Depresión. Una perspectiva psicoanalítica

Por Jorge Salazar

La depresión es y ha sido una entidad nosológica inespecífica, un padecimiento primario de las emociones, un desorden del estado de ánimo, un trastorno del humor, una enfermedad orgánica con predisposición hereditaria, una alteración de la bioquímica cerebral debida a la deficiencia de neurotransmisores, un síndrome de origen multifactorial, un tipo de personalidad, una patología del carácter, un temperamento asociado con el genio creativo, una experiencia de crisis existencial, una actitud ante la vida, en especial, una forma de goce estético y de acceso al lado oscuro del alma humana, la falta de espíritu, el signo ominoso de nuestros tiempos calamitosos, la epidemia contemporánea, jinete del apocalipsis, la moda negra, el flagelo del fin de siglo, el azote del principio de siglo, un estado mental abatido, el empobrecimiento de las funciones cognitivas, esa visible oscuridad, un conflicto psicológico entre las instancias psíquicas, una posición en el desarrollo emocional temprano, el predominio de la pulsión de muerte en la vida anímica, la cobardía moral, el preludio del suicidio, un débito de la investidura libidinal, el “perro negro”, el mal de Saturno y, en su acepción más antigua, un predominio de bilis negra.

 

Las perspectivas para acercarse al fenómeno depresivo son, por lo tanto, múltiples y, lejos de excluirse entre ellas, se complementan unas a otras, lo que enriquece la comprensión de una manifestación de suyo compleja. En contraparte, la pluralidad de miradas sobre la depresión —provenientes tanto del interior de la clínica como por fuera de ella— aunada al empleo muchas veces indiferenciado de los términos con los que se le nombra, impiden que la depresión tenga contornos bien delineados y ocasionan que su definición sea imprecisa.

 

La depresión no fue indiferente para Freud, aunque solo le dedicó un breve ensayo —por otra parte, seminal— a lo largo de su extensa obra teórica: Duelo y melancolía (1917). Publicado hace casi cien años y escrito dos antes, este artículo contiene las ideas fundamentales para discernir los estados depresivos a través del esclarecimiento de los procesos psíquicos que intervienen en su génesis. Más importante aún, Duelo y melancolía sienta las bases para comprender la formación de la personalidad psíquica. De un lado, la experiencia de pérdida se acompaña de la internalización en el yo del objeto perdido mediante los mecanismos de identificación, lo cual conduce, potencialmente, a la aceptación de la pérdida y al fin del duelo. De otro, el yo ha sufrido en este proceso una descomposición de su estructura que lo divide y confronta a la parte identificada con el objeto perdido con otro sector de la mente en el que residen las aspiraciones y reproches dirigidos, en su origen, al objeto pero vueltos desde ahora contra sí mismo.

 

En la medida que los reproches están cargados de hostilidad, se expresa el monto de sadismo superyóico que castiga al desvalido yo, también culpable de la pérdida del objeto. Las fuerzas relativas en el sutil equilibrio de los mecanismos puestos en juego harán la diferencia entre el duelo con su adecuada resolución y la depresión propiamente dicha. El entendimiento de la relación entre el yo y el superyó —la peculiar tensión que se establece entre estas dos instancias psíquicas— llevó a Freud a considerar, unos años más adelante (1924) y una vez consolidada la teoría estructural del aparato mental, que la melancolía es la auténtica “psiconeurosis narcisista”.

 

En rigor, la concepción freudiana de la depresión es una síntesis de ideas propias con las desarrolladas por Abraham unos años antes, entre las que destacan el sadismo derivado de la pulsión agresiva en la relación objetal (más ambivalente aún) y la incorporación oral destructiva del objeto perdido. Desde su primer artículo sobre el tema (1911), Abraham comparó los trastornos depresivos con los obsesivos, diferenciándolos, a su vez, a partir de las variaciones correspondientes a su evolución libidinal: las manifestaciones más regresivas de la libido se encuentran en los primeros mientras que los segundos serán más evolucionados en términos libidinales. Además, consideró las ideas de Freud sobre la psicodinámica de las psicosis que éste publicó en el “Caso Schreber” para distinguir entre las formas neurótica y psicótica (o cíclica) de las depresiones y a ambas de la paranoia.

