El aprendizaje durante el primer año de vida
Por Sara Fasja
El nacimiento de un bebé es siempre un proceso de aprendizaje, tanto para el recién llegado como para la madre y la familia. Aún cuando no sea el primer hijo, cada bebé trae consigo características y circunstancias específicas que generarán saberes nuevos y movimientos en los padres.
Utilicemos un ejemplo para comprender cómo es que un bebé aprende:
Cuando un niño se enfrenta con un idioma nuevo, o comienza a aprender a leer, vive un proceso que avanza lentamente. En un inicio, aparecen frente a él puras rayas, puntos y círculos que no significan nada. Ve una especie de caos que, poco a poco, va tomando forma. De manera paulatina, se va organizando un espacio en la mente del niño, en donde reconoce, por decir algo, una rayita con un puntito arriba como una “i”, y así irá avanzando hasta reconocer las letras de su nombre.
De esta forma, algo deja de ser caótico y se integra en la mente: las letras van cobrando sentido y la unión de estas va generando palabras que, luego, arman enunciados, y luego, se convierten en una nueva y hermosa comprensión del mundo.
Así también es la vida de todo bebé que va comprendiendo y acercándose a lo que le rodea de a poco, dándole sentido a un olor, a un sonido, a un toque, y logrando integrar, paulatinamente, nuevos conocimientos en su mente apenas inaugurada. Por su parte, la madre, el padre y la familia completa tienen que ir aprendiendo de las nuevas experiencias, y este proceso también conlleva tiempo, esfuerzo y adaptación, pues no es algo fácil.
Si uno desiste de vivir la experiencia de manera plena por su dificultad, entonces se puede quedar en el caos o vivir a medias. También puede esconderse detrás de convenciones sociales que le generen comodidad y estabilidad, pero que no le lleven a aprender de lo nuevo. Para vivir la paternidad a fondo se necesita estar dispuesto a vivir la experiencia y las emociones que esta conlleva: el miedo, el dolor, la angustia, a la par del amor y la dependencia.
El nacimiento es un acontecimiento intenso, retador y extremo; así mismo, puede ser un muy bello momento. De hecho, los momentos memorables tienen esas características, siendo aquellos en los que uno se ve demasiado comprometido y sin otra salida más que seguir hacia adelante; muchas veces, como padres y jefes de familia, nos llegamos a sentir así.
También existen otro tipo de momentos en los que tenemos otras salidas y, por lo tanto, nos enfrentamos con la dificultad de elegir si comprometernos o no. Un ejemplo es la lactancia materna: toda madre tiene que elegir entre soportar el dolor físico para forjar un gran vínculo con su bebé y vivir el proceso de acoplamiento entre ambos participantes de la experiencia, o desistir y no vivir ni el dolor ni el vínculo.
Es difícil vincularse con alguien de manera tan íntima porque implica tener la disposición emocional para hacerlo, para dedicarte a un otro que espera y necesita todo de ti. Podría decirse que el primer año de vida de un bebé es el momento cumbre en el que uno se esfuerza al máximo por el otro, quedando las propias necesidades relegadas a un segundo plano.
Siguiendo la analogía con la que comenzamos, podemos decir que muchas veces en la vida nos toca enfrentarnos con ese tipo de retos en los que, al inicio, duele demasiado, pero poco a poco, comienza a ser disfrutable. Es así todo aprendizaje: duele aprender porque te enfrenta con tu propia falta de conocimiento, con la rivalidad y la envidia hacia aquel que sabe más que tú. El proceso implica un grado alto de tolerancia a la frustración, a la ignorancia y a la rivalidad con los mayores.
Es importante valorar el trabajo materno, pues a veces aparenta ser algo sencillo, cuando, en realidad, lo es todo para el bebé que está desarrollando su mente y dándole forma a su mundo interior. No es sencillo afrontar la maternidad, y a veces también aflige que el vínculo tan cercano con el bebé, como lo es el primer año de vida, no es eterno, y que pronto, muy pronto, termina esa relación diádica y única en la vida. En ocasiones, las madres primerizas, o muy jóvenes, no registran que cada momento pasa y queda atrás; por lo mismo, se pueden sentir abrumadas por esta relación. A veces, una mujer con más experiencia puede aprovechar y disfrutar más de la dependencia del bebé, porque puede dar cuenta del paso del tiempo, de la caducidad de ese primer año que es primordial en la vida de una persona y que no regresa jamás.
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