Encuentro científico: A cien años de El yo y el ello. Modelos psicoanalíticos de la mente

Encuentro científico: A cien años de El yo y el ello. Modelos psicoanalíticos de la mente

Por Jorge Salazar

 

Este año se cumplen cien años de la publicación de El yo y el ello (Freud, 1923/1989) y la comunidad psicoanalítica internacional se apresta a festejarlo. Al igual que en los pasados centenarios de los escritos anteriores más emblemáticos de Sigmund Freud —La interpretación de los sueños (1900/1989a), Tres ensayos de teoría sexual (1905/1989b), Introducción del narcisismo (1914/1989c), Duelo y melancolía (1917/1989f) y Más allá del principio de placer (1920/1989g)—, la celebración del centenario de El yo y ello rinde tributo a su autor, al tiempo que suscita la reflexión sobre el impacto que la obra homenajeada tuvo en el momento de su publicación, así como su importancia para la posteridad.

Para el psicoanálisis contemporáneo, cada una de estas fechas significativas (y las que sin duda seguirán a continuación, hasta 2039, año en el que se cumplirá el centenario del fallecimiento de Freud, de tal suerte que su prolífica e inconclusa escritura encontró sólo hasta su muerte el punto final), no podrían pasar inadvertidas, pues aunque se discuta en la actualidad la vigencia de algunas de sus conceptualizaciones e intelecciones específicas, es indiscutible que la obra freudiana, en su conjunto, constituye una auténtica revolución cultural que la torna imperecedera. Incluso si admitimos que el lector común podría incrementar su acervo de conocimientos con el estudio de algunos de los títulos más representativos del pensamiento de Freud, es impensable que la obra del precursor desaparezca de los programas de estudio de la formación psicoanalítica, así sea sólo para conocer sus fundamentos, actualizar sus premisas y postulados teóricos con las elaboraciones contemporáneas o contrastar las nuevas formulaciones y desarrollos teóricos con aquellos.

Diríamos poco si tan sólo describiéramos las ideas y conceptos contenidos en El yo y el ello. Diríamos más, quizás, señalando lo evidente: el intervalo entre la primera y la segunda tópica es apenas de veintitrés años, mientras que, cien años después de la publicación de la segunda tópica del aparato mental, no ha habido una “tercera tópica” y ni siquiera una propuesta sólida o consensuada para proponerla durante este dilatado período. No podríamos dejar de preguntarnos a qué se debe este hecho, sobre todo ante las indudables transformaciones teóricas y clínicas sobrevenidas después de Freud, reconocidas sin excepción por las diversas corrientes que conforman el psicoanálisis contemporáneo. ¿Se debe a que el psicoanálisis postfreudiano, sin desconocer del todo la metapsicología freudiana, prescinde de su aplicación en la clínica, como de hecho Freud en repetidas ocasiones había sugerido hacerlo? En otras palabras, ¿debemos reconocer que tanto la primera como la segunda tópica constituyeron, provisionalmente, los andamios que permitieron la construcción del edificio teórico psicoanalítico y fueron removidos una vez que éste fue levantado? ¿No sólo es innecesario, sino inconveniente para la práctica psicoanalítica contar con un modelo teórico de la organización y funcionamiento de la mente —o, mejor aún, del psiquismo— para dar cuenta de la complejidad de la vida emocional, de los deseos y fantasías que pueblan la realidad psíquica, irreductible, por definición, como bien sabemos ahora, a cualquier abstracción conceptual? ¿Cualquier propuesta para enmendar, ampliar o actualizar la segunda tópica empobrecería al psicoanálisis más que contribuiría a su enriquecimiento?

En todo caso, la conclusión irrefutable a la que arribamos es que una nueva tópica no ha hecho falta y, por lo tanto, la segunda tópica freudiana permanece vigente, más allá de Freud, como el modelo por excelencia del aparato psíquico, permitiendo asimismo el despliegue de las nuevas formulaciones teóricas psicoanalíticas que, con las pertinentes modificaciones, se asientan en ella.

Sabemos que fueron dos los principales motivos que llevaron a Freud a proponer, en las páginas de El yo y el ello, la segunda tópica o, dicho en forma más correcta, la teoría estructural del aparato psíquico. El primero de ellos fue el reconocimiento de los sectores inconscientes —mas no reprimidos— del yo y del ideal del yo, por lo que la cualidad de consciente, esgrimida en la primera tópica o en el modelo tópico del aparato mental, dejó de ser un criterio confiable para diferenciar las instancias psíquicas.

Unos años antes, en “Lo inconsciente” (1915/1989e), Freud efectuó el distingo entre el inconsciente reprimido y lo inconsciente no reprimido al afirmar que “todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido” (p. 161). Así, se volvió insostenible, por confuso o contradictorio, decir que el preconsciente-consciente podía ser simultáneamente inconsciente. Fue necesario proponer otros criterios diferenciadores de las instancias psíquicas y nombrarlas de otro modo, al tiempo que mantener la idea de que en los ámbitos del yo y del ideal del yo confluyen propiedades tanto conscientes como inconscientes (por ejemplo, los mecanismos de defensa).

