [ENSANUT 2022]. Recuperado de https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2024/EAP_Suicidio24.pdf

Moguillansky, C. (2006). Conferencia sobre el suicidio. En Bleichmar, N.; Leiberman, C.; Ortiz, E. y Wiener, A.M. Diálogos clínicos en psicoanálisis. México: Centro Eleia.

Organización Mundial de la Salud (OMS). (2019). Prevención del suicidio: un imperativo global. Recuperado de https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/suicide

Perez Barrero, S. et col. (2016). Cap. 2. Los medios de comunicación y la prevención del suicidio en “Prevención del suicidio. Consideraciones para la sociedad y técnicas para emergencias” Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco PP.13 A 88 

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