Envidia: ¿De la buena?
Por Gabriela Turrent
La envidia ha sido descrita en prácticamente todas las culturas e inspira importantes obras de la literatura universal. A pesar de ser reconocida popularmente, pasó mucho tiempo antes de que el psicoanálisis pudiera estudiarla con detenimiento. Tomando como base las aportaciones de Melanie Klein, analistas contemporáneos explican las manifestaciones clínicas de la envidia, los métodos que tenemos para defendemos de ella, las circunstancias que la mitigan o potencian y la manera como regula la cercanía y profundidad de nuestros vínculos. Las referencias culturales y psicoanalíticas sobre este tema pueden ayudarnos a pensar si es verdad que podemos sentir “envidia de la buena”.
El diccionario de la Real Academia Española define “envidia” como: “Tristeza o pesar del bien ajeno. Emulación o deseo de algo que no se posee”. En culturas como la griega, la egipcia y diversas mesoamericanas, se piensa que el envidioso es capaz de producir “mal de ojo” o daño al mirar. En el catolicismo, la envidia es considerada un pecado capital, no en cuanto a magnitud, sino por su cercanía con otros pecados; por ejemplo, si uno envidia los bienes de otros, puede estar tentado a robar. Por su parte, el budismo la considera un sentimiento que propicia el karma destructivo que puede dirigirse a hacia otros o hacia uno mismo, creando sufrimiento.
Muchas obras de la literatura universal han descrito las consecuencias de la envidia: en Las metamorfosis de Ovidio, Minerva busca a la diosa Envidia para perpetrar la venganza en contra de su hermana Aglauro y es ella, Envidia, quien provoca a petición de un muchacho rechazado que Narciso quede atrapado en su reflejo. En la Biblia, el asesinato de Abel a manos de su hermano Caín es motivado por la violencia que le despierta darse cuenta que sus bienes y recursos son más valorados por Dios. En La divina comedia, Dante nos dice que los envidiosos habitan en la tercera cornisa del purgatorio con los ojos cosidos para que no vuelvan a mirar con mal. En Otelo, Shakespeare muestra cómo la envidia de Yago es capaz de desencadenar los celos, la intriga y la tragedia.
Cincuenta años después del surgimiento del psicoanálisis, comenzó a estudiarse con profundidad la envidia. En 1957, Melanie Klein plantea que los celos involucran a tres personas y están motivados por la valoración, el amor y el miedo a que un rival nos quite a la persona que amamos. La envidia, por su parte, se desarrolla en un vínculo de dos: el dolor y el odio se generan porque ese otro posee bienes o cualidades que admiramos (aun cuando esté dispuesto a compartirlos). Klein señala que la envidia es una emoción sumamente perturbadora con importantes repercusiones en el desarrollo psíquico: se presenta especialmente en relaciones de dependencia, dificulta que nos beneficiemos de lo que otros nos ofrecen, propicia el aislamiento, impide el desarrollo de la generosidad y la gratitud y puede llevarnos hasta herir o dañar a quienes amamos (Klein, 1957).
Aunque Melanie Klein consideraba que la envidia es un factor constitucional derivado de la pulsión de muerte, hoy en día muchos psicoanalistas piensan que este sentimiento disminuye cuando el que comparte experimenta placer al hacerlo, no busca establecer una superioridad hacia el receptor, reconoce la dificultad que implica recibir y valora lo que el otro puede darle de vuelta. En cambio, si el que da no siente placer compartiendo, no está interesado en el beneficiario y no posee una actitud genuina de desprendimiento, el resentimiento y el enojo por el bien ajeno tienden a incrementarse (Bott-Spillius, 1997).
La envidia se manifiesta de muchas maneras. Si es consciente, puede sentirse como hostilidad, enojo, un sentimiento de competencia y rivalidad que suele despertar ambición (querer lo que otro tiene) e incluso como un deseo de dañar las cualidades de otro (“sino es mío, que no sea de nadie”). Al ser inconsciente, es decir, cuando no registramos que estamos envidiosos, esta emoción se revela como una dificultad para reconocer el valor de lo que se recibe o como una culpa inexplicable, que con frecuencia conduce a inhibiciones en la creatividad y en el aprendizaje. Por ejemplo, si un alumno siente envidia inconsciente ante un maestro, no podrá hacer propio su conocimiento ni utilizarlo libremente. La culpa inconsciente se expresa también a modo de dudas y críticas constantes, como necesidad de buscar fallas e imperfecciones, las cuales generan dificultades para confiar en los demás y en uno mismo (Papadakis, 2004).
En el escrito Envidia en la vida cotidiana, Betty Joseph explica que hacer contacto con nuestros sentimientos envidiosos y darnos cuenta de que en ocasiones nos molesta el bien de las personas que amamos, son experiencias tan dolorosas que podemos vernos obligados a desarrollar funcionamientos mentales que nos alejan de tales sensaciones (Joseph, 1986). Uno de los métodos más comunes para no sentir envidia de una persona que queremos y admiramos, es idealizarla o auto devaluarnos. De esta forma, hacemos las diferencias más grandes, ponemos al otro en un pedestal para que no haya comparación, competencia o crítica posible. Es común escuchar a hijas decir que tuvieron madres perfectas, tan increíbles y maravillosas que ellas jamás podrán parecérseles.
Otra defensa para no hacer contacto con ese sentimiento es “meternos dentro del que comparte”, o sea, no reconocer las diferencias, ni aceptar que lo que recibimos no es nuestro, sino que fue otorgado generosamente. Con este mecanismo psíquico, se obvia y se hace propio lo que debería agradecerse. Por ejemplo, podemos pensar en un estudiante que no reconoce públicamente la colaboración de su maestro en sus trabajos, pues siente que es su obligación ayudarlo; también sería el caso de aquellos hijos que piensan que sus padres tienen que darles todo.
Para librarnos de la envidia podemos incluso depositar en otros este sentimiento; hacer o decir cosas con la intención de que sean otros los que se sientan resentidos o ambiciosos: mostrar nuestros bienes o cualidades positivas y devaluar las capacidades de los demás. Aunque este método tiene por objeto ayudar a alejarnos de nuestros propios sentimientos envidiosos, puede atraer temores de que los demás deseen vengarse. Por ejemplo, alguien exhibe sus recursos económicos, muestra sus joyas y después está preocupado de que quieran robarlas, o alguien que lleva horas hablando de sus logros laborales puede pensar que quien lo escucha está envidioso de su éxito profesional.
Otra forma de evitar sentir envidia es restringir los contactos y alejarse de situaciones en las que podrían despertarse estos sentimientos; buscar vínculos donde no se susciten la competencia o la comparación. Esto puede verse en personas que sólo tienen amistades de menor nivel económico o hacen pareja con alguien de un nivel cultural más bajo.
Las aportaciones culturales y psicoanalíticas establecen que la envidia no puede considerarse una emoción bondadosa o amorosa porque implica dolor por el bien ajeno. Cuando sentimos “envidia de la buena” no estamos experimentando una emoción benigna. Tal vez lo que queremos decir cuando usamos esta expresión es que percibimos la molestia y el sentimiento de comparación que nos despiertan las cualidades de quienes queremos y que estamos intentando, por cariño y amor, contener tales emociones para mantener un vínculo cercano con ellos, donde no les hagamos daño.
REFERENCIAS
Bott-Spillius, E. (1997). “Varieties of Envious Experience”. En The Contemporary Kleinians of London. R. Schafer Madison (Ed.). Londres: Routledge.
Joseph, B. (1986). “Envy in Everyday Life”. En Psychic Equilibrium and Psychic Change. Londres: Routledge.
Klein, M. (1957). Envidia y gratitud. Obras completas. Tomo III. México D. F.: Paidós.
Papadakis, M. (2004). “To Defy the Fate: Doubt as an Expression of Envy”. En In Pursuit of Psychic Change. Londres: Routledge.
http://lema.rae.es/drae/?val=envidia
www.wikipedia.com