Identificación proyectiva, un concepto fundamental en el psicoanálisis
Marta Bernat
Jorge Salazar
En 1946, Melanie Klein dictó una conferencia en la Asociación Británica de Psicoanálisis intitulada “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”, la cual publicó ese mismo año en la Revista Internacional de Psicoanálisis (International Journal of Psychoanalysis) y en la que introdujo un concepto original y revolucionario: la identificación proyectiva (Klein, 1946). Si bien Freud empleó el término proyección desde sus primeros escritos para describir una modalidad defensiva propia de la paranoia, la novedosa aportación de Klein amplió su significación para considerarla no solo un mecanismo de defensa de las psicosis, sino, en consonancia con su propuesta de un modelo de la mente distinto al freudiano, como el prototipo de toda relación de objeto. Con el tiempo, los analistas kleinianos y poskleinianos ampliaron aún más los alcances teóricos y clínicos de este concepto y especificaron la diversidad de sus funciones. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la identificación proyectiva cobró tal relevancia en el psicoanálisis, que incluso los psicoanalistas no kleinianos comenzaron a utilizarla, lo cual alteró su sentido original (Kernberg, 1993) y suscitó no pocos debates para diferenciarla de la proyección (Kernberg, 1987). Debido a lo anterior, es importante recordar cuál es la génesis de este concepto, su recorrido por la teoría psicoanalítica y sus aplicaciones en la práctica contemporánea.
Aproximaciones iniciales a la identificación proyectiva
Para Klein, la identificación proyectiva se establece desde el nacimiento con la finalidad de librar al bebé de la angustia de aniquilación proveniente de la pulsión de muerte. Es un mecanismo primitivo que tiende a suprimir las experiencias dolorosas que el recién nacido es todavía incapaz de contener en su mente incipiente. Al sentir ansiedad, el bebé escinde y expulsa con odio fuera del yo todo aquello que percibe como peligroso y dañino, inclusive partes de su self que coloca dentro de la madre. El predominio de la pulsión de muerte en los primeros estadios de la vida psíquica explica que la motivación sea agresiva, pues, al expulsar los contenidos indeseables y depositarlos en forma intrusiva dentro del objeto, el bebé tiene la intención —desde luego inconsciente— no solo de aminorar la angustia y desalojar el dolor de su mente, sino de controlar y poseer al objeto materno, de dañarlo y destruirlo. Por lo tanto, el odio que el bebé siente por él mismo —debido a la influencia de la pulsión destructiva— se dirige, mediante el mecanismo de identificación proyectiva, hacia la madre, quien ahora contiene todo lo que aquel no puede tolerar. El bebé, entonces, identifica en la madre sus propias partes malas y las desconoce en sí mismo. De este modo, al tiempo que el bebé proyecta su realidad psíquica en el objeto primario, crea una forma especial de identificación —la más temprana en su desarrollo— y establece el prototipo de las relaciones emocionales con los objetos, convertidos, de aquí en adelante, en personajes del mundo interno.
Klein subrayó que el bebé no solo deposita agresiva o defensivamente los aspectos malignos del self dentro de la madre, sino también sus cualidades bondadosas derivadas de la influencia de la pulsión de vida; así, en forma simultánea a la relación persecutoria de objeto —característica de la posición esquizoparanoide—, se inaugura un vínculo de comprensión y empatía entre el bebé y la madre. Este cambio cualitativo en la identificación proyectiva da paso a la posición depresiva y es esencial para promover la integración y el desarrollo de la personalidad, así como una relación menos distorsionada con el objeto. Sin embargo, cuando la identificación proyectiva resulta excesiva en esta modalidad, el bebé también siente que pierde las partes buenas de su personalidad y, en consecuencia, el yo se empobrece y se debilita debido a que le asigna a la madre todos los aspectos buenos, mientras que él se queda vacío y sin tener nada positivo que ofrecer a los demás. El predominio de la función defensiva de este mecanismo crea, a su vez, un vínculo de tipo narcisista entre el bebé y la madre, pues el primero no logra ver a la segunda como un sujeto separado y diferente, con cualidades y defectos propios; por el contrario, al atribuirle a la madre todo lo que no tolera de sí mismo, el bebé demanda de ella su presencia continua para mitigar la angustia persecutoria, al tiempo que distorsiona negativamente su forma de percibirla.
De lo anterior se desprende que en el texto kleiniano el mismo concepto encierra dos significados opuestos. Por un lado, la identificación proyectiva promueve el crecimiento mental y la integración de la personalidad; por el otro, favorece la inhibición o detención del desarrollo y el empobrecimiento del yo. Wilfred Bion (1962) esclareció la ambigüedad conceptual al proponer la distinción entre la identificación proyectiva patológica, que utiliza para referirse exclusivamente a los aspectos evacuativos o agresivos, y la identificación proyectiva comunicativa, con la que describe sus cualidades bondadosas y positivas. Así, Bion diferenció con mayor precisión las modalidades de funcionamiento de este mecanismo, a la vez que permitió expandir sus aplicaciones teóricas y clínicas. Además, le otorgó a la madre un papel más significativo en el desarrollo emocional del bebé que el que Klein le había adjudicado. La madre emplea su capacidad continente o rêverie —es decir, la transformación simbólica de las emociones primitivas— para devolverle al bebé sus contenidos expulsados en forma digerible, a fin de que éste pueda tolerarlos y asimilarlos. Gradualmente, el bebé se identifica con dicha función para construir un continente interno que le permite metabolizar sus experiencias y brindarles un significado emocional.
