El juego y su relación con el aprendizaje
Por Mariana Hurtado Eguiluz
Cuando un niño va a la escuela, el objetivo no es solo que adquiera conceptos, sino que obtenga una formación integral, útil y aplicable a su vida presente y futura. Quizás podamos olvidar algunos conocimientos a lo largo del tiempo, fechas, datos, pero muchos de nosotros no olvidamos la experiencia que representó jugar en el patio del colegio, nuestros amigos de la infancia o el profesor que marcó nuestra historia. Necesitamos aprender para la vida.
Si pudiéramos pensar en un método efectivo para aprender, el juego es el más acertado. Si añadimos al juego algunos elementos educativos, obtenemos una herramienta irremplazable de enseñanza.
Los niños utilizan el juego de forma natural, lo hacen inconscientemente, sin esfuerzo, disfrutando y se divierten al construir sus aprendizajes. Todo conocimiento que adquirimos jugando queda fijado en la memoria de manera significativa. El aprendizaje de los niños es más efectivo cuando son felices; si prestamos atención, nos daremos cuenta de que jugar es lo que hace más feliz a un niño. Esto muestra la estrecha relación que puede haber entre el aprendizaje y el juego.
Los maestros actuales consideran importante el juego en sus clases, sin embargo, las grandes demandas a la responsabilidad docente y los resultados cuantitativos que se les exige a niveles institucionales, pueden propiciar que el juego quede al margen de los programas de enseñanza. El juego debería asumirse como un elemento que acompaña permanentemente al aprendizaje y no como lo que dispersa al niño.
Algo parecido ocurre en casa: los padres dedican poco tiempo a jugar con sus hijos o prefieren apartar o limitar el juego con el afán de tenerlos tranquilos o protegidos, olvidándose de que el juego activo e imaginativo, con su rudeza, sus caídas y ruidos, facilita el desarrollo en una forma natural.
Son varios los autores de psicología y psicoanálisis, pero también los estudiosos de las teorías de aprendizaje, quienes han realizado numerosas investigaciones sobre el tema del juego y sus importantes funciones para el desarrollo y el aprendizaje de los niños y jóvenes.
Freud destaca, por ejemplo, que cuando un niño juega, lo disfruta, es una actividad placentera. Mediante el juego, el niño logra elaborar y asimilar algunas experiencias difíciles o dolorosas. Por ejemplo, un pequeño que fue llevado al doctor y le inyectaron sus vacunas; esto pudo resultarle doloroso pero también angustiante. Quizá más tarde, en casa, encontrará la forma de recrear una jeringa con la cual inyecte a sus muñecos. Ahora es él quien lleva la jeringa y su muñeco quien lo recibe.
Melanie Klein (1929), por su parte, destaca la labor asociativa del juego. Para ella, esta actividad consiste en el mejor medio de expresión, sin necesidad de palabras, para los niños. El juego le otorga al niño la posibilidad que el adulto tiene, a través de la palabra, para asociar y contar sus pensamientos y sueños.
Jean Piaget (1956) menciona que el juego forma parte de la inteligencia del niño, porque representa la asimilación funcional o reproductiva de la realidad, según su etapa evolutiva. Para él, las capacidades sensoriales y motrices simbólicas o de razonamiento, son las que condicionan el origen y la evolución del juego.
Para Vigotsky (1924), el juego surge como necesidad de reproducir el contacto con los demás. Desde su perspectiva, la naturaleza, el origen y el fondo del juego son fenómenos de tipo social; a través suyo se presentan escenas que van más allá de los instintos. Para este autor, el juego es una actividad social, en la cual, gracias a la cooperación con otros niños, se logran adquirir papeles o roles complementarios al propio. Los niños transforman algunos objetos y los convierten con su imaginación en otros, con un significado distinto. Por ejemplo, correr con una escoba como si fuese un avión; con este manejo de las cosas se contribuye a la capacidad simbólica del niño.
Son múltiples las funciones que el juego desempeña dentro del desarrollo. Entre otras cosas, permite el fortalecimiento de valores como el respeto, la tolerancia grupal, la responsabilidad, la confianza en sí mismo, fomenta el compañerismo para compartir ideas, conocimientos e inquietudes, facilita el esfuerzo para hacer propios los conocimientos de manera más significativa. El juego involucra un pensamiento creativo para poder aprender a solucionar problemas y desarrolla las capacidades de lenguaje y comunicación.
Los niños al jugar intercambian roles y formas de actuación de la vida de los adultos. Además, adquieren experiencia sobre sí mismos y sobre el mundo que les rodea; obtienen destrezas, practican rutinas y secuencias de comportamientos que les serán útiles para la vida adulta. Algunos juegos infantiles posibilitan aprender a acatar reglas, entender que hay que cumplirlas y generar una responsabilidad para con el grupo, tan necesario para nuestra sociedad. Los juegos libres y espontáneos son los que más nos interesa observar en el consultorio, pues gracias a ellos conocemos lo que los niños piensan y sienten. El juego permite, además, generar vínculos afectivos significativos. A través del juego se comparten experiencias que provocan placer y nos conectamos con los demás, hacemos amigos.
Tanto los niños con dificultades en el aprendizaje como aquellos que no las tienen pueden aprender divirtiéndose y lo ideal es que dicho proceso no sólo se limite a la adquisición de conocimientos, sino también a generar el deseo de seguir aprendiendo. Los niños necesitan asistir a una escuela que los motive, que les ofrezca una educación basada en sus intereses y necesidades, que lo ayude a resolver problemas de la vida cotidiana y ponga a su disposición los elementos para lograr su desarrollo integral.
Artículo del Diplomado «Conflictos emocionales y problemas de aprendizaje»
Inicia: 8 de mayo en Plantel Norte.
Más información: https://www.centroeleia.edu.mx/diplomado-conflictos-emocionales-problemas-de-aprendizaje