El complejo de Edipo y sus manifestaciones en adultos

Por Magaly Vázquez

 

El complejo de Edipo se ha popularizado en buena parte debido a que Freud se basó en el mito de “Edipo Rey” para dar cuenta de un fenómeno presente en la mente de los niños y que forma parte del conjunto de emociones, conflictos, fantasías, ansiedades y vínculos que llamó sexualidad infantil. Después de las etapas oral y anal, cuando los niños tienen entre tres y cinco años de edad, alcanzan la etapa fálica o edípica. Este momento se caracteriza principalmente por una trama afectiva que acapara la mente del niño en relación con la situación triangular que se arma entre él o ella y sus padres. El niño ama profunda e intensamente a su madre y desea tener un vínculo exclusivo con ella, donde sea colmado de todo su amor y atenciones, prefiriéndola por encima del padre y de los hermanos, a quienes mira como rivales. Con ella se presenta seductor, simpático y exhibicionista para ganar su atención, mientras que con el padre se muestra celoso y hostil.

A la par de esta situación, los niños comienzan a preguntarse por qué ellos tienen pene y las niñas no. La conclusión a la que llega el niño con respecto a la diferencia de sexos es que, si la niña no tiene pene, es porque el padre se lo quitó. Esta convicción es resultado de los sentimientos hostiles que experimenta hacia éste, así como sus deseos de acaparar a la madre y triunfar por encima de él. Esto es lo que Freud llamó ansiedad de castración, lo cual también hace sentir inferior al infante, debido a que es más pequeño. Aunque el niño se compara y compite con el padre, también experimenta sentimientos amorosos hacia él, por lo que busca excluir a otros de su relación, incluyendo a la madre. En el caso de la niña sucede algo muy similar, con la diferencia de que ella se interesa en el padre cuando resiente a la madre por no haberle dado un pene, lo que Freud denominó envidia de pene. En otros momentos, desea ser la favorita de la madre y poseerla para sí misma. Es importante resaltar que la triangulación edípica puede darse de forma contraria; es decir, el amor es hacia el progenitor del mismo sexo y los celos y rivalidad hacia el progenitor del sexo opuesto.

La “resolución” de este conflicto implicaría la renuncia al deseo de ser la pareja de uno de los padres y ubicarse en el lugar de hijo. Esto permite que el niño pueda internalizar la ley de prohibición del incesto, las reglas y normas a través de la consolidación de un superyó que permite experimentar el sentimiento de culpa, así como identificarse con el padre del mismo sexo para poder encontrar una pareja en el futuro.

A partir de que Freud haya hecho estos descubrimientos mediante el trabajo con sus pacientes adultos, se dio cuenta de que el complejo de Edipo, al igual que el resto de la sexualidad infantil, es la materia prima del psiquismo y lo estructural. Por lo tanto, nunca pierde vigencia, aunque opere la represión, convirtiéndose en contenido inconsciente. Dicho de otra forma, los conflictos de la mente infantil únicamente alcanzan una resolución parcial, en el mejor de los escenarios. Entonces, todos los seres humanos sin excepción, seamos niños o adultos, lidiamos con sentimientos de amor, odio, envidia, celos, rivalidad, competencia, comparación, exclusión, y también con ansiedades de castración, es decir, la sensación de ser insuficientes o inferiores.

¿Cómo observamos su ocurrencia en la vida cotidiana? Los escenarios son infinitos, pues ocurre en los ámbitos social, académico, laboral y personal. Por ejemplo, las ganas de ser el más inteligente en un salón de clases y obtener la calificación más alta en un examen podría traducirse en un sentimiento inconsciente de rivalidad y competencia hacia los hermanos. Esto expresa el deseo de triunfar sobre ellos para convertirse en el hijo favorito de la madre o el padre, representados por una maestra o un profesor. Algo similar sucede cuando queremos ser atendidos de forma preferencial y exclusiva en un restaurante o en cualquier espacio compartido con otros. Un ejemplo más es el caso de un paciente adolescente que se sentía intimidado cuando jugaba fútbol con compañeros de mayor edad y estatura. Si perdía el partido lo invadían pensamientos como los siguientes: “No sirvo para este deporte”, “no entrené lo suficiente”, “seguramente hice el ridículo”, etc. Esto es, experimentaba fuertes ansiedades de castración ligadas a la comparación y rivalidad inconsciente con el padre, frente a quien se sentía inferior en muchos aspectos. Recuerdo también el caso de otra paciente que trabajaba en una importante empresa trasnacional. A pesar de tener un puesto directivo, sentía mucho enojo cuando sus jefes tomaban decisiones sin consultarla, por lo que despreciaba sus capacidades y los acusaba de ser machistas. En realidad, esta situación revivía en mi paciente no solamente sentimientos de exclusión y celos frente a la relación de sus padres, sino también la idea de que los hombres son superiores porque poseen algo que ella no, un pene.

También es cierto que existen escenarios mucho más problemáticos que afectan de forma más grave la funcionalidad de la vida. Por ejemplo, existen personas que experimentan una intensa inhibición que les impide alcanzar logros académicos, laborales o económicos porque internamente se comparan con el padre y no se sienten capaces. También están aquellos a quienes les sucede lo mismo, pero, de forma inconsciente, esto implicaría un triunfo que los haría superar al padre, por lo que la persona no toleraría la culpa. Pensando en la vida en pareja, los síntomas como el vaginismo o la eyaculación precoz, que limitan una sexualidad satisfactoria, podrían estar relacionados con los conflictos edípicos, al igual que personas que arman constantemente triángulos amorosos que terminan en sufrimiento y decepción. Por esta razón, en mayor o menor medida, ninguno de nosotros puede jactarse de estar libre del complejo de Edipo y sus efectos en nuestra vida.

 

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