¿Se pueden concebir las etapas propuestas por Margaret Mahler como un tipo particular de relación?

Por Javier H. Fernández Soto

En 1975, Margaret Mahler a través de la observación clínica de niños pudo esquematizar en su publicación “El nacimiento psicológico del infante humano” los procesos que el sujeto cursa para conseguir la separación-individuación. La autora destaca la importancia de las relaciones objetales tempranas en el desarrollo psíquico de las personas. Sin negar la teoría estructural del yo, no enfatizó todo lo relacionado con la libido sexual. Sus bases empíricas la llevaron a teorizar el desarrollo psicológico en etapas evolutivas. Desde antes de la verbalización, el sujeto evoluciona y supera estas fases hasta lograr su individuación.

¿Cuál es el riesgo de plantear el desarrollo del infante desde una perspectiva evolutiva? La evolución es un proceso en el que se avanza superando etapas cada vez más complejas. Si la fase no se logra, el desarrollo queda detenido, no puede continuar. Concebir la separación-individuación como un proceso, nos hace pensar que después de superada una fase ya no tendría por qué manifestarse de otras formas. Si así fuese, nos enfocaríamos únicamente en el tratamiento de niños pre-edípicos y de pacientes con patologías graves que no lograron su individuación y se detuvieron en algunas de estas fases, principalmente, la simbiosis. No obstante, es importante tratar de aplicar cada teoría a nuestra práctica clínica en aquellas situaciones donde se reflejen los fenómenos que los grandes psicoanalistas nos describen, pues incluso los pacientes con estructuras neuróticas en ocasiones tienen dificultades de separación e individuación.

Si consideramos el logro de la individuación en función de un conflicto interno y no como una perspectiva evolutiva, podríamos representar dicha propuesta como una organización de estados mentales. M. Klein pensó que dichos estados están conformados por un tipo particular de relación, con su correspondiente ansiedad y una constelación específica de mecanismos de defensa. Pero, ¿qué sucede dentro del consultorio, tomando en cuenta estas fases como estados mentales?, ¿podemos integrar diferentes teorías para entender el mundo interno de nuestros pacientes?

Desde un modelo kleiniano, las sesiones son una situación total; las asociaciones, sueños y lapsus son entendidos en el contexto de la sesión y en su significación con la figura del analista, quien representa algún objeto interno del paciente (Bleichmar y Leiberman, 1989). En este sentido, podemos identificar fenómenos característicos de las etapas de Mahler, cuando el paciente se encuentra en un “estado” de simbiosis, de diferenciación o de re-acercamiento, sin que exista una patología grave. Esto ocurre, no por una detención en el desarrollo, sino porque en la misma sesión se manifestará un tipo particular de relación analista-paciente, sin enfocarnos solamente a un síntoma evolutivo.

La mejor forma de aterrizar estos conceptos es a través de la práctica clínica: recuerdo un paciente de 5 años que, cuando quería salir del consultorio para ir al baño o por agua, se aferraba a mi ropa. Trataba de meterse bajo mi suéter y, en una ocasión, hasta chupeteó mi dedo. La transferencia se basaba en una necesidad de simbiotizarse conmigo. Más allá de que le pudiera representar una madre real que gratificara estas necesidades, lo importante era entender sus fantasías. Tuve que interpretar la actitud inconsciente del niño y no sólo el contenido del juego, el cual simbolizaba la ansiedad de separación. El encuadre y la constancia en las sesiones permitieron que integrara el objeto parcializado, sin que tuviera que representarle un objeto real. Al contrario, lo que se busca es que desde lo pre-verbal podamos unir aquello que en su mente por momentos puede fragmentarse.

Ahora, veamos un ejemplo de diferenciación. A los 5 meses de edad, el infante muestra un incremento en su estado de alerta y de atención a su entorno. Mahler lo comprendía como un período que consiste en “salir del cascarón”. Dentro del consultorio, podemos notar cuando el paciente, en sus asociaciones, muestra interés por investigar “cómo piensa el terapeuta”, “cómo soy yo”. En su mundo interno existe la “duda” de si somos iguales o diferentes. Está ávido por averiguar cómo es ese otro, en una especie de exploración aduanal, que se puede manifestar cuando examina lo que tenemos dentro del consultorio y pregunta sobre nuestras experiencias. El paciente tiene la intención de entender cómo pensamos y no tanto de comprenderse a sí mismo. Podríamos decirle: “Mire, cuando usted me hace estos comentarios, quiere saber qué es lo que yo pienso, para ver si pensamos igual o no y que usted pueda diferenciarse de mí”.

De los 8 a los 15 meses de edad, los niños adquieren progresivamente las habilidades necesarias para separarse físicamente de su madre. Ella debe tener la disponibilidad para aceptar la creciente autonomía de su hijo (Mahler, 1975). Dentro de la consulta, podemos percibir cuando un paciente quisiera explorar el mundo para definirse como autónomo e individualizado (quizá cancele las sesiones de la semana). La contratransferencia volverá a ayudarnos para discernir si el paciente al faltar nos transmite, desde su narcisismo, que no nos necesita o que simplemente es su necesidad de lograr la individuación.

En el reacercamiento, el niño regresa con su madre, pero ahora la vive como un objeto separado y esto le despierta ansiedad y temor. Se observan conductas que sugieren un conflicto entre el ejercicio de su autonomía y la necesidad de la madre para satisfacer mágicamente sus deseos (Mahler, 1975). No es que el niño haya perdido independencia; al contrario, se dio cuenta que es diferente a su madre, pero esto implica un dolor intrínseco, propio de dicha etapa. Comienza a surgir el sentimiento de soledad. La angustia no deviene porque la madre se separa, sino porque el pequeño se da cuenta que está solo en el mundo. Todavía no tiene al objeto internalizado, no hay constancia objetal. La soledad es propiamente un estado del ser humano que no sabemos cuándo puede presentarse y en ningún momento estamos exentos de sentirla. El analista tendrá que percibir cuándo el paciente se siente solo y no esperar que por su “madurez” ese sentimiento de soledad no se tuviera que volver a manifestar.

Mahler señala que el sujeto debe concebirse como un individuo separado y tener disponibles intrapsíquicamente a los objetos externos para completar la constancia objetal. Aquí pareciera que se describe cuando uno puede dar por finalizado el análisis, al tener introyectado al analista, que con ayuda de la constancia objetal lograda en todo el proceso, se podrá recurrir a él internamente.

En conclusión, como analistas no debemos juzgar y criticar las teorías, al contrario, conviene utilizarlas y adaptarlas a las necesidades que tienen nuestros pacientes. Cada una de ellas es una herramienta que consolida un estilo y forma de ejercer el análisis, junto con la supervisión y el análisis propio.

Referencias

  • Bleichmar, N. y Leiberman, C. (1989). “La teoría de las relaciones objetales en la obra de Otto Kernberg. Presentación”. En El psicoanálisis después de Freud. México: Paidós, pp. 443-464.
  • Bleichmar, N. y Leiberman, C. (1989). “Melanie Klein. Discusión y comentarios”. En El psicoanálisis después de Freud. México: Paidós, p. 135.
  • Mahler, M., Pine, F. y Bergman, A. (2002). El nacimiento psicológico del infante humano: Simbiosis e individuación. México: Enlace.
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