Experiencias del Diplomado Separaciones, duelos y traumas
Por Catherine Goetschy ©
Estamos por concluir el Diplomado «Separaciones, duelos y traumas» que empezó en octubre del año pasado. Hemos trabajado con entusiasmo y aprendido mucho en el camino. Asistieron un promedio de cincuenta alumnos a lo largo de los nueve meses. Muriel Wolowelski, Renata Carvajal y Elena Montes de Oca contribuyeron activamente a la coordinación del Diplomado. Contamos además con la valiosa participación de maestros invitados, entre otros Ingela Camba, Gabriela Cardós, Adelaida Corrales, Yolanda del Valle, Celia Delgado, Carmen Islas, Marisa Madrigal, Carolina Martínez, Solange Matarasso, Elena Ortiz, Lidia Pico, Marta Puig, Andrés Roche, María Isabel Rodríguez, Jorge Salazar, Bárbara Sánchez, Alma Toledo, Gabriela Turrent y Ana María Wiener.
Revisamos ampliamente el tema de la separación, el cual ha cobrado gran importancia a lo largo de la historia del psicoanálisis junto con el estudio de las relaciones tempranas -o sea los vínculos que los bebés desarrollan con sus primeros objetos de amor (los padres o las personas que se ocupan de su crianza). En un desarrollo normal, la primera separación de la madre es el destete. Para algunos autores tales como M. Klein, la pérdida del pecho constituye el primer duelo que atraviesa todo niño. Las separaciones y pérdidas posteriores despertarán no sólo la gama de emociones experimentadas frente al destete (angustia, miedo, frustración, enojo) sino también la manera como se resolvió y/o eludió con el fin de evitar el sufrimiento mental y el sentimiento de privación (repliegue sobre sí mismo, alejamiento de los objetos, eventual desconfianza en los objetos).
A lo largo de la vida, todos los seres humanos pasamos por una serie de separaciones, algunas temporarias, otras definitivas. Sin embargo, son separaciones normales, necesarias e imprescindibles para la construcción de la individualidad. Dentro de las múltiples separaciones normales pueden mencionarse las siguientes: el nacimiento de un primer hermano implica perder el estatus de hijo único; ir al kinder y luego a la escuela conlleva una separación de la madre ‒las mamás se acordarán probablemente de la posible renuencia, de las lágrimas y/o de la rápida huida de sus hijos en el primer día de clases‒; la adolescencia es una época de transición entre la niñez y la adultez llena de separaciones (entre otras del cuerpo y de la sexualidad infantiles, de los padres como objetos de amor); para muchos jóvenes, el estudiar lejos de la casa parental significa dejar el hogar de manera duradera. Durante la vida adulta, eventos tales como el casamiento, el divorcio, los cambios laborales (ya sean promociones o ya sea perder el empleo), la muerte de los padres implican separaciones más o menos bruscas, más o menos deseadas. Finalmente, la vejez es en general una etapa de la vida en la que se acumulan las separaciones y pérdidas.
En general, los cambios y más aun las separaciones nos perturban, cualquiera que sea nuestra edad o el grado de dependencia de otros. Perturbaciones en el sueño o en el apetito, variaciones importantes en el estado de ánimo, sentimientos de inseguridad, de enojo o de tristeza, enfermedades físicas, el desgane, la irritabilidad y agresividad, la búsqueda desenfrenada de actividades, el alcoholismo, la práctica de deportes peligrosos, son manifestaciones bastante comunes frente a la separación. No siempre logramos conectar dichas manifestaciones con sentimientos de pérdida. En parte porque se supone que los eventos felices (ir a estudiar en otra ciudad u otro país, casarse, tener nuevas responsabilidades en un trabajo o mudarse) son deseables; por lo tanto, uno no está tan pendiente de lo que se perdió. En parte también, porque solemos usar poderosos mecanismos de defensa para eludir el dolor mental asociado con la pérdida. Por supuesto, hay pérdidas dolorosas de entrada, en particular la muerte de un ser querido.
Cualquier pérdida supone la realización de un trabajo de duelo. ¿En qué consiste? Cuando se pierde a algo o alguien en el afuera, se pierde también algo en el mundo interno y en el sí mismo. En un trabajo de duelo, uno tiene que ir aceptando la realidad y «cerrar» poco a poco el vínculo con el objeto que se perdió. Pero más importante aun, hay que reconstruir el mundo interno que ha quedado devastado no sólo por la pérdida real externa sino por los sentimientos desencadenados por dicha pérdida. Además del dolor mental, son comunes los reproches a los que nos dejan y abandonan (aunque no sea de modo voluntario), los reproches a uno mismo por no haber impedido tal desenlace. Uno siente entonces que queda a la merced de cosas malas o de objetos crueles en el interior de la mente. Por lo tanto, hay que restaurar el mundo interno y la confianza en la presencia de objetos buenos a pesar de lo sucedido. Eso toma cierto tiempo. En ocasiones, el trabajo de duelo puede verse complicado por circunstancias externas o internas (aludo aquí a la mezcla entre sentimientos de amor y de odio o entre sentimientos de gratitud y envidia); estamos entonces frente a un duelo patológico que no termina de procesarse: o bien los reproches no cesan, o bien uno tiene la impresión de haber sido tratado injustamente y no merecer tal suerte.
Muchos analistas han puesto en evidencia el impacto traumático de algunas vivencias, tales como la enfermedad de un bebé que requiere una hospitalización larga, la muerte prematura de la madre, una situación de violencia o abuso familiar, un evento dramático en la vida de una familia. Es muy cierto que cualquier evento de esta naturaleza puede afectar de manera duradera el funcionamiento psíquico de una persona, ya sea porque contribuyó a la formación de su carácter, ya sea por la cualidad de los objetos que se internalizan (en este caso, objetos no confiables, malos o crueles).
El trauma no es sencillamente un evento que rebasa la capacidad normal de resistencia de un organismo o de nuestra mente, un evento que rompe la cáscara protectora e impide a la máquina funcionar de modo óptimo (en una especie de concepción mecánica). Se trata más bien de una ruptura en el nivel del significado; afecta antes que nada la creencia de que nuestros objetos buenos internos nos siguen protegiendo; de allí el sentimiento de desvalimiento. Los eventos traumáticos suelen confirmar las fantasías inconscientes más persecutorias acerca de los objetos y/o nuestro self.
Existe una especie de dicotomía para explicar las dificultades psicológicas y la patología mental. Algunos autores han privilegiado la teoría del conflicto en el interior de la mente (entre distintas emociones o deseos opuestos), mientras que otros subrayan el papel traumático de la realidad externa. Podría ser que dicha dicotomía nos limita a la hora de entender la complejidad de los fenómenos psíquicos y de la vida mental. Resulta difícil delimitar el papel de los sucesos externos respecto a los internos. En realidad se da una interacción entre ambos. Un mismo evento real traumático será entendido y aprehendido de manera distinta por cada individuo dependiendo de varios factores: a) el balance entre amor y odio o entre gratitud y envidia, b) sus rasgos particulares del carácter, c) sus defensas habituales contra el dolor psíquico y la posibilidad de usarlas exitosamente en ese preciso momento, d) sobre todo, el significado particular que adquiere el suceso traumático debido a las fantasías pasadas y presentes que se activan. Por ejemplo, el hecho de presenciar un accidente en el que el padre pierde la vida es un suceso externo real traumático para cualquier persona. Sin embargo, puede afectar de modo muy distinto al adolescente en pleno conflicto de rivalidad con su padre (donde el accidente pudiera dar «vida» a fantasías hostiles contra el padre), o al adulto joven que espera su primer hijo (donde pudieran activarse temores respecto al cuidado de este primogénito) o bien, al adulto joven que siempre se sintió abandonado durante la infancia (en él se reavivarán tal vez sentimientos de abandono y desvalimiento).
En fin, hemos revisado temas de mucha relevancia tanto en la clínica (muchos pacientes nos consultan a raíz de pérdidas) como en la vida personal. Para mí ha sido una experiencia muy grata; tanto por la actividad docente ‒debido al interés constante y a la participación de los alumnos‒ como por recibir un gran apoyo de quienes han colaborado en la organización del Diplomado. Muchas gracias a Muriel, Renata y Elena Montes, así como al equipo encargado de la promoción.