 

Con el tiempo, Abraham (1924) realizó una disección todavía más fina del desarrollo de la libido al subdividir las etapas libidinales, precisamente porque reconoció el papel significativo de la agresión pulsional en la relación con el objeto y, por ende, en la formación del yo. Con base en su esquema de la evolución libidinal, Abraham situó a la melancolía como una enfermedad fijada en la etapa oral canibalística, lo que la vuelve una afección muy primitiva, caracterizada por intensos afectos de odio y hostilidad en la relación objetal, así como con graves fallas narcisistas que se evidencian en las experiencias de frustración y decepción.

 

Melanie Klein, como sabemos, amplía las nociones anteriores y desarrolla una concepción psicoanalítica original que reformula la metapsicología freudiana y enriquece la exploración clínica del mundo interno al situar en primer plano la comprensión de la naturaleza de la fantasía psíquica. Se podría afirmar que, para esta autora, la depresión es estructurante del psiquismo al señalar que la pérdida del pecho es la experiencia prototípica de toda pérdida ulterior que se elabora —no sin culpa ni dolor— mediante la recreación simbólica del pecho perdido transformado ahora en un objeto interno dentro de la realidad psíquica. El conflicto entre las pulsiones de vida y de muerte es determinante para promover el desarrollo de la personalidad y el crecimiento mental cuando logra predominar el amor sobre el odio; por el contrario, cuando éste triunfa sobre aquél, surge angustia, soledad y depresión clínica entre otras manifestaciones mórbidas.

 

Sin duda, el aura de romanticismo que rodea a los temperamentos melancólicos se disipa al advertir el papel que la agresión juega en su formación.

 

Freud, Abraham y Klein constituyen, a juicio de muchos, los tres pilares fundamentales para la comprensión psicoanalítica de los estados depresivos; sus concepciones principales tienen vigencia, aplicación y rinden frutos en la clínica contemporánea. Después de ellos destacan, en una primera etapa, las contribuciones de Frieda Fromm-Reichmann, René Spitz y Edith Jacobson. Cada uno de estos autores tuvo profesionalmente con la depresión un encuentro muy personal y, al mismo tiempo, intenso y exigente al enfrentar en su práctica clínica las expresiones quizás más graves y extremas de estas dolencias psíquicas. Sus obras se consideran clásicos de la literatura psicoanalítica en la época de expansión del campo de influencia de la teoría y clínica.

 

En un segundo momento, autores como Bowlby, Winnicott y, más recientemente, Green, propusieron otras hipótesis sobre la génesis de los estados depresivos. Congruentes con sus principales postulados teóricos, sugieren que la falla materna conduce a un déficit estructural en el bebé en formación y, por ende, la depresión, más que una consecuencia de la agresión psíquica, es un efecto de la desinvestidura libidinal en el desarrollo de la personalidad ocasionada por una función inadecuada del objeto.

 

Como hemos señalado, los estados depresivos han formado desde siempre parte de las investigaciones científicas psicoanalíticas pero, en la actualidad, el interés del psicoanálisis por la depresión parece residir en sus virtudes terapéuticas. Así lo constata la reciente publicación de varios artículos en revistas especializadas en los que se demuestra la eficacia de la psicoterapia psicoanalítica en su aplicación general, tanto como su superioridad sobre la terapia cognitivo conductual en el tratamiento de la depresión en particular.

 

Emprender juntos la travesía por la vasta experiencia acumulada durante más de un siglo de investigaciones psicoanalíticas sobre el campo clínico de los trastornos depresivos, tocando puerto en los autores y sus obras más significativas, es una aventura fascinante y enriquecedora a la que todos somos invitados.

 

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