El suicidio en la adolescencia

Por Marta Bernat

Al escuchar sobre el suicidio de un adolescente, uno recibe un impacto emocional muy fuerte, sentimos incredulidad, tristeza, miedo, angustia, impotencia, desesperación, incomprensión y después empiezan las preguntas: ¿Por qué lo habrá hecho? ¿Cómo se habrá sentido para haber tomado esa decisión? ¿Estaba mal desde antes y nadie se dio cuenta? ¿Sufría de depresiones? ¿Había intentado suicidarse anteriormente? ¿Hubo algún evento que lo detonó?

Es común plantearse tales interrogantes ante a un evento que es difícil de comprender y que se convierte en un caso más de los muchos adolescentes que atentan contra su vida y, desafortunadamente, lo logran. El tema del suicido ha sido estudiado por filósofos, sociólogos, teólogos, psicólogos y el psicoanálisis.

El autor argentino Carlos Moguillansky comenta que el suicidio puede ocurrir en cualquier momento de la vida, particularmente en la adolescencia y en la vejez. Considera que hay muchos tipos de suicidio y cada uno responde a distintas motivaciones. Lo define como: “un acto decidido en el que participa cierta confusión y que tiene el propósito y la certeza de matarse” (Moguillansky, 2006, p. 36). Señala que en esta definición hay tres palabras clave: acto, decidido y confusión: alguien está dispuesto a matarse.

La mayoría de los autores coinciden en que es importante diferenciar una fantasía suicida de un intento realmente efectuado, ya que muchos que piensan suicidarse no lo llevan a cabo. El acto suicida ocurre de muchas formas y puede estar presente en todas las patologías. Los suicidas tienen rasgos distintos y es difícil reunirlos en un grupo en específico; por lo mismo, no es posible afirmar que todos los suicidios están relacionados con un estado mental psicótico, así como tampoco se puede asegurar que todas las personas que sufren una depresión severa acaban quitándose la vida.

Este autor piensa que uno de los criterios fundamentales para explicar el suicidio es una pérdida de realidad brutal que acontece en el momento del intento, el cual no necesariamente es psicosis. Las definiciones teóricas de suicidio suelen contener tres elementos en común: desesperación, impotencia y dolor; al menos dos de estas características se hallan presentes en el acto suicida. Moguillansky comenta que, en la mayoría de los casos, hay un hecho desencadenante agudo: una profunda desilusión, una ruptura amorosa, la muerte de un familiar o un fracaso académico laboral. Pero más allá de un detonador, siempre existe una prehistoria muy compleja, es decir, hay una serie de condiciones que se conjugan para que el suicidio se lleve a cabo.

Moguillansky cita a Moses Laufer y Egleé Laufer (1998), autores ingleses con una gran experiencia en el trabajo con adolescentes, y comenta que la mayoría de los que intentan suicidarse presentan un breakdown, es decir, un derrumbe psicológico en el cual el joven se encuentra sin salida, sin alternativa, ni esperanza, con la sensación de haber matado internamente a los padres que lo aman. Cuando uno de estos analistas tenía algún paciente con tentativa de suicido, directamente le preguntaba: ¿pensabas en alguien mientras intentabas suicidarte? Si el paciente mencionaba a su madre, a su novia o su abuelita, el analista sabía que se encontraba ante un panorama muy distinto que si respondía que no pensaba en nadie, justamente porque esa falta de referencia indica una desolación total: son personas aisladas del mundo en el que habitan y devastadas en su mundo interno.

La adolescencia es una etapa de inestabilidad, donde el joven enfrenta cambios a nivel corporal y psíquico. Es un período de crisis, confusiones, duelos, separaciones, búsqueda de identidad, etc. Lo anormal, comenta Aberastury (1988), sería una etapa de estabilidad y tranquilidad. El adolescente se siente invadido, abrumado ante todos los cambios que se le presentan y siente que no cuenta con las herramientas necesarias para enfrentar el mundo adulto.

No todos los adolescentes se suicidan por estas crisis, debe existir una historia que lo antecede. M. Laufer (1998) señala una serie de aspectos que debemos tomar en cuenta: el mecanismo de la desmentida, un superyó sádico y cruel, odio hacia sí mismo y hacia su cuerpo, goce en el sufrimiento, intolerancia al dolor psíquico, incapacidad para hacer frente a las demandas de un self grandioso, atormentarse por fracasos e incapacidad, culpa excesiva, necesidad de castigo, devaluación intensa, vergüenza, abandono, miedo a la separación, incapacidad para manifestar su cólera, expresar la ira hacia adentro, pérdida del sentido de la muerte, ausencia de la función de autoconservación, deseo de matar las cualidades buenas y amorosas de los padres internos y de sí mismo, deseo de silenciar al enemigo interno, al torturador, para llegar a un estado de paz y tranquilidad. Todo esto nos proporciona información clínica muy útil para entender el estado emocional en el que se encuentra el adolescente.

Los Laufer hacen énfasis en la gran dificultad que tiene el joven para integrar el mundo infantil con el mundo adulto sexual. Surge un cuerpo sexual que lo invade, con sensaciones y deseos intolerables. Los adolescentes sienten que ese cuerpo no les pertenece, se sienten “anormales” o, en palabras de Moguillansky, “impresentables” ante los demás. Muchas veces el suicidio atenta, contra ese cuerpo sexual o contra un aspecto de la persona que se odia y que se quiere eliminar. El yo quiere atacar, destruir a ese cuerpo extraño que no es parte de su self. Cuando el joven se ataca físicamente, cree que no ataca a su persona sino a aquello que odia y que quiere destruir.

Moguillansky (2006) comenta que cuando un adolescente sobrevive a un acto suicida, no se asombra de estar vivo, pues nunca pensó en morir. Esto habla de la eficacia y de la intensidad de los mecanismos de desmentida. Lo que busca es liberarse de ese cuerpo sexual, del sufrimiento y del dolor, tan intensos. Ataca algo que odia porque se tomó el atrevimiento de morirse, repudiarlo o alejarse y el yo se ofrece como un sustituto. El cuerpo se confunde con un enemigo interno.

Este autor comenta que no siempre es la melancolía, la depresión o la identificación la que orilla a un suicidio. En determinado momento, el mundo psíquico del suicida se ve invadido por algo que se apodera de su conciencia y de su vida psíquica, culminando en un acto suicida.

El tema es difícil de abordar y muy doloroso, pero con las contribuciones de estos autores se puede llegar a comprender la complejidad de una situación como ésta.

Referencias 

  • Aberastury, A. y Knobel, M. (1988). La adolescencia normal. Ciudad de México: Paidós.
  • Laufer, M. (1998). El adolescente suicida. Barcelona: Biblioteca Nueva.
  • Moguillansky, C. (2006). “Conferencia sobre el suicidio”. En Diálogos clínicos en psicoanálisis. Ciudad de México: Centro Eleia, Actividades Psicológicas.
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