Experiencia de supervisión con el Dr. Tabbia

Por Laura Romero Rangel

 

En la clínica psicoanalítica, la comprensión del funcionamiento mental de nuestro paciente y el monitoreo de lo que nos ocurre emocionalmente durante la sesión son pilares indispensables en nuestra práctica profesional. Esto se consigue paulatinamente con dedicación, esfuerzo, paciencia, disciplina y amor por nuestro trabajo gracias a la ayuda de tres instrumentos fundamentales: 1) el conocimiento adquirido a través del estudio de la teoría de diferentes pensadores psicoanalíticos y el diálogo e intercambio de ideas con colegas; 2) la supervisión del material clínico con analistas expertos; y 3) el análisis personal. Sin ellas navegaremos como Ulises, por mares profundos, desconocidos y revueltos, amarrados al mástil sin mucho movimiento ante el seductor canto de las sirenas: la arrogancia analítica.

Mientras que la tercera herramienta proviene principalmente de un genuino interés del terapeuta por entender sus propios conflictos internos, la segunda se sostiene tanto de un deseo personal por aprender como por la generosidad de los profesores y analistas. Ellos brindan su guía y proporcionan sus conocimientos al supervisando para que éste comprenda profundamente el material y pueda ofrecer una mejor interpretación de lo que sucede en la sesión al paciente.

Como estudiante, y a lo largo de mi formación en Eleia, me he beneficiado de estos tres recursos. Sin embargo, una de las experiencias más enriquecedoras en este proceso ha sido la supervisión de mi material clínico con analistas experimentados, con los cuales he tenido contacto gracias a las materias de supervisión del Doctorado en Clínica Psicoanalítica. Así, tuve la posibilidad de presentar el material de una paciente en la clase de Supervisión, dirigida por las doctoras Elena Ortiz, Ana María Wiener y Gabriela Turrent, y de escuchar comentarios e interesantes ideas del reconocido psicoanalista Carlos Tabbia, fundador del Grupo Psicoanalítico de Barcelona y docente y supervisor en distintas ciudades del mundo, principalmente Barcelona y Oxford. 

La paciente que presenté en esa supervisión, a quién llamaré Eli, llegó a mi consultorio a través de la Clínica del Centro Eleia. Llevo trabajando con ella siete años, a razón de dos veces por semana. Antes de empezar a leer el material, el Dr. Carlos Tabbia me pidió que le describiera quién era la persona que se presentó por primera vez en el consultorio. Esta petición me trasladó al primer día de entrevista y me hizo contactar con mis primeras impresiones: una joven de 27 años, atractiva, angustiada y sonriente, vestida con ropas desgastadas y con olor a humedad que venía de un ambiente de pobreza y locura. Daba la impresión de que tenía  una gran necesidad de ser escuchada y de que estaba  muy dolida por dos pérdidas muy importantes para ella. Desde ese momento, al comenzar la supervisión, intuí que esta experiencia iba a ser muy diferente a las que había tenido antes. Conforme iba avanzando la lectura del material y hablábamos de cuestiones generales, como el motivo de consulta e historia familiar, el Dr. Tabbia me hizo otra pregunta: ¿cuántas pacientes tienes? Sin entender muy bien al principio y después de un ligero desconcierto, mi amable supervisor me dijo: “Parece que usted tiene al menos dos pacientes: una enferma mental crónica (no escapó a su sensibilidad analítica el deterioro y el mal olor), y otra con una fuerte pulsión vital (el deseo y la fuerza de buscar análisis a pesar de las dificultades económicas y las dos horas que le llevaba en transporte público llegar al consultorio)”. Al caer en cuenta de que no tratamos con una sola persona en nuestro diván, sino con múltiples aspectos internos de la mente, y que esas partes constituyen un ser humano psíquicamente complejo y multifacético, tuve un momento de comprensión profunda. Esto significaba que Eli, entonces, era al mismo tiempo una mujer que tenía en su mundo una serie de objetos muertos y deteriorados (una borderline grave), y también una joven identificada con otras personas buenas con las que se ha podido mantener hasta el momento: una madre y un abuelo. Yo, como analista, he sido para ella una figura de apoyo y sostén gracias a que en su mente han existido estos personajes buenos.

Durante la supervisión, el análisis de los sueños fue uno de los momentos más enriquecedores. Tres sueños llenos de simbolismo le dieron guía al Dr. Tabbia para visualizar el estado mental de Eli: un primer sueño en el que se despliegan ansiedades de atrapamiento dentro de la locura; un segundo sueño donde las ansiedades paranoides predominan en las sesiones; y un tercer sueño que muestra la imposibilidad de unir al padre con la madre. El Dr. Carlos también me compartió que los sueños, independientemente del significado de su contenido, eran una manera de mi paciente de expresar gratitud por el cuidado que le proporcionaba.

En la lectura del material y apoyado por su propia contratransferencia, es decir, lo que Eli le iba haciendo sentir y comprender a través de mi presentación, el supervisor me transmitió sus conocimientos teóricos y su modelo de pensamiento. A modo de resumen, pude darme cuenta de que tengo una paciente con una parte melancólica, otra paranoide y una más sana; la parte paranoide le permite no caer en el derrumbe de la familia degradada.

La supervisión se extendió por casi dos horas de trabajo, de creatividad y análisis. Un espacio físico y mental donde el supervisor, de manera generosa, sensible y humilde, me compartió su conocimiento, su escucha, su manera de comprender a la paciente y de interpretar según lo que va sucediendo a lo largo del encuentro analítico: ansiedades, defensas, transferencia, contratransferencia, resistencias, clima de la sesión, significados de los sueños y de las fantasías inconscientes, etc.

Gracias a esta bondadosa oportunidad, la supervisión significó para mí una práctica de aprendizaje y posterior reflexión que me permitieron visualizar e internalizar el material desde otro vértice, como diría Bion; es decir, desde otra mirada analítica que no invalida las supervisiones previas, sino que suma a la posibilidad de hacerme una idea del funcionamiento psíquico de Eli.

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