El segundo motivo reside en la amplitud de la noción de conflicto psíquico, a partir del reconocimiento de la psicogénesis y los mecanismos específicos de las otras perturbaciones anímicas, ubicadas por fuera de las neurosis de transferencia, como fueron las psicosis, las perversiones (el masoquismo) y la melancolía. El conflicto psíquico no podría restringirse ya a la tensión establecida entre la pulsión y la defensa, sino que ahora implicaba también las fallas en la constitución del yo y la influencia sobre éste, tanto del ideal del yo como de la realidad externa. Más aún, la introducción en la teoría freudiana, tres años atrás de las nociones de pulsión de muerte o pulsiones destructivas y de compulsión de repetición, más acordes con la comprensión psicodinámica de estas otras afecciones psíquicas o con las recién descritas neurosis traumáticas, obligaron a Freud a concebir un aparato mental dotado de mayor dinamismo y complejidad.

En escritos posteriores, Freud mismo señala que su obra pasó de colocar el énfasis en la primacía del inconsciente, durante el período de la primera tópica, a la preeminencia de la función del yo, a partir de la segunda. Se puede estar de acuerdo o no con él, pero lo cierto es que, desde el psicoanálisis contemporáneo, se piensa que la segunda tópica no reemplaza a la primera, sino que la complementa. Ambas pueden seguir teniendo pertinencia para pensar los variados fenómenos clínicos. No obstante, por ejemplo, que Freud establece la equivalencia entre el ello de la segunda con el sistema inconsciente de la primera, son disímiles si se considera que éste es el tesoro mnémico que alberga las representaciones reprimidas, susceptibles de comparecer en la conciencia, mientras que aquél es el territorio indómito del que emanan las pulsiones, como ríos de lava formados por erupciones sucesivas, según una metáfora del propio Freud, que constituyen lo irrepresentable de la vida mental. El ideal del yo o la instancia crítica de sí, asiento de la conciencia moral en la primera y coadyuvante de la libido yoica, deviene el superyó en la segunda, heredero del complejo de Edipo tanto como del narcisismo infantil, y realiza acciones agonistas y antagonistas del yo. Este último se caracteriza, en la segunda tópica, por su centralidad en el aparato psíquico, lo cual, lejos de ser una posición privilegiada, es más bien de una responsabilidad mayúscula que consiste en contender simultáneamente con tres vasallajes (las demandas imperiosas del ello, las exigencias del superyó y las restricciones de la realidad externa) para preservar la integridad de sí mismo, y que intenta sostener en un equilibrio inestable, no sin dificultad, mediante la más preciada de sus capacidades: la función sintética.

Así, después de la Gran Guerra, Freud concibe ahora a un yo desvalido, angustiado y vulnerable, avasallado de continuo por fuerzas internas y externas superiores a él, a expensas de sí mismo para contender con ellas; librado, pues, en esta lucha desigual a sus propias fuerzas que, por añadidura, le son proveídas por el ello, y formando parte de una estructura relacional con sectores desconocidos para sí mismo, pero inherentes a su constitución subjetiva, que encierra el drama existencial por prevalecer, lo cual llevó a Freud, unos pocos años después, a modificar obligadamente también su teoría de la angustia, a la que debió considerar, a partir de entonces, de origen primordial.

En el encuentro científico “A cien años de El yo y el ello. Modelos psicoanalíticos de la mente”, tendremos la oportunidad de conversar sobre estas y otras ideas acerca de la importancia de este libro fundamental en la teoría psicoanalítica.

Referencias

Freud, S. (1989a). La interpretación de los sueños (J. L. Etcheverry, Trad.). Obras completas (vols. 4 y 5). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1900).

—. (1989b). Tres ensayos de teoría sexual (J. L. Etcheverry, Trad.). Obras completas (vol. 7, pp. 109-224). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1905).

—. (1989c). Introducción del narcisismo (J. L. Etcheverry, Trad.). Obras completas (vol. 14, pp. 65-98). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1914).

—. (1989d). Trabajos sobre metapsicología (J. L. Etcheverry, Trad.). Obras completas (vol. 14, pp. 99-104). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1915).

—. (1989e). Lo inconciente (J. L. Etcheverry, Trad.). Obras completas (vol. 14, pp. 153-213). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1915).

—. (1989f). Duelo y melancolía (J. L. Etcheverry, Trad.). Obras completas (vol. 14, pp. 235-255). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1917).

—. (1989g). Más allá del principio de placer (J. L. Etcheverry, Trad.). Obras completas (vol. 18, pp. 1-62). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1920).

—. (1989h). El yo y el ello (J. L. Etcheverry, Trad.). Obras completas. (vol. 19, pp. 1-66). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1923).

 

 

Compartir: