El trabajo con niños a distancia: ¿qué hemos aprendido hasta ahora?
Por Magaly Vázquez
La situación que vivimos actualmente a nivel global nos ha empujado a realizar cambios en muchos ámbitos de nuestra vida y uno de ellos es el aspecto laboral.
Los psicoterapeutas somos afortunados al poder continuar con nuestra labor a distancia; sin embargo, no ha sido fácil aventurarnos a una forma de trabajo poco explorada anteriormente y que, por lo tanto, generaba mucha incertidumbre y cuestionamientos.
Aquellos que trabajamos con pacientes sabemos que la presencia física es un elemento trascendental en las sesiones, pues involucra el encuentro de dos personas en un espacio destinado a trabajar juntos en la comprensión de la mente del paciente a través del lenguaje, pero también de elementos sutiles más allá de las palabras.
En el caso de los niños la presencia adquiere aún más relevancia debido a que el juego es el medio de expresión y de comunicación que utilizan para mostrarnos lo que habita en su mundo interno: emociones, deseos, fantasías, conflictos y personajes. Asimismo, al jugar con ellos establecemos y sostenemos el vínculo cercano para ejercer nuestro trabajo de comprensión e interpretación de lo que sucede en la mente particular de cada niño.
Podría asegurar que muchos terapeutas que atendemos niños nos encontrábamos bastante escépticos en relación con el trabajo a distancia y nos preguntamos si era posible sostener un vínculo jugando a través de una pantalla, cómo reemplazar la caja de juegos que se cierra y se guarda en el consultorio al final de cada sesión y que representa tantas cosas para el niño, cómo contener a un niño en un espacio en el que no estamos físicamente cuando aquel tiende a la acción y cómo asegurarse que los padres respeten la privacidad del espacio terapéutico. Todas estas preguntas daban vueltas en mi cabeza en un principio sin respuesta certera. Estaba convencida de que lo mejor era interrumpir los tratamientos con niños hasta nuevo aviso. Sin embargo, debo decir que me encuentro gratamente sorprendida con los resultados hasta ahora.
Quisiera compartir el caso de una paciente de cinco años con la que comencé a trabajar muy poco antes del confinamiento. Aunque los padres decidieron interrumpir el tratamiento hasta poder retomarlo de forma presencial, accedieron a mantener un contacto semanal vía telefónica por algunos minutos en los cuales mi paciente me platicaba un poco de lo que había pasado en su semana. Poco a poco las llamadas se tornaron más largas hasta que unas semanas después ella pidió verme por medio de una videollamada. Accedí y le propuse que podríamos hablar por ese medio todas las semanas y que si ella así lo quería podríamos jugar o dibujar. Solicité a los padres que la paciente tomara la videollamada en un lugar privado y tuviera a su alcance algunos materiales como hojas y colores. Con el establecimiento de este encuadre, mi paciente comenzó a expresar con juegos y dibujos algunas fantasías en relación con la pandemia, el confinamiento y la relación terapéutica. Conforme fui interpretando ciertos elementos puestos sobre la mesa, mi paciente también fue ampliando los recursos para comunicarnos: plastilina, muñecos, bloques, historias y más dibujos.
Me pareció que las condiciones necesarias para establecer un trabajo analítico más profundo eran las adecuadas y entonces comenzamos a vernos dos veces por semana, llenando sesiones de material que me ha permitido analizar e interpretar amplia y profundamente los aspectos de la fantasía inconsciente y los de la transferencia.
Es innegable que hay variables que no podemos controlar de la misma forma que en el consultorio. Por ejemplo, hubo una ocasión en la que mi paciente metió la tableta en una caja dentro del clóset porque no quería escucharme más. En otros momentos ha apagado la cámara o silenciado mi micrófono. No obstante, el poder interpretar estas acciones y explicarle por qué está furiosa a su vez ha posibilitado la transformación de estos actos en elementos más simbólicos dentro de un juego.
Me parece que el mayor (re)aprendizaje en este último año es que nuestros esfuerzos como terapeutas siempre deben volcarse en preservar lo más importante: la disposición emocional para jugar, escuchar y comprender a nuestros pacientes (aunque los recursos sean distintos debido a la distancia), así como una actitud de neutralidad y abstinencia. Por supuesto que también les doy crédito a los padres colaboradores de mi paciente y sobre todo a esta, quien tan solo con cinco años demuestra una vez más que los niños nunca deben ser subestimados en sus esfuerzos por construir un espacio en el que puedan ser escuchados y comprendidos.