Goce y melancolía. Los estados depresivos en un mundo sin duelo

Por Jorge Salazar
Acorde con “las nuevas formas del síntoma” (Recalcati, 2003, 2021) —presencias ominosas en los consultorios psicoterapéuticos que desafían el saber psicoanalítico y la pericia de sus practicantes—, la melancolía y los estados depresivos suscitan, en la actualidad, nuevas reflexiones que orientan su comprensión y tratamiento hacia otras direcciones que, si bien encuentran su punto de partida en Duelo y melancolía (Freud, 1917/1989) —piedra angular que ha sostenido por más de cien años la teoría psicoanalítica sobre el tema—, van más allá del magistral texto canónico de Freud. El contraste entre estas dos afecciones anímicas —el duelo y la melancolía— se sostiene en la medida en que ésta es una consecuencia del fracaso del trabajo de elaboración que aquél debe realizar ante la experiencia de pérdida de un objeto libidinal.
El duelo, huelga decirlo, concluye sin temporalidad preestablecida ni límite preciso cuando el sujeto acepta la pérdida del objeto amado o de sus representaciones abstractas y transita por la experiencia de reconocer su ausencia en la realidad externa, aunque su existencia sea evocada de continuo y para siempre en las huellas que dejaron sus pasos en el mundo interno o en los vestigios del fecundo encuentro entre ambos. Así, el duelo es un testimonio de la fugacidad de los vínculos humanos, de la imposibilidad de conservar al objeto, esto es, de la finitud y de la muerte, pero también del amor objetal, de la incondicional entrega al otro a sabiendas de su mayor o menor caducidad. En este sentido, no obstante el dolor que conlleva —o, precisamente, en virtud de él—, el duelo bien elaborado es una experiencia por demás inevitable y necesaria en la vida, que promueve la madurez emocional y el crecimiento mental.
En cambio, la melancolía fue concebida por Freud como una entidad psicopatológica, difusa en sus contornos debido a la variedad de sus manifestaciones clínicas. Sin embargo, le atribuyó, al menos en el cuadro típico, una psicogénesis específica como nunca antes esta condición del alma humana había recibido en su dilatada historia. Al hacerlo, Freud equiparó la melancolía con la depresión —término que cada vez cobrará mayor preeminencia en detrimento de aquel a lo largo del siglo XX y en el campo de la salud mental—, desvinculándola así, inadvertidamente, del prestigio que hasta entonces la melancolía había tenido como una actitud excepcional del individuo ante los infortunios de la vida; como una posición subjetiva que denotaba el mudo lamento por la desgarradura irreparable del hombre frente al mundo y, no menos importante, como un síntoma del malestar social que indicaba, no tanto un conflicto psíquico, sino la renuencia del sujeto a asumir su alienación estructural (Kehl, 2009, 2011; Földényi, 2023).
Son de sobra conocidos los ejes que articulan la génesis de la melancolía freudiana: elección narcisista de objeto, ambivalencia afectiva e identificación con el objeto dañado, muerto o abandonado. La confluencia de estos factores le confiere al vínculo con el otro su naturaleza idealista e infantil, voraz y demandante, posesiva y controladora, y torna insoportable la eventual pérdida del objeto e imposible su duelo. La “sombra del objeto”, tanto como el hecho de que el sujeto sabe qué perdió pero no lo que perdió con él, ubican a la melancolía, en cualquier caso, en el registro relacional, en la intersección de las dimensiones imaginaria y simbólica, y la inscriben en el campo del deseo. Existe, pues, un objeto perdido cuya pérdida es transformada en una pérdida del yo. Es un objeto perdido que no termina de perderse porque se conserva, incluso destruido, en el interior del yo. Este es el drama del melancólico, pero drama, al fin, que se escenifica en su mundo interno con la participación de la fantasía y que, por añadidura, a decir de Freud, constituye también un trabajo, análogo al trabajo del duelo, mediante el cual el sujeto podrá desasir eventualmente la investidura libidinal que aún lo ata al objeto desaparecido.
