El silencio en la sesión analítica
Por Nadezda Berjón M.
El silencio es una de las características que se piensan como componentes naturales del proceso psicoanalítico, ya sea por parte del analista o como modo de participación del paciente. En este escrito voy a abordar, de manera breve, el sentido de los silencios para nuestra disciplina.
Antes, es importante recordar que el psicoanálisis tiene como dinámica lo que se denomina el par freudiano (Freud, 1923/1992) que implica: la asociación libre por parte del paciente, para que su inconsciente surja de manera que pueda ser pensado; y la atención flotante por parte del analista, que es intuitiva y funciona con la apertura necesaria para captar aquello que el paciente va a expresar. En este sentido, el silencio es una especie de pausa necesaria en el discurso inconsciente de ambos miembros del par. Sin éste, la excesiva presencia de contenidos no permitiría la creación de nexos con aquello reprimido o aquello con necesidad de ser representado.
Los silencios del analista
Se sabe que la postura del analista debe ser de receptividad, atención y empatía. Su silencio funciona como una vasija para recibir aquello que el paciente requiere colocar en él y en la sesión, como una especie de función continente (Bion, 1962, en Akhtar, 2013).
El silencio permite que el paciente elabore lo que le sucede sin interferencia, sin tener una dirección preestablecida a partir de preguntas o temas que, quizá, no son los que inconscientemente le causan conflicto en un momento dado. Así, el silencio es acompañar al paciente a descubrir su inconsciente, sin volcar las ansiedades o intereses en su lugar.
Como este ejercicio va a contracorriente respecto a la interrelación humana fuera de la consulta (por ejemplo, un silencio en una situación social puede representar hostilidad, rechazo y descortesía), en los inicios de cada tratamiento es conveniente explicar su presencia y sentido, pues nadie llega preparado para tal cosa y suele vivirse con dolor y desconfianza.
A pesar de lo explicado antes, Salman Akhtar (2013) observa que el silencio del analista puede tener una connotación negativa en las siguientes situaciones:
- Cuando no es vivido como ayuda. No todo paciente puede aprovechar momentos largos de silencio. El analista no desea ser intrusivo (Balint, 1968, en Akhtar, 2013), pero quizá pueda buscar otros modos de lograrlo que no sea a través de la ausencia de palabras, en el caso de que para algún paciente sea generadora de angustia y malestar.
- Cuando representa una contratransferencia de aburrimiento, indiferencia u hostilidad por parte del analista.
- Cuando funciona a modo de venganza en respuesta al silencio del paciente (Glocer, 1955, en Akhtar, 2013).
- Cuando un silencio muy largo reactiva experiencias de privación temprana, fomentando la introyección del vacío en vez de internalizar una relación vital y conectada. Esto ocurre con algunos pacientes que tuvieron carencias en los primeros años de vida.
- Cuando un silencio excesivo produce que la intervención verbal del analista esté cargada emocionalmente para el paciente y que funcione como sugestión (Brockbank, 1990, en Akhtar, 2013). Es decir, si el analista sólo da un par de frases en toda la sesión, puede que éstas sean vividas como un oráculo a seguir.
Los silencios del paciente
Asimismo, hay diferentes sentidos para los silencios por parte del paciente; oscilan dentro de un margen amplio que va desde la introspección y la contemplación, hasta la muerte psíquica. Akhtar (2009; 2013) da algunas categorías que sólo pueden entenderse a partir de la entonación empática, la intuición y el contacto con una persona en particular, y no como una regla que aplique a todo paciente:
- La resistencia inconsciente ante el surgimiento de deseos y fantasías indeseables que pueden producir culpa y vergüenza. Quizá la persona se quede callada en momentos en los que el discurso está cargado de afectos intensos, que pueden devenir en la expresión de anhelos o mociones hostiles, pero no de modo intencional, sino como expresión de la represión.
- Retener, de modo deliberado, contenidos que puedan dar información que, por diferentes razones, se desea mantener en el desconocimiento del analista. Por ejemplo, si se ha comprado un automóvil o se ha gastado una cantidad de dinero significativa, algunos pacientes evitarán comentarlo debido a fantasías en torno a la voracidad o la rivalidad.
- El silencio simbólico. Se refiere a silencios en torno a las organizaciones libidinales propuestas por Freud. Por ejemplo, a nivel oral, el silencio puede pensarse como mantener la boca abierta esperando la leche/voz de mamá/analista; en un sentido de conflicto anal, puede mantenerse la boca cerrada, como un desplazamiento del esfínter anal que se mantiene cerrado para no complacer a la madre/analista en una batalla de poder y control; o, como expresión de un conflicto genital: una vagina lista para recibir las interpretaciones fálicas del padre/analista (Ferenczi, 1916, en Akhtar, 2013).
- El silencio blanco, sin contenido, sin representación, como una muerte psíquica (Guntrip, 1969; Khan, 1983; en Akhtar, 2009, 2013). En este rubro tenemos que pensar en un funcionamiento psíquico de mayor gravedad, como es el caso de los pacientes fronterizos y los psicosomáticos, así como el llamado síndrome de la madre muerta (Green, 1993, en Akhtar, 2013).
- El silencio contemplativo, como un diálogo con objetos internos; un momento de comunicación hacia el interior y el exterior. En ese sentido, es bueno para el crecimiento emocional.
Lo que Akhtar considera pertinente recordar es que no hay reglas para trabajar el silencio del paciente. A veces, hay que interpretarlo como una descarga de estados mentales dolorosos o como una defensa; en otros casos, hay que ayudar a crear contenidos; y en otras ocasiones, conviene simplemente respetarlo.
Referencias:
Akhtar, S. (2009). Comprehensive Dictionary of Psychoanalysis. Karnac.
—. (2013). Psychoanalytic Listening. Methods, Limits, and Innovations. Karnac.
Freud, S. (1992). Dos artículos de enciclopedia: “Psicoanálisis” y “Teoría de la libido”. Obras completas (vol. 18). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1923).