El lenguaje de los sueños

Por Dalia Saadia Dickter

 

Un hombre camina solo por un pasillo. En la suela de su zapato se distingue la figura de un alacrán pisoteado. A lo lejos, una mujer conocida, bañada en lágrimas de humillación.

Este es el sueño de un paciente que consulta por la rabia que sufre a raíz de la infidelidad de su mujer. Se encuentra deprimido al no entender cómo puede ser que, después de haber estado dispuesto a perdonar la traición, ella le pidiera el divorcio. Conforme avanza el tratamiento, se desvela que, al momento de enterarse de que su mujer estuvo con otro hombre, él le exigió tener relaciones sexuales en contra de su voluntad.

En sesión, al narrar su sueño y asociar, sugirió lo siguiente: “Seguramente ella la está pasando mal porque sus mentiras ya se derrumbaron. Por eso la soñé”. Si uno observa el sueño, pareciera que un artista interno logró capturar su sentir y darle forma, pues es rico en metáforas y simbolismos. Pero después, cuando escuchamos cómo es que el paciente lo comprende, entendemos que, en su cabeza, son distintos interlocutores los que toman protagonismo: una parte intenta acercarse a la verdad (hace un sueño y lo trae a análisis), mientras que la otra la revierte (le da un sentido que culpa a otros y no se responsabiliza de lo propio). Asumirse como un alacrán aplastado, expuesto en humillación, hinchado de furia y veneno, con necesidad de picotear, ¡no es cualquier cosa! Mejor eludir esa verdad con omnipotencia y pensar que tiene poderes extrasensoriales para percibir la vergüenza que debe estar sufriendo su exesposa.

Como ya señaló Platón, los poetas pueden ser tanto mentirosos como profetas, y no podemos considerar que los sueños dicen la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. En la medida en que dicen la verdad, es la verdad sobre el tratamiento que reciben las experiencias emocionales en las profundidades de la mente, pero allí no siempre se atesora la verdad, porque ésta está cargada de dolor mental. (Meltzer, 1984, pp. 100-101)

Wilfred Bion teorizó sobre la lucha que sostiene la mente entre conocerse y desconocerse, como el problema del pensamiento versus antipensamiento. Se recurre a la mentira con la intención de evadir la verdad porque contactar con ella implica tolerar aspectos dolorosos de uno mismo.

Vivir es estar inmerso en una experiencia emocional ininterrumpida. Bion equipara el aparato mental al digestivo, donde cada vivencia es alimento para la mente; por lo tanto, la actividad mental nunca se detiene y se encuentra con el desafío permanente de metabolizar las emociones. En este sentido, la vida onírica es continua y, en un movimiento en desarrollo, mantiene el trabajo constante de otorgar sentido desde la interioridad a toda experiencia de vida (Ortiz, 2019).

 Bion sugiere que el recién nacido posee el potencial para desarrollar pensamiento. Su evolución depende de la calidad del vínculo materno en interjuego con las características innatas del bebé. La capacidad de rêverie de la madre para acoger las emociones de su hijo y devolvérselas mediante un afecto tranquilizador, junto con la tolerancia que tenga el pequeño para lidiar con las frustraciones y las adversidades de la vida, son factores que contribuyen al desarrollo de una capacidad para contener las emociones y dotarlas de sentido. El continente interno brindará al bebé la posibilidad de nutrirse de su vida emocional.

Este modelo de interacción configura la matriz que facilitará la construcción de pensamientos oníricos susceptibles de ser pensados. En palabras de Elsa N. Grassano, “el sueño es el producto de un proceso creativo de simbolización y, a la vez, proceso simbolizante en curso” (1995). Si la mente es capaz de tolerar el dolor que envuelve toda experiencia, podrá entonces construir un sueño que, en el mejor de los casos, reproduce el rêverie materno y, al dormir, pinta en la mente verdades subjetivas, en espera de un pensador constructor de significados (Ortiz, 2019).

Pero, como no todo es de color rosa, en ocasiones el dolor desborda y, ante la incapacidad de tolerar la verdad, el aparato para pensar se ve perturbado y recurre a distintas estrategias para sustituirla o evacuarla. Bion dio a conocer esta modalidad como protomentalidad o antipensamiento (1962).

Cuando Donald Meltzer (1984) cita a Platón para hablar de los poetas, se refiere al poeta dentro de la cabeza, capaz de armar un sueño. Su propuesta aquí es importante: sugiere que estemos atentos, ya que los poetas pueden ser tanto mentirosos como profetas. Apesar de que sea engañoso, no podemos considerar que un sueño, por más creativo que sea, esté siempre al servicio de la verdad, de toda la verdad y nada más que la verdad.

