El amor en tiempos adolescentes
Por Javier Fernández
A simple vista, pareciera exagerada la reacción que tiene cualquier joven ante la ruptura con su pareja, un conflicto amoroso o, incluso, no ser correspondido por la persona que se desea y en quien se han puesto todas las expectativas. Es pertinente detenernos un poco a reflexionar sobre lo que acontece en la mente de los jóvenes cuando el amor surge de forma súbita, un sentimiento que puede resultar abrumador por el significado inconsciente que lleva consigo.
La consolidación de la identidad es una búsqueda constante durante la adolescencia y uno de los caminos que se toma para “encontrarse a sí mismo” tiene que ver con el enamoramiento. El amor adolescente constituye un intento por llegar a una definición de la propia identidad. La imagen de uno mismo, que en ese momento es difusa y amorfa, se proyecta sobre la persona amada, logrando, así, que se refleje y, por tanto, se aclare gradualmente (Erikson, 1950). Esta idea tendría como premisas que uno se va descubriendo a sí mismo a través del otro y que la pareja acaba siendo una parte fundamental de la imagen propia. Si esto es así, no es de exagerar lo desgarrador que puede ser para los jóvenes una ruptura, ya que una parte de sí mismos se pierde y la sensación de incompletud se torna insoportable.
Sobre la misma línea, las amistades adolescentes se confunden con sentimientos amorosos. La duda sobre su orientación sexual es común, por todo lo que representa para los jóvenes la relación con el otro. Un requisito para fraguar una amistad es la idealización del amigo(a): algunos rasgos de la personalidad del otro son admirados y amados porque constituyen algo que la persona quisiera tener y, a través la amistad, se apodera de ellos (Blos, 1971). Resulta frecuente escuchar: “Amo a mi amigo”; no tengo duda de que esto sea cierto, pero ¿de dónde proviene ese amor? De la idealización: el otro posee las cualidades sin las cuales uno mismo no puede alcanzar su ideal, por tanto, la relación de amistad tendrá la intención de apropiarse de aquellas virtudes. Lo anterior se refleja en la necesidad imperiosa de emular a los amigos que el grupo coloca en el lugar de lideres, pero que están sostenidos por la fantasía de la idealización.
Hasta ahora, ambas descripciones están íntimamente ligadas a los aspectos narcisistas del adolescente. Las elecciones de pareja y de amistades están matizadas por la gratificación de sus propias necesidades, ya sea de encontrar su propia identidad o de alcanzar su ideal. La mayoría de los jóvenes tienden a huir de un vínculo profundo; la intención y motivación es la satisfacción parcial de su sexualidad, que en ese momento es exploratoria y preparatoria. No nos extrañe escuchar a los jóvenes decir frases como: “Me lo doy y fuga”, “No me supe ni su nombre”, “Un agarrón y ya”, “Que flojera tener novio(a)”, “Mejor quedamos en un free”, etcétera. La intención no es hacer un juicio de valor, al contrario, es entender que, para ellos, las relaciones profundas resultan muy amenazantes.
No podemos perder de vista que uno de sus principales logros es sentirse con independencia emocional al respecto de sus padres y que una relación de noviazgo, en su mente, significaría colocarse, de nuevo, en un lugar de dependencia, donde la unión despierta el miedo a la sumisión. Las defensas ante este peligro, por lo general, tienen su base en la omnipotencia. Recuerdo a un joven que describió un sinfín de sensaciones al respecto del posible encuentro en una fiesta con la chava que le gustaba: “Los nervios me traicionaron. Todavía no llegaba y me puse a beber alcohol hasta emborracharme, no quería sentir eso. Por fin llegó y yo no podía ni sostenerme. Al poco tiempo se fue. Qué mala onda que, además de llegar tarde, se fue temprano. Ni quién la necesite, es una tonta, yo me la pasé increíble”. La ansiedad de vivirse atravesado por un sentimiento desconocido, grato, pero abrumador, lo dejó al servicio de la autosuficiencia: llenarse de alcohol para mitigar el mínimo sufrimiento y devaluar —contrario a idealizar— para no acercarse a la sensación de dependencia.
En el momento en el que el adolescente deja la lucha encarnecida por no volverse dependiente y elabora la confusión de que el amor es sometimiento, su actitud hacia el otro cambia y se generan sentimientos de ternura, donde predomina la preocupación por preservar su cariño y el deseo de pertenecer exclusivamente el uno al otro, abandonando su gran autosuficiencia y aceptando que necesitar del amor o de los demás no significa someterse.
Referencias:
Blos, P. (1971). Fases de la adolescencia. Psicoanálisis de la adolescencia (pp. 117, 135 y 152). Joaquín Mortiz.
Erikson, E. (1950). Ocho edades del hombre. Infancia y sociedad (p. 236). Paidós.