Es un mito que los niños nacen con un chip para la tecnología
Por Javier Fernández
El riesgo de pensar que los niños nacen con un chip para la tecnología reside en que alteramos sus verdaderas cualidades, y les damos más valor del que tienen en realidad. Los adultos ya estamos inmersos en un mundo virtual y lo único que buscan nuestros pequeños es adaptarse a lo que el medio externo les presenta.
Es común sorprendernos de la facilidad con la que los niños manipulan los dispositivos tecnológicos, sin embargo, actualmente estamos inundados de una realidad virtual que, más allá de estimular favorablemente a las nuevas generaciones, inhibe su desarrollo emocional de manera alarmante. Por lo tanto, la frase “vienen con un chip integrado”, que tantos padres utilizan, es una justificación superficial sobre lo que en realidad sucede.
El alejamiento del vínculo afectivo con los hijos se comienza a dar desde el inicio de su vida, cuando ponen su energía emocional en una tablet y la convierten en su principal interés. Los padres son sólo un canal para cumplir esta necesidad; en lugar de que el niño busque momentos de calidad y calidez, está más esperanzado en que papá o mamá le preste su celular para entretenerse con alguna aplicación.
¿Los niños nacen con dicha necesidad? No, es algo adquirido y que con el tiempo se refuerza. Las facilidades que ofrecen los avances tecnológicos son sustanciales, incluso en términos de adaptación, pero ¿estos avances facilitan y promueven el crecimiento o generan una especie de dependencia que pareciera inherente al ser humano? Las quejas de los padres acerca de que sus hijos no se pueden “desconectar” del celular o los videojuegos son frecuentes, pero también es irónico pensar que aquello que les sorprendía por considerarlo un talento innato, ahora es lo que rompe con la dinámica y la convivencia familiar. No se trata de cerrarle las puertas a la tecnología, puesto que el problema surge cuando la crianza y la educación son sustituidas con algún dispositivo tecnológico, y en estos casos, además, el contacto afectivo es estéril y vacío.
Pensar que los niños nacen con habilidades para la tecnología apunta a que hemos evolucionado, lo cual es mentira, es más, me atrevo a decir que esto es una fuente de involución, ya que lo que sí tienen integrado los niños, y que debemos estimular, es su capacidad para imaginar y simbolizar en los juegos. El crecimiento mental en el nivel emocional parte de tal capacidad, pero las fantasías que un niño despliega en lo lúdico llegan a ser inhibidas y distorsionadas por los artículos tecnológicos. Si la expresión viva de sus deseos se manifiesta a través del juego, entonces ¿dónde quedan estos deseos? ¿Qué sucede con los procesos imaginativos? Ambos quedan atrapados en los artefactos tecnológicos y el niño siente sus propios deseos como ajenos, ya que todo se reduce a la gratificación inmediata que presume encender una tablet.
Es preferible que los padres se presten a promover el juego simbólico, lo cual significa tener la energía emocional para vincularse con sus hijos desde los personajes que ellos mismos crean en su imaginación, siendo sensibles a sus partes infantiles que, en ocasiones, están escondidas en lo profundo de su interior, pero que en la primera infancia de sus pequeños deben contactarlas en favor del desarrollo emocional de éstos.
Hoy en día, sucede de manera constante que, ante la frustración de un niño, se responde con un primer recurso de tipo tecnológico, ya sea un celular o una tablet, para que se tranquilice y se controle. Sin embargo, el efecto que causa es una anestesia para las intensas experiencias que viven a diario y no pueden ser expresadas. Lo anterior acarrea como consecuencia en los niños un desconocimiento de sí mismos, de sus temores, preocupaciones, deseos y fantasías. Todo esto sucede bajo la premisa de que esta nueva generación tiene un chip integrado y, por lo tanto, los adultos deben de adaptarse a esta nueva demanda.