Experiencias que se atesoran
Por Yolanda del Valle
Nos formamos en Sistemas como terapeutas familiares. Dedicábamos buena parte de nuestro tiempo a la práctica clínica en consultorio privado. Años después de haber terminado nuestra formación profesional, se derrumbó el impedimento para estudiar psicoanálisis a quienes no éramos médicos. La realidad terminó por imponerlo. Las instituciones no conseguían suficientes estudiantes mientras que a muchos alumnos potenciales se nos impedía el derecho al conocimiento y a la práctica analítica. Visitamos entonces los cuatro lugares de formación más reconocidos sin que ninguno de ellos nos convenciera. Coincidió entonces el hecho de que una pareja de psicoanalistas argentinos estaba por iniciar un proyecto de formación que daría a conocer en un hotel de Reforma. Asistimos. Escuchamos. Decidimos. Y unas semanas después fuimos entrevistadas por Norberto, Celia y Solange. Quedamos inscritas seis colegas con un firme interés por cursar la maestría en una Eleia sin garantía de reconocimiento oficial, pero que ofrecía la calidad y el nivel que buscábamos sin oponerse a que continuáramos nuestro análisis personal y sin imponernos ningún tipo de restricción en algo fundamental para nosotras.
El programa que Eleia nos ofrecía era muy completo. Nos acercaba a la obra de Freud sin regateos, por lo que pudimos estudiar la gran mayoría de sus textos desde la maestría. Conocimos algo de lo esencial en Klein, Hartman, Lacan y de un buen número de autores de diferentes escuelas. Por su parte, la clínica fue siempre personaje imprescindible que acaparaba un buen número de horas del programa. Y fue este conjunto de teoría y práctica lo que nos permitió ir haciendo la mudanza de nuestra actividad terapéutica. Poco a poco fuimos de la interpretación alrededor de las interacciones que establecía el paciente con los miembros del sistema de su referencia (diádico, familiar o grupal), hasta el trabajo analítico individual en la búsqueda de significados ocultos entre los pliegues más profundos del psiquismo con su carga de representaciones y afectos que solo podían ser descubiertos a través del psicoanálisis personal. Era la pesquisa de experiencias dolorosas guardadas cuidadosamente en los sótanos de la mente evitando con ello el dolor de saberlas, de pensarlas, de elaborarlas. Y si bien vivíamos la experiencia del análisis personal, acercarnos ahora al sillón del analista resultó ser una gran aventura y una enorme responsabilidad. El conocimiento surgía del engarce del propio análisis, la supervisión y la formación en manos de un equipo de maestros de calidad excepcional. Fue así que, sin darnos cuenta, formábamos parte de una generación sumamente afortunada.
La riqueza curricular del programa partía en gran medida de una plataforma epistemológica derivada de la continua actualización de los doctores Bleichmar y que puede descubrirse en sus publicaciones. En 1990 nos correspondió fundamentalmente la metáfora cubista. Para exponerla, Norberto descolgaba de la pared de su casa un cuadro representativo del cubismo y lo hacía rotar frente a nosotros para mostrarnos las diferentes perspectivas significando con ello las múltiples formas de acercamiento y comprensión del objeto.
Muchas reflexiones han pasado por mi mente al aproximarse el aniversario 30 de Eleia. Imposible mencionarlas todas. Pero he escogido el tema de la complejidad en la formación del analista como un difícil desafío a enfrentar. ¿Cómo conducir al alumno a ese saber que dista mucho de aprender teoría y supervisar la práctica clínica? ¿Cómo encaminarlo a lo central de una tarea que requiere del continuo ejercicio de razonamiento, así como del juicio crítico como requisito en la búsqueda de la Verdad? ¿De qué manera acompañarlo en el trayecto de una transformación personal a la que esta disciplina nos obliga? Y, ¿cómo favorecer el desarrollo del imperativo ético que exige entender al paciente como un fin en sí mismo y nunca como un medio para el propio provecho?
A lo largo de ese tiempo pasé de ser alumna a ser docente. En algún momento del trayecto me interesé por explorar aguas vecinas, a cierta distancia de las conocidas en mi formación. Celia y Beto mantuvieron un profundo respeto a mi libertad de pensamiento lo que coronó mi reconocimiento a sus personas ya que a través de los años he podido constatar que su genuino interés por la Verdad, su ética y su profundo compromiso con el psicoanálisis es la principal fuente de inspiración y “la materia” central en nuestra formación.
Conoce más del 30 aniversario de Centro Eleia en: https://www.centroeleia.edu.mx/eleia-30-aniversario