¿Dónde quedó lo perdido? Sobre el duelo y la melancolía

Por Ana Livier Govea L.

Las personas frecuentemente motivadas por pérdidas, duelos, separaciones, muertes, sentimientos de abatimiento y soledad y frente al dolor psíquico que estos avatares provocan, buscan un tratamiento psicoanalítico o psicoterapéutico que les permita elaborar estas experiencias. En realidad, a lo largo de nuestra vida las pérdidas y las separaciones son parte de nuestra más íntima existencia. Ahora comprendamos estos fenómenos.

Primeramente, si puede existir la inscripción de pérdida o de “objeto perdido” en la mente, es porque previamente el sujeto pudo diferenciarse del objeto; de lo contrario, no puede efectuarse el trabajo de duelo. Es decir, los procesos de diferenciación y de separación son indispensables y sumamente necesarios para que el sujeto pueda efectuar el duelo, ya que estos fenómenos sugieren una renuncia por parte del sujeto a ser uno con el objeto. En otras palabras, aceptar diferenciarse entre “yo” y “el otro” será condición necesaria para el trabajo de duelo.

“Separarse toma entonces dos significaciones bien diferentes, en psicoanálisis, según el nivel en el que el individuo viva la separación: la puede vivir en el marco de una relación en que una de las personas abandona a la otra, con las reacciones afectivas específicas concomitantes, o puede vivirla como una pérdida de una parte del yo provocada por el sentimiento de haber perdido al objeto”. (Quinodoz, 1993, p. 48)

El dolor ante la ausencia, la pérdida y la separación es una condición innegable e ineludible. Duele porque ya no es más, porque ese no soy yo; duele porque el futuro se trunca. El preludio es la angustia, misma que aparece porque la separación puede ser vivida no solo como la desaparición del objeto, si no como la pérdida de una parte del yo mismo que se va con el otro cuando uno quiere seguir siendo uno con él.

Pero ¿qué es el duelo y cómo se distingue de la melancolía?

En Duelo y melancolía (1917), Freud plantea los fundamentos para la comprensión psicoanalítica de la melancolía, condición que pone énfasis en los conceptos de narcisismo, ideal del yo e identificación. Freud contrastó el duelo con la melancolía y destacó que ambos son una reacción frente a la pérdida. Sin embargo, el carácter propio de la melancolía es que la persona sabe a quién perdió, pero no lo que perdió en él. En otras palabras, la pérdida del objeto en la melancolía está despojada de la consciencia, fenómeno que no ocurre en el duelo, puesto que en este el sujeto en pena sabe qué fue lo que perdió. 

Otra de las características propias de la melancolía que no está presente en el duelo es la perturbación del sentimiento de sí. De este modo, el melancólico brinda un festín de exteriorizados autorreproches y denigraciones (los cuales son en realidad dirigidos al objeto de amor), donde la persona pareciera buscar delirantemente el castigo.

En la melancolía la relación de objeto se complejiza por la presencia de la ambivalencia: amor y odio surgieron frente a las amenazas de la pérdida de ese objeto tan anhelado. Esta pérdida es insostenible y por ello la investidura es abolida y se queda arrinconada sobre el yo, mismo que se identifica con el objeto resignado: es decir, que frente a la pérdida del objeto el yo se pierde también. En otras palabras, el melancólico se pierde a sí mismo ante el impedimento de “dejar ir” al objeto. La sombra del objeto cae sobre el yo.

La melancolía figura en una pintura renacentista, la cual en su origen fue la sombra proyectada en la imagen de la persona que iba a partir, “conservando” de ese modo su ausencia. La pérdida del objeto se traduce, pues, en una pérdida del yo. Este mecanismo no opera en el duelo, puesto que en el trabajo de duelo ese abandono de la libido objetal se puede realizar únicamente bajo el examen de realidad, el cual exhorta al yo a renunciar al que ya no está, a los recuerdos pieza por pieza mientras el objeto perdido sigue existiendo dentro del psiquismo.

En el duelo el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía eso le ocurre al yo mismo. Este yo aparece indigno, humillado; se somete mortificando también a los demás. Al melancólico, dice Freud, le falta vergüenza; se desnuda sin piedad mostrando su despreciable naturaleza, pues “ha perdido el respeto por sí mismo”. La pulsión de vida desfallece lánguidamente en la morbilidad y el mutismo de la pulsión de muerte.

El duelo, por tanto, a diferencia de la melancolía, implica la posibilidad de reconstruir el mundo interno, el cual, de forma temporal frente a la pérdida, se vive devastado. El duelo implica rescatar de los escombros los objetos buenos que se han interiorizado y dejarnos acompañar por su arrullo. De lo contrario, “la pérdida actual resucita una propensión a sentir una sensación de destrucción intrapsíquica y el psiquismo puede sentirse como su propio objeto perdido”.  En este sentido, no es lo mismo decir que uno es lo que ha perdido a decir  que lo perdido es uno.

En el diplomado “Duelos, pérdidas, separaciones” estudiaremos desde una perspectiva plural y multidisciplinaria las implicaciones psíquicas de los duelos, las separaciones y las pérdidas.

Referencias

Freud, S. (1915), “Duelo y Melancolía”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. 4.

Quinodoz, J. (1991), La soledad domesticada. Buenos Aires, Amorrortu.

Klein, M. (1940), El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos. Obras completas, Buenos Aires, Paidós, vol. 1.

 

 

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