El duelo por la juventud: reflexiones psicoanalíticas sobre el paso del tiempo

Por Ittamar Hernández Sánchez

 

Los niños pequeños no pueden esperar a ser grandes. El mundo de los adultos les resulta enigmático, lleno de delicias y libertades demasiado lejanas. A cierta hora, los padres envían al pequeño a dormir, mientras ellos permanecen despiertos disfrutando. Hay espacios prohibidos para ellos, con letreros que indican: “Debes tener al menos esta estatura para entrar”, o bien: “Solo para mayores de 18 años”. ¡Qué frustrante es ser niño! Ante esto, la mente infantil hace todo tipo de piruetas para evitar el dolor que conlleva la frustración de no ser adulto todavía. El niño niega la distancia generacional, trata de revertir los papeles, se imagina que los pequeños gozan más que los adultos y lanza todo tipo de ataques imaginarios hacia aquellos que marcan la frontera (Meltzer, 1967/2014).

            Resulta, entonces, paradójico que el adulto experimente un movimiento contrario: un deseo de volver a ser joven o incluso niño. ¿Acaso no ha alcanzado todo aquello que tanto anhelaba? ¿No ha podido ya tomar parte de todas las conquistas culturales y de las maravillas del mundo adulto? ¿Por qué resultaría deseable el retorno a los tiempos previos? Parece que el ser humano se halla en una permanente batalla contra el tiempo.

            Con todo, esta batalla en contra del tiempo se puede presentar en el adulto de diversas maneras. La razón es que la vida adulta, además de los placeres y libertades que le estaban vedados al menor, implica una serie de responsabilidades y pérdidas que el niño aún no podía imaginar. La infancia resulta tan apetecible para el adulto como la edad adulta para el niño. Ante estos embates de la realidad, el adulto puede buscar mantener su estado infantil, recurriendo a los mismos mecanismos que utilizó antes: evitará sus responsabilidades, repetirá modos de comportamiento y de relación, y tratará, en fin, de negar la realidad del paso del tiempo.

            Aunque ahora hablo del niño y el adulto, el psicoanálisis ha mostrado que la batalla contra el tiempo, tanto en la dirección progrediente (deseo de llegar al estadio futuro) como regrediente (deseo de volver al estadio pasado), se encuentra ya presente en el niño. Françoise Dolto (1985) ejemplificó esto con algunos casos de niños pequeños que, al enfrentarse a la situación del nacimiento de un hermanito, protagonizan un pleito interno en ambos sentidos. El recién nacido recibe las atenciones, los alimentos y los cariños de la madre de un modo en que el pequeño de dos o tres años ya no experimenta. Quisiera volver a la cuna, a los brazos de la madre y a alimentarse directamente de su pecho. No obstante, al adoptar esta posición, sobreviene la angustia, pues volver a ser un bebito en brazos implicaría renunciar a las capacidades que ha conquistado con tanto esfuerzo: su libertad para desplazarse de un lado a otro de la casa, la posibilidad de comunicarse con los padres y sus pares, el acceso a una variedad de alimentos y sabores antes totalmente desconocidos, etcétera. Por esta razón, tendrá que elaborar un duelo.

            El duelo por la juventud, ya sea el del niño respecto del bebé, del adulto respecto del niño o del anciano respecto del joven, es un fenómeno complicado que muchas veces tratará de evitarse. Se considera la juventud como un momento idílico y maravilloso al que se quisiera volver… pero se ha perdido. El duelo es precisamente eso, un dolor terrible por lo perdido, pero es un evento pasajero y de vital importancia, pues, si no se transita, puede llevar al catastrofismo y a una dificultad para apreciar la belleza del mundo.

            En un paseo primaveral, Freud caminaba junto a dos acompañantes que sufrían al mirar las plantas florecer, ya que, al sobrevenir el invierno, toda esa belleza desaparecería. Según Freud (1916/2012): “Tiene que haber sido la revuelta anímica contra el duelo la que les desvalorizó el goce de lo bello. La representación de que eso bello era transitorio dio a los dos sensitivos un pregusto del duelo por su sepultamiento, y, puesto que el alma se aparta instintivamente de todo lo doloroso, sintieron menoscabado su goce de lo bello por la idea de su transitoriedad” (p. 310). La mente se rebela contra este duelo. Freud, a lo largo de su obra, describió el inconsciente como “atemporal”, es decir, incapaz de registrar el paso del tiempo. Es también por esto que resulta tan complicado elaborar el duelo por la juventud. Supone aceptar que uno ha cambiado, al igual que todo lo que nos rodea. Además, también significa reconocer que mucho de lo que fue y existió en la juventud se ha perdido, quizás para siempre.

            Sin embargo, transitar este dolor permite a la mente liberarse y encontrar nuevos objetos. Facilita también una mejor apreciación de las capacidades actuales y su mejor aprovechamiento, precisamente porque se puede comprender su carácter temporal. El duelo, finalmente, permite apreciar la vida en el presente y aceptar lo novedoso del futuro. El psicoanálisis puede ayudar a transitar este duelo en compañía de un analista, para salir así de la sensación de repetición y estancamiento, apreciar la belleza del mundo y, con suerte, ser libre.

 

Referencias:

Dolto, F. (1985). En el juego del deseo. Siglo XXI editores.

Freud, S. (2012). La transitoriedad. Obras Completas (vol. 14). Amorrortu editores. (Obra original publicada en 1916).

Meltzer, D. (2014). El proceso psicoanalítico. Paradiso editores. (Obra original publicada en 1967).

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