La clave que le permitió a Freud discernir el enigma de la melancolía y postular su causalidad psíquica la encontró en la llamativa impudicia con la que el sujeto se encarnizaba a sí mismo frente a otros, acusándose, sobre todo, de sus imperdonables fallas morales, incluso cuando éstas no fueran más grandes que las de la mayoría de los mortales. Así, las autoacusaciones, los autorreproches y las autorrecriminaciones, expresiones manifiestas del amor y del odio indisociablemente unidos hacia el otro, no son en verdad dirigidas a uno mismo, sino al objeto internalizado en el yo. El goce que obtiene el sujeto melancólico al escenificar la relación sadomasoquista entre su yo y el superyó, aunque no es equiparable al que procura el síntoma neurótico, retiene la vertiente libidinal del lazo afectivo que posibilita, con todas las dificultades a vencer en el análisis, su reducción en aras del ulterior restablecimiento del sujeto.
No es así con los estados depresivos contemporáneos. Estos parecen surgir en ausencia de un objeto de amor y de un vínculo libidinal. Se caracterizan por sentimientos de vacío inmotivados, más que de pérdida, de inadecuación, tedio vital y falta de sentido. Son evidentes en ellos los trastornos de la identidad, del pensamiento y de la imaginación, de la vivencia del paso del tiempo que lo torna para el deprimido un tiempo estancado, un presente abrumadoramente eterno sin pasado ni futuro, así como la desesperanza y el carácter irremisible del padecimiento depresivo. No es la melancolía de antes, que emerge de la condición deseante del sujeto, quien se aferra a su deseo a sabiendas, al mismo tiempo, de la imposibilidad de su satisfacción; tampoco la del carácter ilusorio, fantasmático y falible de la realización del amor; sin embargo, porfíe en su consecución. La nueva melancolía no es tributaria de la melancolía moderna, que acompañó, hasta hace poco tiempo, a los individuos “dotados de genio” en su paso por la vida, cuya desazón evidenciaba el desajuste del lazo social ante las promesas incumplidas de la modernidad.
Por el contrario, las depresiones contemporáneas son resultado del desplazamiento de la fantasía por la nirvanización del pensamiento y de los estados emocionales; del reemplazo del objeto de amor por objetos de consumo, ofertados masivamente por el mercado y asequibles sin restricción alguna; y de la sustitución del deseo por el goce, de un goce —diferente de la melancolía freudiana— mortífero, en el que la pulsión de muerte campea ante el desfallecimiento de la pulsión libidinal.
En ellas, el duelo no ha tenido lugar y, por este motivo, no hay un trabajo psíquico de elaboración de la experiencia vital. El mundo interno es un páramo desolado y estéril dentro del cual el sujeto parece hibernar en espera de que un nuevo objeto de goce lo reanime, aunque sólo sea fugazmente, para volver a caer en la indiferencia, en el abandono de sí y en la muerte psíquica. Saltan a la vista los enormes desafíos que las depresiones contemporáneas representan para su abordaje terapéutico.
En el diálogo psicoanalítico “Goce y melancolía. Los estados depresivos en un mundo sin duelo”, tendremos la oportunidad de debatir estas y otras ideas de actualidad sobre este interesante tema y reconocer su pertinencia en la práctica psicoanalítica contemporánea.
Referencias:
Földényi, L. (2023). Elogio de la melancolía. Galaxia Gutenberg.
Freud, S. (1989). Trabajos sobre metapsicología. Duelo y melancolía (J. L. Etcheverry, Trad.). En Obras Completas (Vol. XIV, pp. 235-255). Amorrortu Editores. (Obra original publicada en 1917).
Kehl, M. R. (2009). El tiempo y el perro. La actualidad de las depresiones. El cuenco de plata.
Kehl, M. R. (2011). La actualidad de las depresiones. En S. Fendrik y A. Jerusalinsky (coords.) El libro negro de la psicopatología contemporánea (pp. 85-120). Editorial Siglo XXI.
Recalcati, M. (2003). Entre depresión y melancolía. En Clínica del vacío. Anorexias, dependencias, psicosis (pp. 33-47). Editorial Síntesis.
Recalcati, M. (2021). Depresiones contemporáneas. En El hombre sin inconsciente. Figuras de la nueva clínica psicoanalítica (pp. 297-317). Paradiso Editores.