El proceso de duelo
Por Conrado Zuliani
Nos enseña Freud que el duelo constituye la reacción normal, es decir, una respuesta no patológica a la pérdida de objeto. Por otra parte, nos señala que esta pérdida puede estar relacionada con una persona amada o con una abstracción equivalente (por ejemplo, podría tratarse de un ideal, como la patria o una filiación política).
Cabe resaltar que el duelo es un trabajo para la mente. La labor del duelo consiste en una elaboración de aquello que se pierde, cuyo desenlace consiste en poder colocar lo perdido a cuenta del pasado.
De esta forma, el trabajo de duelo moviliza cada uno de los recuerdos que están en conexión con el objeto perdido. Diversos momentos, situaciones y diálogos son evocados a propósito del duelo. Es por eso que, para el doliente, todo hace referencia a la persona perdida: un comercial de televisión, una canción en el radio, una marca de café en el supermercado, una calle, etc. Cuando se le recuerda constantemente, el examen de realidad indica que ese objeto ya no está más; este proceso permite ir resignando los lazos afectivos que se tienen con la persona perdida.
El duelo, entonces, podría pensarse como un procesamiento mental, una verdadera operatoria psíquica en donde se sustituye a la persona por un símbolo que la representa. Dicho de otra forma, se pierde al objeto y en su lugar queda el recuerdo.
Acerca de este «trabajo» que el sujeto debe realizar en pos de la elaboración de la pérdida, cabe resaltar algunos aspectos de importancia que funcionan a modo de «brújula» y nos indican cómo determinado paciente va llevando su duelo. De las personas perdidas se habla, se las recuerda, se las sueña. Al mismo tiempo, las emociones preponderantes suelen ser tristeza, enojo o culpa.
Es curioso cómo en el ámbito social, la creencia popular muchas veces considera como señal de «fortaleza» que una persona que ha perdido a alguien no llore o no se muestre triste. No es infrecuente, por ejemplo, que la familia aliente a alguien que ha enviudado a «hacer un viaje para no recordar» o a cambiarse de casa porque «le trae muchos recuerdos y le hace mal recordar». Estas sugerencias, muchas veces bienintencionadas, dificultan y obstaculizan el duelo.
El duelo precisamente debe pasar por el recuerdo y la tristeza a causa de aquello que se perdió. No sólo no son muestras de «fortaleza» el no llorar, el no recordar, el estar «como si nada», sino que, por el contrario, estas situaciones nos alertan de alguna dificultad en la elaboración del duelo.
Melanie Klein descubrió que una pérdida actual reactiva todas las pérdidas anteriores por las que la persona ha atravesado en su vida. Más precisamente, la primera, la pérdida del pecho. Según se haya podido sobrellevar esta primera pérdida, se podrán resolver las posteriores. Hoy en día sabemos, gracias a los estudios de numerosos investigadores dentro y fuera del psicoanálisis, que algunas patologías graves como la depresión severa o ciertas enfermedades psicosomáticas se relacionan con pérdidas muy primarias, las cuales el rudimentario psiquismo de un niño muy pequeño no está en condiciones de resolver. Son huellas profundas de pérdidas muy tempranas y no elaboradas.
Quisiera resaltar dos aspectos antes de concluir: cuando se ha perdido a una persona valiosa, significativa, amada, es preciso estar más atentos a nuestra salud física, ya que puede verse afectada por nuestro estado emocional.
Por otro lado, es preciso que el doliente pueda dormir, para que tenga oportunidad de soñar. El sueño constituye un recurso muy valioso desde el punto de vista elaborativo. Soñar, tenerlo presente, hablarlo y tejer las huellas de los recuerdos son las vías a través de las cuales es posible procesar y pensar el profundo significado que aquello perdido tiene para cada uno.