Expectativas y rituales en las fiestas decembrinas

Por Andrea Méndez

31 de diciembre: una copa con doce uvas que uno come (¿traga?) aprisa mientras suenan las campanadas y pedimos deseos; maletas vacías listas para subir y bajar escaleras; lentejas crudas en un recipiente que serán pasadas de mano en mano; calzones rojos para el amor, amarillos para el dinero; la escoba preparada para barrer la entrada de la casa de adentro hacia fuera. Más que una lista de simples objetos, al vincularlos con la fecha podemos visualizar una serie de tradiciones y rituales que traen consigo la esperanza de dejar en el año que termina lo malo o lo desagradable que se vivió y esperar a que el nuevo año sea mejor y esté libre de eventos desafortunados y lleno de aspectos más benevolentes. Esta idea se puede presentar también de manera individual cuando uno cumple años, pues puede representar el entrar a un nuevo ciclo personal; la fantasía de que, al cambiar de año podemos cambiar aspectos tanto externos como internos.

Tomando en cuenta lo que vivimos en el 2020 con la pandemia, junto con las pérdidas (de familiares, amigos, trabajo, etc.) y los afectos que conllevó, sin duda anhelamos que el 2021 sea un año con mayor salud y estabilidad tanto emocional como económica, con una vacuna que nos ayude a protegernos del virus, pero mientras llega, estos rituales pueden ser formas en las que calmamos las ansiedades frente a lo que estuvo fuera de nuestro control, así como frente a la incertidumbre.

Es cierto que estas acciones han pasado de generación en generación. Nuestros padres y abuelos nos han explicado cómo se hacen, cuáles son los materiales necesarios y qué representa cada una de ellas, pero ahora me gustaría detenerme a pensar ¿qué puede haber detrás de estos rituales?, ¿qué tipo de motivaciones conscientes e inconscientes las acompañan?

Sería imposible indagar todos los posibles incentivos de cada uno, pero quisiera mencionar algunos en los que he pensado, esperando que esto invite a que tratemos de ahondar en lo que pueden simbolizar para cada uno de nosotros más allá de una tradición compartida.

Es común que, tanto en Noche Buena como en Año Nuevo, nos reunamos con nuestros seres queridos a cenar. Es cierto que este año será distinto, pues no conviene hacer reuniones por el riesgo de contagiarnos y contagiar. Aun así, es probable que estemos con la gente más cercana a nosotros compartiendo ya sea los platillos favoritos de la familia o los típicos de la fecha, desde romeritos, bacalao, pavo, pierna, hasta el caldo de camarón que se acostumbra en el norte del país, pero lo más común es que el menú sea variado y vasto.

No es raro que en estas fechas uno coma o tome de más. Esto no solo por la alegría de convivir con los nuestros, sino que tal vez se despierta en nosotros una fantasía de tener un banquete inagotable. Klein piensa que esta es una fantasía que tiene el bebé sobre el pecho de la madre; el pecho representa no solo aquel que da leche, sino el que proporciona amor, bondad y seguridad. El bebé quisiera tener un pecho inagotable que lo calme y que cubra todas sus necesidades, pero esto es imposible. Aun así, el tener un banquete puede despertar esta fantasía.

También podríamos pensar en cómo se viven los regalos en Navidad, tanto recibirlos como darlos. Generalmente este tipo de intercambios se vinculan con la gratitud y con la bondad, pero no siempre es así. Por ejemplo, pensemos en aquella persona que siempre compra regalos ostentosos para cada uno de los miembros de la familia. Ese mismo acto puede estar motivado por las ganas de compartir algo lindo con las personas a las que quiero o por la necesidad de demostrar que tengo y puedo dar ese tipo de presentes y, por lo tanto, ser reconocido por los otros. Entonces, más que un aspecto bondadoso sería uno narcisista.

También podríamos pensar en el otro lado de la moneda, en la persona que recibe los regalos. Creeríamos que lo más común es que disfrutemos de recibir regalos, pero no para todos es igual. Hay quienes se molestan si se les brinda un obsequio; a veces detrás de un “no era necesario, no te hubieras molestado” puede haber un enojo por tener que reconocer que el otro tiene algo lindo que brindarme.

Pienso en una persona que disfruta mucho de cocinarle a la familia, pero cada que se le invita a comer algo que alguien más preparó le encuentra algo desagradable, ya sea en la presentación, en el sabor o incluso termina “cayéndole pesado”. Tal vez lo pesado aquí sea tener que reconocer que el otro cocina rico y lo comparte conmigo. Es decir, que para poder dar y recibir, ya sea regalos, una rica cena, una grata compañía, es necesario tener un aspecto humilde y reconocer que los otros tienen cualidades valiosas que pueden compartir conmigo, pero si en lugar de este aspecto amoroso gana la envidia, entonces puedo vivir lo que me dan los otros como “chafa”, ya sea el obsequio, la comida o la reunión.

 

Referencias

Del Palacio, J. y Moya, M. (2019). “Envidia/Gratitud: una matriz”. Melanie Klein. Envidia y gratitud. La matriz del odio y del amor. México: Analytiké Ediciones.

O’Shaughnessy, E. (2016). “Acerca de la gratitud”. En Roth, P., y Lemma, A. Retorno a envidia y gratitud. Londres: Karnac.

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