La campana de cristal: una perspectiva femenina de la angustia adolescente
Por Natalia Equihua
Es un verano de los años setenta. La adolescente bostoniana Esther Greenwood se encuentra en la cosmopolita y bulliciosa ciudad de Nueva York, a punto de iniciar un trabajo de verano en una de las revistas más populares de los Estados Unidos. La experiencia parece la configuración de un ambicioso sueño de éxito profesional; no obstante, Esther describe el sentir que le despierta ese momento de su joven vida de la siguiente manera: “supongo que debería haberme sentido tan emocionada como la mayoría de las otras chicas, pero no tuve ningún tipo de reacción. Me sentía enmudecida y muy vacía, como un tornado que se mueve lentamente en medio del alboroto que hay a su alrededor”.
La campana de cristal narra un punto medular en la vida de Esther: el paso por una adolescencia que definirá quién es, la búsqueda de una identidad. Sin embargo, muy pronto descubrimos que el camino hacia la adultez le genera una intensa angustia. A lo largo de la historia, el narrador desentraña los pensamientos de Esther, los cuales giran en torno a una ansiedad provocada por distintas situaciones: las presiones sociales de la mujer de esa época, la complicada relación que tiene con su madre y la ausencia de su fallecido padre, sus limitados prospectos profesionales y la falta de confianza para desarrollarse seriamente como escritora. Todo lo anterior contribuye al deterioro de su salud mental: la angustia que describe en un inicio se convierte en una depresión que la lleva a un tratamiento psiquiátrico y la instiga a intentar el suicidio en varias ocasiones.
Sylvia Plath, poeta estadounidense, publicó La campana de cristal, su primera y única novela, en 1963. Muchos consideran que se trata de un libro semiautobiográfico que relata el inicio de la angustia y depresión que acompañaron a la autora a lo largo de su corta vida —Plath falleció ese mismo año a causa de suicidio. Independientemente de la relación que esta novela tiene con la vida de su escritora, se trata de un libro que permite explorar la experiencia y el sentir del adolescente, algo nada común para esa época. A pesar de ser novedosa, ésta no fue la única novela que trató el tema. Una de las obras mejor conocidas es El guardián entre el centeno del escritor estadounidense J. D. Salinger, publicada en los años cincuenta. La obra de Salinger se ha convertido en un clásico sobre el sentir de la posguerra y el desencanto de la juventud que creció en esas décadas. A pesar del carácter universal de El guardián, un aspecto que no toca es la particularidad de la experiencia femenina, la cual involucra dificultades propias de este género, como la falta de derechos y libertades que las mujeres han enfrentado por siglos. En este sentido, la novela de Plath es una ventana a la experiencia adolescente, pero vista a través de los ojos de la mujer de mediados del siglo XX.
Inmersa en la segunda ola de feminismo de los Estados Unidos, no es sorpresa que Plath relacionara las intensas emociones de Esther con las presiones sociales propias de ser mujer. Su novela revela las confusas dualidades a las que el personaje principal —y cualquier mujer de la época— hace frente en su búsqueda por una identidad y en las cuales no encuentra cabida. La primera y más importante es la oposición niña-adulta. La adolescencia no es sólo el momento en que Esther abandonará sus deseos y actitudes infantiles —incluida la dependencia hacia su madre y un cuerpo no desarrollado—, significa aceptar la expectativa social de que algún día deberá contraer matrimonio y formar una familia; pero, lejos de aceptar estas expectativas como algo “natural”, nuestra heroína las cuestiona y observa con miedo cómo podrían alejarla de su sueño más grande: volverse una escritora exitosa. Este temor es evidente cuando recuerda el comentario “sínico y sabelotodo” de un amigo que le dice que “después de que yo tenga hijos me sentiré diferente; ya no querré escribir poemas. Así que empecé a pensar que quizá es cierto, que casarse y tener hijos es como si te lavaran el cerebro para volverte insensible, como si fueras un esclavo en un país cerrado y totalitario”.
La siguiente oposición importante es la modernidad y liberación femenina —tan palpables en esa época— versus la vida de la mujer tradicional. Si bien en aquel entonces la familia era una expectativa social importante para la mujer, también lo era la posibilidad de trabajar y ser autosuficiente; recordemos que la historia de Esther inicia con un breve trabajo de verano en Nueva York. Aun así, la inseguridad de volverse una escritora realmente exitosa la invade; se cuestiona la falta de experiencias “verdaderas”, puesto que no ha tenido las vivencias de una persona más madura: “¿cómo podría yo escribir sobre la vida si nunca he tenido una aventura amorosa o un bebé, ni siquiera he visto a nadie morir?”, se cuestiona. Esta inseguridad, además, se centra en el reto que significa para cualquier mujer cumplir las demandas de un mundo dominado por hombres: el de la escritura literaria.
A través de éstas y otras grandes oposiciones que la heroína de La campana de cristal enfrenta, es que vemos la complejidad que el paso por la adolescencia significa para la mujer. La novela describe el punto donde convergen no solo los cambios fisiológicos de la adolescente, sino las expectativas sociales y los temores y fantasías personales; todo ello termina por dar forma a las emociones de Esther. Este libro es un agudo recorrido por las angustias que se desatan a lo largo de esta etapa vital de transición personal y social. Y más allá de ser solo un relato, funciona como una suerte de espejo que nos hace reflexionar sobre la forma en que nosotras y nosotros también hemos afrontado esta etapa de nuestras vidas.