Depresión pandémica: aislamiento prolongado e inconsciente colectivo
Por Kathia Cavazos Linares
José inicia un tratamiento terapéutico en búsqueda de alivio debido a: “lo terrible que se puso la vida” (sic. pac) durante el periodo de confinamiento por la pandemia por COVID-19. El paciente recuerda con nostalgia todas las actividades que desempeñaba antes de dicho periodo, incluso es perceptible un tono que denota una especie de idealización de lo perdido. El encierro de José tuvo condiciones muy particulares, pues la interacción tan cercana con quienes vivía se volvió profundamente desagradable, casi asfixiante. Al mismo tiempo, el resguardo implicó para él y su familia la práctica exagerada de medidas de protección e higiene sumamente intensas. La suma de todos estos factores causó que el regreso a la cotidianidad se tornara en una experiencia de temor fóbico, en la que el contacto con los demás y la salida al “mundo real” resultaban extremadamente angustiantes.
La descripción de esta breve viñeta clínica ilustra una serie de condiciones muy comunes hace unos pocos años, pues el contexto mundial favorecía una vivencia que, si no idéntica a la antes descrita, sí era similar en algunos de sus aspectos a la que muchos de nosotros llegamos a experimentar durante aquel tiempo incierto. Sin embargo, llama la atención que, en el caso de algunos pacientes, esta vivencia emocional prevalece a pesar de que las circunstancias reales han mejorado positivamente, ya que los contagios han disminuido de forma significativa gracias a las campañas de vacunación masiva que se han llevado a cabo en todo el mundo.
Desde la perspectiva psicoanalítica, esta situación permite pensar en una suerte de “aislamiento prolongado”. No obstante, cuando pensamos en este concepto, la idea apunta principalmente a un aislamiento psíquico, que, aunque invariablemente tendrá manifestaciones que repercutan en lo cotidiano, tendrá interesantes elementos a considerar en lo que respecta al mundo emocional.
Inicialmente, una manera de entender la predilección por la falta de interacciones con el otro podría hacernos pensar en una forma de ser sostenida en la que no hay interés en el vínculo. Pensaríamos en un rasgo de carácter de tipo esquizoide, que, según lo propuesto por Johnson en su libro Character Styles (1994), se manifestará a través de la “desconexión del individuo de los procesos vitales, características de dominación en contextos acotados, timidez e ineptitud en espacios de socialización, así como una tendencia universal a evitar ver la vida de frente, mirar a otro lado, salirse de la confrontación o la cercanía, buscar su espacio, y migrar internamente lejos del contacto” (p. 83). Estas características, sin duda, implican un roce con lo depresivo, pues las relaciones de objeto, de las que el esquizoide se evade, son las que matizan y enriquecen la experiencia afectiva de todos nosotros.
Otra forma de pensarlo podría ser desde lo depresivo, donde la tendencia a apartarse es también un componente frecuente, dadas las fantasías agresivas que, temerosamente, podrían llegar a descargarse sobre el otro de no ponerse sobre uno mismo. Así, la soledad termina siendo un sitio mucho más “seguro”.
En el caso de José, las exploraciones que hemos realizado durante su tratamiento apuntan a ambas opciones, lo que le ha permitido darse cuenta de que se trata de un estado emocional que lo ha acompañado durante buena parte de su vida. Además, ha reconocido cómo esto le ha privado de la cercanía con el otro, que, paradójicamente, llega a ser muy deseada por él en determinados momentos.
Aunado a ello, la depresión es un cuadro que hace que la vida de José esté marcada por un clima desvitalizado, poco esperanzador y sin sentido. Regularmente le resulta complejo sentirse motivado, y aunque funciona de manera “adecuada” en los escenarios en los que se desenvuelve, su mundo interno está constantemente plagado de desgracias. El ambiente pandémico estaba caracterizado, en buena medida, por estos elementos, que, en el caso del paciente parecían haber estado presentes desde antes. Así, podríamos pensar que los aspectos depresivos o hasta melancólicos de José se agudizaron en medio de un panorama que, a todas luces, resultaba desolador, lo cual le permitió reforzar las ideas defensivas de que la falta de contacto es necesaria y segura. Hoy en día, esto se sigue poniendo en juego a través de la transferencia, donde de pronto le es complejo exponer sus afectos frente a mí, pues lo esquizoide y su cercanía con el narcisismo le hacen cuestionar e incluso devaluar la importancia de la profundización en el conocimiento de su vida emocional.
Aunque este texto ilustra la experiencia emocional de un consultante en particular, resulta llamativo que se trate de un estado psíquico con el que nos encontramos frecuentemente, y que incluso podría considerase generalizado en la observación social. Tal generalización daría pie a tener en cuenta la noción de “inconsciente colectivo”, en la que las características de aislamiento y depresión revisadas a lo largo de este artículo fungirán como partes fundamentales en las estructuras mentales compartidas, mismas que tendrán una incidencia importante en la sintomatología actual.
Referencias:
Johnson, S. (1994). The Hated Child: The Schizoid Experience. Character Styles (p. 83). W. W. Norton Company.