Meltzer (1984) concibe al aparato mental como un “teatro generador de significados”; un complejo escenario en el mundo interno, poblado por distintos personajes, tan capaces de construir metáforas de las vivencias subjetivas como de descomponerlas. Advierte sobre la importancia de considerar que la mente no opera como una unidad y alumbra la idea de no dejarnos capturar frente a lo fascinante que puede llegar a ser un sueño. Así como en la famosa película Rashomon, de Akira Kurosawa (1950), habrá que tomar en cuenta las versiones y motivaciones distintas de un mismo drama.

Podemos preguntarnos: «¿Qué personaje de nuestro teatro está, en el momento del sueño, en posesión de este órgano [de la consciencia]?» Y también: «¿Es el mismo que recuerda y narra el sueño durante la sesión analítica?» Tenemos que contar con la posibilidad de que no sean el mismo; de hecho, probablemente no lo son en la mayoría de los casos. (Meltzer, 1984, p. 103)

Pasemos a otro ejemplo: un paciente se presenta como un hombre correcto, bien portado y con todo bajo control. Un día, acude con vestimenta elegante y comparte el siguiente sueño:

En un día de oficina llegaba el director general. Señalaba a una persona vestida con pantalones de mezclilla y tenis. Yo pensaba: “¡Chin! Van a haber problemas”. Se acercaba a mí el director y me decía: “La apariencia es muy importante para alcanzar el éxito en este trabajo y yo veo todo”.

Sus asociaciones son literales y acartonadas, como si un niño obediente me dictara los términos y condiciones para trabajar en el tratamiento. La escena se despliega en el sueño y, al narrarlo en el consultorio, nos volvemos tanto espectadores como personajes del mismo guion: hay un rebelde que llega en pantalones de mezclilla y tenis a la oficina, con una actitud despreocupada y triunfal ante la vida. Por el otro lado, en una relación directamente proporcional, tenemos al severo director que vigila, enjuicia y castiga. Estos personajes vienen en paquete, son objetos que habitan su mundo interno y se relacionan entre sí: a mayor rebeldía, mayor severidad, y a mayor severidad, mayor rebeldía. Cada personaje representa una parte de él, que tiene su propia vivencia y estado mental.

Durante la sesión, me comenta que, aunque sabe que debe dejar fluir su mente, le cuesta mucho trabajo, pues siente que dice cosas “aleatorias”, que divaga y que no tiene estructura. Preferiría que aterricemos, poniendo objetivos, para que pueda medir si su proceso terapéutico tiene un sentido. El sueño nos permite asomarnos por una ventana a su interior para ver cómo se despliegan aspectos de sí mismo, proyectados en diferentes figuras. En esta parte de la sesión se observa la misma organización que se arma en el sueño, ahora puesta en la transferencia: él se convierte en el director exigente y, ante la indicación de hablar “al azar”, cuestiona el método: “¿Qué es esto de dejar que mi mente fluya, Dalia? ¿Eres tú como ese hippie de pantalones de mezclilla que no se toma la vida en serio? Sin este orden, ¿cómo vamos a tener resultados?” [1].

Adentrarse en la comprensión de los sueños es un regalo que permite transformar la clínica en un trabajo artístico. Más allá de las palabras, que son tan ricas para nombrar y dar casa al sentir, las imágenes hablan en otra lengua, capaz de capturar lo que, a veces, resulta innombrable.

Referencias:

Bion, W. R. (1980). Aprendiendo de la experiencia. Paidós. (Obra original publicada en 1962).

—. (1977). Volviendo a pensar. Hormé-Paidós.

Grassano, E. N., Barenstein de Kicillof, N. B., Dvoskin de Zadoff, S., Kosack, A. M., Mascheroni, S., Nudelman, M., Soler de Grissi, S. C. y Tula, R. (1995). El escenario del sueño. Paidós.

Kurosawa, A. (Director). (1950). Rashomon [Película]. Daiei Film.

López-Corvo, R. E. (2020). Diccionario de la obra de Wilfred R. Bion. [Edición de Kindle] Ediciones Biebel.

Meltzer, D. (1984). Vida onírica. Una revisión de la teoría y la técnica psicoanalítica. Tecnipublicaciones, S.A.

Ortiz, E. (2019). Donald Meltzer, vida onírica: Sueños, mente y pensamiento. Analytiké Ediciones.

Tabbia, C. (2021). Clínica del significado. El vértice Bion/Meltzer. Asociación Psicoanalítica Argentina Editorial.

Wiener, A. M. (2004). Trabajando con sueños en psicoanálisis contemporáneo. [Tesis de doctorado] Centro Eleia.

 

 

 

Notas:

[1] Agradezco a Elena Ortiz por su valiosa guía, que me ha permitido profundizar en mi comprensión sobre los pacientes presentados en este artículo.

 

Artículo del programa de Doctorado en Clínica Psicoanalítica

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