Empatía y contratransferencia
Por Andrea Amezcua
Para efectuar un trabajo terapéutico es indispensable comprender los lazos conceptuales y prácticos que vinculan la empatía con la contratransferencia. El primer concepto implica poder sentir con el otro, aquel que está frente a mí, mediante la contención de sus emociones y fantasías, y ser capaz de hacer una analogía entre su sentir y el propio para llegar a un punto en común, en el que, si bien no se cede completamente a la emoción, se puede conocer de manera aproximada lo que el otro describe de su mundo interno y externo. No obstante, aunque la empatía es una condición necesaria, no es suficiente para transformar o modificar a profundidad la problemática traída a consulta por un sujeto.
Dentro del marco de trabajo analítico se repetirán las primeras experiencias y formas de relación que el paciente ha tenido a lo largo de su vida y se proyectarán en la figura del analista, esto se conoce como transferencia. El terapeuta debe responder de forma neutra y no complacer las exigencias infantiles del paciente, es decir, apegarse a la regla de abstinencia que forma parte del encuadre para poder recibir e interpretar las fantasías que se proyectan en él.
Aunque puede parecer contraintuitivo que una persona de forma catártica viva y reviva en sesión su contenido mental ante la escucha activa del analista y no mejore, esto es en realidad lo que sucede en muchos espacios terapéuticos fallidos. Es aquí donde entra la contratransferencia. La capacidad del analista para detectarla está ligada con el autoconocimiento, así como con una continua indagación personal y en supervisión sobre el efecto que un paciente dado tiene en él. Es decir, debe existir un compromiso propio para poder discernir aquello que resuena en nosotros a partir del material proporcionado por los consultantes de manera consciente e inconsciente.
Podemos compadecer, sentir y escuchar activamente, pero sin la comprensión profunda de uno mismo y de lo que se despierta en nosotros no se llegará lejos en el tratamiento analítico. Es necesario cuestionar los sentimientos, las emociones y los pensamientos que tenemos al momento de trabajar con cada persona, no sólo como una pregunta teórica, sino como una verdadera herramienta para conocer y ampliar la riqueza del trabajo en sesión.
En lugar de que la contratrasferencia genere un sentimiento de temor o culpa en el terapeuta, es más útil comprenderla como un efecto inevitable de la condición humana, así como de la naturaleza propia de un análisis. En otras palabras, el hecho de que un analista tenga una historia personal que se aúna al contenido mental del paciente puede ser un medio para indagar y pensar acerca de ello.
Aunque hay diferentes perspectivas respecto a la utilidad de la contratransferencia en las escuelas psicoanalíticas, tal como lo menciona Horacio Etchegoyen, se puede proponer en general la necesidad de reconocer su existencia. Asimismo, es indispensable pensar sobre ella para que no irrumpa de forma negativa en el trabajo analítico conduciéndolo a su fin prematuro. Por ejemplo, durante la transferencia positiva, el analista, como resultado de ésta y de sus áreas no analizadas de la contratransferencia, puede no desear indagar sobre los aspectos más hostiles del paciente. Esto llevaría, de forma general, a una postura en la que no habría un espacio para pensar en la agresión que el paciente puede sentir por su terapeuta y el espacio analítico.
Por lo tanto, es innegable la necesidad de estar sumamente atento a las respuestas que uno tiene ante una situación específica. Retomando la empatía, quiero hacer hincapié en que es la base fundamental del entender y compartir humano, pero, sin categorías para pensar ni espacio para reflexionar este sentimiento común, poco o nada podrá modificarse.
Así como se ve en el trabajo clínico, cada paciente genera en el analista diferentes sentimientos. Pensar la neurosis, lo fronterizo y la psicosis tomando como eje la contratransferencia es también de gran ayuda para en un primer encuentro poder orientarse por un esquema de entendimiento y tratamiento. No es poco común, después de una entrevista con pacientes fronterizos, que los analistas sientan un nivel de confusión o agotamiento; asimismo, con otros se podrá experimentar diversas sensaciones. Por ejemplo, los aspectos psicóticos de la personalidad pueden despertar una sensación de irrealidad o de angustia indescriptible que no tiene explicación racional.
Lo importante es que esa contratransferencia esté al servicio de la terapia y no se convierta en una limitante para el desempeño clínico. Metafóricamente, la transferencia y la contratransferencia funcionan como brújulas en el territorio mental de una díada analítica conformada por terapeuta y paciente. El espacio y la relación construida por ambos deben estar guiados por el encuadre para que el método conduzca a una mejor comprensión de quienes nos consultan.
En la actualidad, los modelos teóricos psicoanalíticos, sobre todo los postkleinianos, le apuestan más a la idea de entendimiento del funcionamiento mental que a una idea de “cura” que el analista viene a otorgar al paciente. De cualquier forma, la contratransferencia sigue siendo una herramienta que, bien utilizada, puede dar luces sobre la misma condición humana y ayuda al trabajo terapéutico.