La identificación proyectiva en el psicoanálisis contemporáneo
No obstante los brillantes desarrollos teóricos de Bion, y debido a la confusión existente en la literatura psicoanalítica acerca de la noción de identificación proyectiva y las contradicciones y ambigüedades persistentes en su significación, las psicoanalistas británicas Elizabeth Spillius y Edna O’Shaughnessy coeditaron en 2012 un libro notable que compila artículos clásicos y contemporáneos con distintos propósitos, entre ellos: precisar el origen del concepto en la obra de Klein y destacar su riqueza y complejidad; trazar su evolución en la teoría kleiniana, así como su asimilación o rechazo en otras orientaciones psicoanalíticas y, por último, explorar los problemas clínicos y conceptuales que acompañan la migración de un concepto de una teoría a otra. Para ello, la publicación reúne artículos originales propios, así como la contribución de analistas británicos, europeos, norteamericanos y sudamericanos. Es probable, de acuerdo con las autoras, que la rápida, aunque imprecisa, propagación del concepto de identificación proyectiva se haya debido a su utilidad clínica en la comprensión de las vicisitudes del eje transferencia-contratransferencia que se determina durante la sesión analítica. Y que, en contraste con su predecesor —la proyección—, la identificación proyectiva sea más abarcadora, pues no solo incluye el desplazamiento de una parte del self al otro, sino que involucra un aspecto más detallado del contenido proyectado, quién lo hace y hacia quién, con qué intención y sus consecuencias. En efecto, gracias a sus atribuciones, en la práctica psicoanalítica la identificación proyectiva permite tomar en cuenta las intenciones, motivaciones y secuelas tanto del sujeto que realiza la proyección como del objeto que la recibe, así como el tipo de vínculo que se construye entre ellos.
La identificación proyectiva es el vehículo por medio del cual el paciente coloca en su analista los aspectos amenazantes, destructivos, dolorosos e indeseados de su mente. En su fantasía, piensa que estas emociones pertenecen al analista para así sentirse liberado de ellas, incluso acompañado de una sensación de omnipotencia o autosuficiencia. La tarea del analista consiste en recibir estas emociones, contenerlas y devolverlas al paciente en forma adecuada para su comprensión, al tiempo que señala la tendencia a depositarlas en él. Rosenfeld (1987) puntualizó que la interpretación no debe ser meramente una labor intelectual, defensiva por parte del analista, sino comprometida emocionalmente a fin de que el paciente no perciba un sentimiento de inautenticidad en el vínculo terapéutico. Además, agrega que las modalidades de expulsión y comunicación pueden presentarse simultáneamente, por lo que es importante distinguir una de la otra. Precisamente, cuando un paciente evacúa pensamientos de manera violenta, tiene mayor necesidad de que el analista lo contenga y comprenda. El tipo de diálogo que se establece entre ellos y el sentido que adquiere el relato de la persona dependerán de la capacidad del analista para convertirse en un continente de las proyecciones de aquella. Solamente cuando el paciente tiene contacto con sus emociones rechazadas y logra tolerarlas, le será posible crecer y desarrollarse; lo contrario llevará al estancamiento emocional.
La identificación proyectiva es y ha sido desde su origen una noción fundamental en el psicoanálisis que, por su riqueza conceptual, trascendió fronteras ideológicas en el movimiento psicoanalítico. Indudablemente constituye una herramienta inmejorable para comprender el estado emocional del paciente tanto como la naturaleza del vínculo analítico, ambos aspectos esenciales para efectuar interpretaciones profundas y multidimensionales de su acontecer psíquico.
Referencias
Bion, W.R. (1962). Una teoría del pensamiento. En Volviendo a pensar (pp. 151-164). Buenos Aires: Hormé, 1990.
Kernberg, O.F. (1987). Projection and Projective Identification: Developmental and Clinical Aspects. Journal of the American Psychoanalytic Association, 35, 795-819.
Kernberg, O.F. (1993). Convergences and Divergences in Contemporary Psychoanalytic Technique. International Journal of Psycho-Analysis, 74, 659-673.
Klein, M. (1946). Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. En Obras completas de Melanie Klein, Vol. 3: Envidia y gratitud y otros trabajos (pp. 10-33). Barcelona: Paidós, 1987,.
Rosenfeld, H. (1990). Impasse e interpretación. Factores terapéuticos y antiterapéuticos en el tratamiento psicoanalítico de pacientes neuróticos, borderline y psicóticos. Madrid: Tecnipublicaciones.
Spillius, E. y O’Shaughnessy, E. (Eds.) (2012). Projective Identification. The Fate of a Concept. Londres: Routledge.