¿Es positivo el ocio para los niños?

Por Martha Zorrilla

 

Para el propósito de este artículo, consideremos al ocio como el tiempo libre que se dedica a actividades que no son ni trabajo ni tareas domésticas esenciales, y que pueden ser recreativas. En la actualidad, tendemos a llenar la vida de los adultos y de los niños con actividades, tanto así que pareciera que el tiempo de ocio es algo negativo que hay que evitar. Cuando los niños no están realizando actividades normadas por los padres o maestros y, por lo tanto, tienen “tiempo libre”, juegan; ésta es la razón principal por la que los ratos de ocio son convenientes para ellos.

Se ha escrito mucho acerca de la función del juego en el desarrollo de los niños, desde los puntos de vista cognitivo, social y afectivo. A mi parecer, si pensamos que, durante el tiempo de ocio, los niños pueden jugar, entonces vale la pena repasar algunas de estas ideas. El juego sucede en el espacio transicional descrito por Donald Winnicott; es decir, surge de un lugar de la mente que une la realidad con la fantasía, lo interno con lo externo. Este mismo espacio es del que surge el arte, la ciencia y la creatividad. Dicho de otra manera, el juego de los niños prepara y empuja a la mente hacia el desarrollo de habilidades importantes para tener una vida interesante, reflexiva y creativa.

El hecho de que un niño logre jugar en su tiempo libre, sin la necesidad de que alguien más esté con él, es un buen indicador del desarrollo emocional, pues supone que la función de la madre ha sido introyectada, que le narra y le permite crear. Según Antonino Ferro (1998), el juego es un medio utilizado para dramatizar, representar, comunicar y descargar las fantasías inconscientes. Sirve para elaborar y modular la ansiedad conectada con estas fantasías.

Un aspecto interesante para pensar alrededor de este tema es la transformación que el juego de los niños ha tenido a lo largo de la historia. Es una preocupación frecuente en los padres el hecho de que los videojuegos parecen ser la opción favorita y más elegida por los pequeños para pasar el tiempo. Se escuchan opiniones diferentes, desde las radicales en contra del uso de estos aparatos en la infancia, hasta quienes argumentan a favor de ellos como facilitadores del desarrollo de ciertas habilidades. En general, preocupa que es un tipo de actividad solitaria.

El contenido de los videojuegos tiene una amplia gama de posibilidades y de posibles efectos en el psiquismo de los niños, lo cual amerita un análisis detallado que no se abordará en este escrito. Dentro de lo que va cambiando, los videojuegos ahora suelen ser jugados por grupos de amigos, de manera simultánea y conectados a través de internet; se podría suponer, por lo tanto, que es una actividad social. Sin embargo, se requiere de más y de distintas habilidades de comunicación y contacto emocional cuando se trata de tener a alguien en vivo, sin un juego virtual de por medio.

Françoise Dolto (1986) plantea reflexiones pertinentes al respecto. Reconoce que los juguetes electrónicos pueden agudizar la lógica de los niños, pero provocan que la afectividad esté ausente, que el placer no sea más que de excitación mental y que la sensibilidad esté fuera del cuerpo. Enfatiza que antes, los juguetes preferidos de los niños eran aquellos con los que se identificaban; si se estropeaban, era como si perdieran a un amigo. Ella misma ejemplifica el vínculo de los niños con los juguetes clásicos, describiendo la relación que se tiene regularmente con los objetos de peluche: los niños los conservan largo tiempo para guardar, dentro de ellos, parte de su primera infancia, en relación con la afectividad de la ternura, de suavidad táctil, cálida y acariciadora. La compara con una relación de amor.

Lo que parece peligroso es que los juegos virtuales sustituyan a los juegos tradicionales (juegos de rol, competencias de coches, muñecas, juegos de armar, etcétera). La manera en que estas dos actividades participan en el desarrollo de los niños es diferente. El tiempo de juego libre, espontáneo, con juguetes sencillos, que permitan la proyección de emociones y fantasías del niño en ellos, es importante en la vida cotidiana del infante. Cuando, además, los padres comparten durante un rato este tipo de juego con sus hijos, resulta una actividad de vínculo profundo, que impacta en el bienestar emocional de los pequeños.

En consulta, escucho a muchos padres que dicen “pasar mucho tiempo con sus hijos”, cuando sus niños reflejan todo lo contrario. La calidad del tiempo compartido es sumamente diferente cuando los padres le dicen al hijo los deberes cotidianos (lavado de dientes, tarea, orden, limpieza, etcétera), que cuando se sientan con ellos un rato a jugar con libertad y sin muchas reglas, de modo que la función de autoridad se diluya por un rato. Cuando comparten un momento de ocio, la imaginación de ambos se encuentra para lograr un acto creativo y lleno de significado.

Entonces, vale la pena que los niños tengan espacios de tiempo libre, en los que sea tarea de su imaginación y de sus recursos emocionales el crear situaciones lúdicas, que no sólo los mantengan divertidos, sino que también contribuyan a un sano crecimiento. No es fácil de lograr, pero el equilibrio entre actividades de distinta naturaleza parece ser el camino más enriquecedor para el desarrollo de los infantes.

Referencias:

Ferro, A. (1998). Técnicas de psicoanálisis infantil. Biblioteca Nueva.

Dolto, F. (1986). La causa de los niños. Planeta.

 

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